Travestismo político – Diario La Nación, Argentina
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
La noticia no es nueva, pero el hecho que la motiva actualiza el debate y profundiza la irritación: ¿qué es lo que lleva a un dirigente político a cambiarse de ropaje electoral en el medio de una campaña?, ¿qué determina el transfuguismo?, ¿en qué bases se asienta el travestismo ideológico?, ¿se está convirtiendo el panquequismo en una alternativa política en sí misma?
No hay una respuesta única para semejantes planteos, pues la predisposición humana para realinearse sin pruritos detrás de un objetivo al que el día antes se había defenestrado es vieja y existe en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, la asiduidad con que últimamente la practica una parte considerable de nuestra dirigencia, los abruptos saltos ideológicos y las excusas que pretenden explicarlos nos hablan de un fenómeno que va más allá de lo individual y que, lamentablemente, está afectando la credibilidad de toda la política.
Se advierte en muchos de esos casos un pragmatismo obsceno, fruto de la codicia de poder, cuando no de dinero. Arribistas de la política se encaraman rápidamente en candidaturas para las que no han hecho ningún mérito. La carrera política, abierta a todos los ciudadanos que quieren comprometerse con la cosa pública, se ha ido degradando. Se ha dejado de lado el aprendizaje, y la experiencia ya no parece ser un valor por exigir a una persona con ambiciones de gestionar o legislar.
Ese contexto de depreciación es un caldo inapreciable donde se cuecen los saltimbanquis de la política. Las plataformas partidarias ya casi no existen. Una encuesta puede más que la defensa y el sostenimiento de una idea. Van detrás de quien mide bien, no de quien mejor propone o argumenta. Y si los saltos ideológicos son marcados por estas horas, ni qué hablar de los garrochazos dentro de una misma fuerza.
Los últimos dos casos de transfuguismo político que se han hecho públicos en los últimos tiempos describen perfectamente esta situación. Francisco de Narváez, reciente ex candidato de Sergio Massa, ha expresado públicamente su voto en favor de Daniel Scioli, el postulante del kirchnerismo. No es el primer volantazo de De Narváez, pero tal vez sea el más abrupto. ¿Qué decía De Narváez de Scioli y de Cristina Kirchner en elecciones pasadas en las que jugaba de opositor y que incluso llegó a ganarle en las urnas a Néstor Kirchner? Que el actual gobernador bonaerense dañaba a la provincia y que no era capaz de defenderla genuinamente, mientras pedía al electorado elegir entre él y «Ella», por la Presidenta, ya que consideraba insuperables sus diferencias con el kirchnerismo. De Sergio Massa, en tanto, sostenía que merecía llegar a la presidencia «porque tiene la vitalidad y el coraje» para lograrlo.
Mónica López, que participó en las últimas PASO en la boleta de Massa como candidata al Parlasur, decía que Scioli había abandonado a la provincia, que la dejó «devastada». La mujer, más conocida por la frivolidad de haberse mostrado en una revista con su colección de 240 pares de zapatos y por ser la esposa del gremialista petrolero y jefe del bloque de diputados nacionales del Frente Renovador, Alberto Roberti, ha saltado al sciolismo sin siquiera ruborizarse.
Hay muchísimos ejemplos más, entre ellos los intendentes que dejaron el kirchnerismo para correr a los brazos de Massa cuando las encuestas lo daban como un candidato imparable para enfrentar al Gobierno, los mismos que, caído en los sondeos el ex intendente de Tigre, volvieron al redil oficialista superando incluso el entusiasmo con el que lo habían dejado.
Dada la situación, hasta podría sonar injusto hablar de «borocotización de la política» para resumir este tipo de camaleonismo en referencia a Eduardo Lorenzo «Borocotó», el conocido médico pediatra que saltó al kirchnerismo en 2005 días antes de tener que asumir en la banca que ganó compitiendo por el sector de Mauricio Macri. Como ya hemos dicho desde estas columnas, lo que asombra ahora no es tanto el crimen, sino la frecuencia con la que se lo comete.
En definitiva, toda esta situación nos habla claramente de la crisis de los partidos políticos en nuestro país. La falta de entidad de esas agrupaciones -en algunos casos, simples cascarones, vacíos de todo contenido- es una invitación al travestismo. Por otro lado, es más fácil decir: «Fulano me decepcionó y por eso me voy de su lado» que explicar, de un día para el otro, el abandono de un partido o de una idea de la que en su momento se sirvieron. No se critica aquí la evolución de un pensamiento, sino el mero oportunismo.
Del cursus honorum con el que se definía a la carrera política y al escalamiento en la función pública en la antigua Roma poco parece quedar entre nosotros. Los políticos llevan buena parte de la responsabilidad, pero como sociedad no podemos hacernos los desentendidos. Vivimos en una anestesia progresiva, que nos está llevando a aceptar lo que no debería ser aceptable, a no exigir. Es hora de sentarnos a repensar lo hecho con la mirada puesta en aprender del pasado para repensar el presente e intentar mejorar el futuro.