Dos miradas contrapuestas sobre las elecciones de este domingo
Del discurso a los números – Por Alexandre Roig
Hay cuatro alternativas posibles para la economía social argentina, dice Alexandre Roig. El próximo domingo se ponen en juego dos: la neo-desarrollista y la rentística. Lejos de las pasiones, y con un enfoque racional, ¿qué representan las opciones Scioli o Macri y cómo pueden pensarse sus posibles gobiernos?
El ballottage es, en su traducción del francés, un peloteo. La imagen que pretende sugerir es la de una bola vacilante, indecisa e incierta, orientando sus inclinaciones entre dos muros, al ritmo de sus golpes de efecto. Pero frente al frénesis del tiempo de descuento, tratemos de bajar el ritmo, de estabilizar las pulsaciones, respirar y de razonar entre la coyuntura y los senderos largos de nuestras dependencias.
Solo queremos declinar algunos argumentos para pensar la campaña y sobre todo sus implicancias. Serán insuficientes y todo menos exhaustivos. Simplemente nos proponemos contribuir en cambiar dos abismos pasionales por dos alternativas racionales.
En primer lugar despejemos algunas consideraciones sobre el proceso electoral. Cualquier declaración sobre la sociedad argentina y sus supuestos cambios (o deseo de cambio) no son interpretables sobre la base de una elección. Será necesario que los impacientes esperen por lo menos al 2017 para poder sacar conclusiones más firmes sobre los votantes y sus adhesiones políticas. Huelga decir que tampoco las encuestas son fiables.
Fracasaron en prever la primera vuelta pero siguen siendo una información de referencia acuñando un absurdo epistemológico: es mejor un dato erróneo que no tener datos. Seguimos discutiendo resultados de grupos que, por distintas razones que no vienen al caso para esta nota, han fracasado y seguirán fracasando en anticipar el voto. De hecho tal vez es tiempo de volver a pensar y a hacer política desde la comprensión más directa y cualitativa de las dinámicas sociales.
Del Relato a las narraciones múltiples. Justamente observar las reacciones de las personas y los grupos sociales después del resultado del 25 puede brindarnos algunas enseñanzas. Son de estos momentos de la historia en los cuáles los afectos circulan entre los grupos sociales como formas de reorientar y resignificar el accionar. Tristeza, decepción y en muchos casos angustia desbordaban a los votantes del FPV y otros “electores estratégicos”. Sus emociones corrían a contrarreloj de las agujas alegres y exultantes de los seguidores del PRO. Silenció inclusive en los primeros días un “ganamos” sciolista que hubiera sido legítimo y hasta necesario en miras de los resultados en la Provincia de Buenos Aires. Pero en las filas del candidato peronista, la reacción no vino de arriba, no fue un aparato de campaña, ni un gesto de la dirigencia que volvió a dar cuerda a la historia. Fueron las multitudes, una vez más, las que tomaron la posta frente al desasosiego de los estrategas.
Progresivamente y antes del miércoles siguiente, el pueblo estaba en campaña. En palabras más técnicas podríamos decir que la campaña estaba descentralizada. Se discutía en varios foros las mejores estrategias para convencer, dejando rápidamente atrás la rendición como opción. No hubo coordinación, ni bajada de línea. Los observadores más opositores no tardaron a denunciar campañas del miedo, las incoherencias del frente sciolista, sus incongruencias. Contrariamente a lo que la política más cartesiana promueve, tal vez por todas estas razones estemos frente a una potencia inmensa capaz de revertir, cuerpo a cuerpo, lo que ningun “spot” publicitario podría lograr: pasar de la unicidad del relato que obstruye la posibilidad de una adhesión genuina por tratar de imponer una interpretación, a dejar que surjan las miles de narraciones que pueden tener una década vivida. Del relato único a las narraciones de lo vivido, esta es la campaña que hacen todos aquellos que aspiran a que gane Scioli. Llevar al otro a hacer un balance sobre sus condiciones económicas y materiales, recordar emociones pasadas y presentes, hacer sentir los derechos. Lo que antaño hubiéramos llamado concientización y que para el futuro de cualquier gobierno que aspire a transformar la sociedad debería fundar un aprendizaje definitivo. No se fuerza la interpretación unívoca del mundo, se puede tratar de agenciar múltiples vivencias que tienen que ser narradas y escuchadas. La última década no fue vivida de la misma manera por estudiantes de primer generación, un trans reconocido en su identidad, beneficiarias de la AUH, trabajadores gremializados, empleados de clase media o cooperativistas organizados.
Esta potencia de la multitud es sin duda un factor inmenso para pensar que las tendencias de las encuestas puedan ser desmentidas.
Tres argumentos para dos experiencias. Dejemos la campaña atrás (o adelante) y permitámonos pensar algunas consideraciones sobre lo que está en juego después del próximo domingo, 22 de noviembre, poniendo en perspectiva algunas tendencias societales que nos parecen que marcan, como solía decir y extrapolando el estructuralismo latinoamericano, una dependencia de sendero. En esta perspectiva la voluntad ocupa un lugar entre otros en las variables de análisis. No todo es decisión racional, la historia no se escribe solamente de la mano de sus supuestos escribas. En este sentido me gustaría hacer hincapié en tres argumentos que están concatenados. De nuevo no son los únicos pero permiten pensar que está en juego en estas elecciones.
Algunos factores sobre las transformaciones sociales deberían ser tomados en cuenta para cualquier candidato y votante. Me limitaré a citar tres de ellos. En primer lugar que los mundos del trabajo están organizados y con alta capacidad de negociación o de confrontación. La tasa de sindicalización ha recuperados niveles históricos, los convenios colectivos de trabajo ordena institucionalmente los procesos salariales y aparentemente, la CGT estaría en un proceso de reunificación. En segundo lugar que los trabajadores de la economía popular están articulados, profundizaron su conciencia de clase y saben que la calle es una opción si las condiciones de este tercio de la población no cambian. En tercer lugar, varios avances se han constituido en derechos al punto que ni siquiera la derecha pretende volver sobre ellos, por lo menos no en el corto plazo. Es el caso de la AUH o de las jubilaciones. Un cuarto punto, más sensible, remite a los patrones de consumo. Para los sectores medios el consumo se ha convertido en un derecho y es desde esta posición de ingrato confort material que muchos han criticado al gobierno actual. Independientemente de las consideraciones ideológicas y ecológicas que serán para otro momento, este derecho solo se mantiene si el próximo modelo de desarrollo se sostiene. Lo cual me lleva a mi segundo argumento.
Si miramos las tendencias económicas de los últimos 12 años podemos ver lo siguiente. La mitad de la economía es economía púbica (50%) y la otra mitad se divide entre economía de renta (25%) y economía productiva y de consumo (25%). El “modelo” del kirchnerismo ha consistido en hacer co-existir formas contradictorias de acumulación del capital. Pudo reactivar la industria, aumentar el consumo, aumentar el rol del Estado a su vez que fortaleció el extractivismo y la economía de renta (finanzas, mercado inmobiliario, exportación de comodities). Esta co-existencia ha sido organizada por un gobierno con una fuerte legitimidad histórica y convengamos una gran capacidad de gestión de la conflictividad. Proyectando escenarios lógicos (no históricos) frente a nosotros podemos entonces vislumbrar cuatro modelos posibles.
El primero apuntaría a continuar el actual modo de desarrollo industrial-rentístico-estatal. Las condiciones no parecieran estar dadas ya que el próximo gobierno no tendrá el aura que permitiría estabilizar las relaciones de fuerza para este fin.
El segundo modelo consiste en profundizar el rol del Estado en la economía, que implica un mayor control del sector rentístico y una alianza fuerte con el sector industrial. Este fue el modelo que aparece en los discursos de Axel Kicillof. Tiene como mayor dificultad que no necesariamente tiene los actores para ser realizados. Es decir las capitalistas argentinos no parecieran estar maduros para este esquema de acumulación y parecen empujar más hacia el tercer modelo.
El llamado modelo “neo-desarrollista” pone en el centro la innovación tecnológica y la acumulación por la demanda, que implica distribución de la riqueza, sostenimiento de la inversión y del consumo. Es un modelo que exige un gobierno pro-laboral que incentive y sostenga el consumo. Para poder sostenerse debería enfrentarse a parte del sector rentístico para favorecer la acumulación industrial aunque puede dejarse seducir por las sirenas de la inversión directa extranjera, de un endeudamiento con el acreedor más accesible que no necesariamente es el más conveniente. Daniel Scioli pareciera discursivamente y por su sistema de relación, representar esta alternativa. Un candidato no deja de representar intereses y los suyos están más del lado de la industria, del trabajo y del neo-desarrollismo.
El cuarto modelo consiste en alentar la acumulación rentística. Este tipo de acumulación del capital tiene tendencia a buscar estabilizar la moneda a toda costa, al punto de dejar de tener política monetaria. En estos casos, históricamente se observan primeros tiempos de aparente bonanza y rápidamente una degradación del salario, de la calidad del trabajo y del consumo. Los argentinos ya han experimentado este tipo de modelo pro-mercado y conoce sus efectos. Empezará por una gran devaluación de la moneda para terminar en una depresión del salario. Por los discursos y el sistema de intereses que representa Mauricio Macri, este pareciera ser la tendencia que tomaría su gobierno.
Podemos atrevernos a decir que de los cuatros modelos teóricamente posible, hay dos que están históricamente en juego. Es un argumento que está circulando en la sociedad, pero vale la pena en insistir en la importancia del sistema de relaciones e intereses que llevarán, a uno u otro candidato a inclinarse entre un modelo neo-desarrollista y un modelo rentístico.
Esto me lleva a mi tercer argumento. ¿Cómo se puede pensar, hipotéticamente los tipos de gobiernos de Scioli o de Macri en función de lo que en sociología llamamos sus disposiciones?
El gobierno de Scioli, por los tipos de acuerdos que está realizando y los anuncios de formación de gobierno será más propenso a lo que se ha llamado un gobierno en disputa. El Estado funciona en esos casos como el espacio de contención de múltiples tendencias contradictorias. El conflicto se queda en el Palacio en función de las relaciones de fuerzas que se establezcan en sus albores. En este sentido abre espacios de los posibles, no sutura la historia, permite su maleabilidad.
El gobierno de Macri se perfila más como un gobierno de alianza con la voluntad de subsumir a la lógica partidaria del PRO sus formas de gobierno. Sería en este esquema un gobierno en reacción de negociación, sin capacidad de contención del conflicto. Sin duda, como cualquier gobierno negociará con los actores sociales, pero más bajo la forma de un comercio conflictivo que de posibles articulaciones que permitan una dinámica reformista de la sociedad. Las negociaciones en estos casos obstruyen posibles transformaciones societales y normativas. La gramática de la política se declinará mucho más en clave de reacción y resistencia, muy lejos de las aspiraciones “republicanas” que motivan parte del electorado macrista.
Estos cuatro modelos de desarrollo y la diferencia entre un gobierno en disputa y un gobierno en reacción marcarán probablemente la experiencia de las y los argentinos en los próximos años. Pero para bien o para mal, la Historia no la hacen, solamente, los presidentes o sus gobiernos, tampoco, exclusivamente, sus decisiones y aciertos. La tendencia de encerrar los ciclos sociales de las democracias entre fechas electorales no permite entender la sociedad y sus cambios. Sin embargo las tendencias de largo plazo del capitalismo o las formas de gobierno que se avizoran aparecerán en filigranas, en narraciones cercanas a las experiencias de los votantes en este breve e intenso recorrido que nos queda hasta el 22 de noviembre. Más allá de los abismos pasionales y de los balances racionales, será finalmente la multitud de reflexiones sobre las experiencias pasadas y las posibles que sellarán nuestro destino común.
El laberinto donde se perdió Scioli – Por Joaquín Morales Solá
Daniel Scioli comenzó a trazar el plano de la derrota cuando dejó de ser Daniel Scioli. Perdió el único capital político que tenía, que consistía, precisamente, en no ser lo que apareció siendo en las últimas semanas. Se aferró a las prácticas del peor kirchnerismo (en política no importan las personas, sino el poder) y se alejó de las apariencias de político consensual que labró durante más de una década. Su perfil más agresivo se intensificó con los días y se profundizó aún más ayer, cuando llegó a la agresión personal contra su contrincante, Mauricio Macri, con quien compartió durante décadas la afición por el deporte, el origen común de hijos de empresarios y el amor por la Italia de sus padres.
La unanimidad de las encuestas que cerraron ayer señala una clara ventaja para Mauricio Macri en el ballottage del próximo domingo. Las tres más conocidas indican que esa ventaja podría ser de entre el 9 y el 12%. Una medición de una encuestadora nueva, que estuvo muy cerca de los resultados del 25 de octubre, amplía la ventaja al 16%. En verdad, una diferencia de más del 10% necesitaría que votos que fueron de Scioli, ya sea el 25 de octubre o los que se fueron luego con él, lo hayan abandonado para terminar recalando con Macri. No es un alternativa imposible y ni siquiera improbable, pero es difícil de pronosticar.
La primera conclusión de esos resultados es que el debate televisivo del domingo último y la intensa campaña negativa lanzada por el Gobierno no tuvieron ninguna consecuencia en el electorado. O una importante mayoría social no creyó en tales mensajes o esos argentinos tienen tal nivel de hartazgo que prefieren el riesgo a la continuidad. Peor: si los resultados fueran los que se pronostican, se habrá comprobado una vez más que las campañas negativas son contraproducentes en la Argentina. Es complicado explicar, así las cosas, que un hombre que nunca habló mal de nadie haya terminado ensuciándose en el barro de la política sin nivel ni calidad. ¿Podemos deducir, acaso, que durante 12 años nos perdimos el espectáculo de un Scioli sometido a presión? ¿Es el actual Scioli el que gobernaría a los argentinos en situaciones de extrema tensión? ¿Cuál es, en definitiva, el verdadero Scioli?
La campaña negativa no cesó en las últimas horas. Comisiones internas del gremio SMATA, que nuclea a los trabajadores de las automotrices, anunciaron que a partir del lunes iniciarán huelgas por los despidos que habrá durante una gestión de Macri. Sería un hecho absolutamente nuevo en la historia de las luchas sociales: por primera vez se haría una huelga por lo que supuestamente sucedería en el futuro y no por algo que sucedió. ¿O se trata sólo de una acción psicológica para atemorizar a los trabajadores de las fábricas de automóviles? SMATA es un gremio de afiliación kirchnerista e integra la CGT oficial.
Desde el propio gobierno de Scioli se convocó a jueces, mediadores judiciales y fiscales para recordarles que fueron nombrados por el actual gobernador bonaerense y que debían, por lo tanto, votar al candidato oficialista. La carta salió del Ministerio de Justicia provincial que conduce Ricardo Casal, un hombre que siempre guardó la compostura política y que, además, fue atacado por el kirchnerismo con sus peores armas. Cuesta imaginar la conversión de las personas cuando entran en el desconocido territorio de la desesperación.
Alguna vez Eduardo Duhalde le dijo a Scioli que su destino era ser Mandela, el presidente sudafricano que unió a la sociedad de su país después de una profunda división racial. Una ironía del destino colocó a Macri en el papel de Mandela. Ése fue su acierto. Le habló de unidad, de consenso y de diálogo a una sociedad cansada de confrontaciones, peleas y divisiones. En rigor, Macri tomó y aplicó la última estrategia de Sergio Massa: el cambio justo.
Al final del día, Macri se quedó con lo mejor de kirchnerismo (asignación universal por hijo; la educación pública, aunque mejorada, y un Estado presente, aunque eficiente). Y Scioli se mostró atrincherado al lado de lo peor del kirchnerismo: el cepo cambiario, la crispación, la difamación del adversario, y la metamorfosis de 6,7,8 en el más alto paradigma de la política argentina. Es difícil imaginar una estrategia de campaña peor que ésa. Ni siquiera su equipo de campaña tiene la culpa: cada decisión fue una decisión personal de Scioli contra la opinión de todos los que convocaba.
El propio kirchnerismo descarta un triunfo. Ellos también leen las encuestas. Y las encuestas pueden variar en los porcentajes, pero no en el orden ni en una clara diferencia a favor de Macri. La estructura peronista de la provincia de Buenos Aires, considerada imbatible durante demasiados años, dejó caer los brazos. El oficialismo tiene problemas ahora para conseguir fiscales. Ése fue un histórico problema de los que desafiaban al peronismo, pero nunca, hasta ahora, del peronismo. Algunos barones del conurbano han perdido las elecciones en sus municipios y no están dispuestos a gastar recursos y tiempo en una causa perdida. Los candidatos a intendentes que han ganado (varios del propio kirchnerismo) no tienen todavía la estructura en sus manos.
Scioli está en esa ratonera también por decisión propia. Gobernó Buenos Aires durante ocho años y nunca cultivó la construcción de una estructura propia. Los Kirchner se hicieron cargo de barones y punteros. Y ahora no hay ningún Kirchner en las boletas del próximo domingo. Scioli se conformaba siempre con estar en un buen lugar en las encuestas. Esas cosas sirven para las buenas épocas, pero desaparecen cuando lo que prevalece es la necesidad política.
¿Logrará Scioli reconstruir su relación con Macri? Nunca la vieja amistad volverá a ser como fue, aunque aparezcan en el futuro dándose la mano y dialogando. Macri, que jamás nombra a Scioli, está demasiado dolido para que esa reparación sea posible. Mucho menos desde ayer, cuando Scioli llamó a Macri «un creído de Barrio Parque». Scioli derribó así la última barrera de sus viejas inhibiciones. Jamás, decía, la política debe llegar al agravio personal. Pero prefirió hurgar en la posibilidad del agravio y descartó, al mismo tiempo, la opción de una derrota honorable. Fue la última decisión de su increíble conversión.