La ruleta rusa argentina – Por Emilio Cafassi
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El domingo 25 se celebrarán las elecciones presidenciales orientando el futuro político del país por 4 años. No está en juego exclusivamente la presidencia (y la vicepresidencia) ya que se elegirán además 130 diputados, 24 senadores y –por primera vez- 43 parlamentarios del Parlasur. Sin embargo, en un régimen político presidencialista potenciado por una cultura personalista, farandulera y caudillista, el devenir estará signado prioritariamente por la titularidad del poder ejecutivo, que disputarán entre seis candidatos, la mayoría de los cuales poseen asombrosas similitudes entre sí.
Por el lado del oficialismo se presenta Scioli, una suerte de satélite gelatinoso y acompañante paciente de las gestiones menemista, duhaldista y kirchnerista(s), en diversas funciones claves. Triunfador de la interna sin tener que disputarla electoralmente siquiera, gracias a la sola exhibición de resultados encuestológicos y algún probable pacto en el estrecho cónclave presidencial que excluyó cualquier oposición a cambio de algunas concesiones en candidaturas subalternas. A pesar de los denodados esfuerzos de los voceros del kirchnerismo por devaluar y hasta humillar la figura de Scioli mientras exploraba alternativas electoralmente ganadoras, finalmente la sucesión quedó representada por quien –aparentemente- menos la representaría. Los cinco restantes, encarnan el arco opositor, Macri, el actual Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, de estirpe acaudalada aunque con cierto discurso concesivo y demagógico para con el peronismo. Otro tanto ocurre con el tercer candidato, ex jefe de gabinete del gobierno de Fernández de Kirchner, Massa, Intendente del partido de Tigre en cuanto a sus orígenes ideológicos. El cuarto, Rodríguez Saa, quién fuera gobernador de la provincia de San Luis y ex presidente por escasos días en la sucesión discreta de primeros mandatarios durante la debacle del 2001, podría ser considerado, inversamente, de linaje peronista. Los dos restantes provienen de tradiciones ajenas al movimiento hegemónico de la última década. Stolbizer es una dirigente del ala tenuemente progresista de la Unión Cívica Radical (tal su sigla, no su orientación que es de centro derecha) y el último, Del Caño, un joven diputado trotskista que venció en la interna a un consuetudinario multi candidato histórico del otro componente del frente electoral que conformaron, no sin agrias disputas internas.
La disyuntiva que se presenta opone un clima político cuatrienal que en el mejor de los casos podrá estar entre un grisáceo otoño destemplado y el más crudo de los inviernos. Salvo una nueva sorpresa –tan habitual en la tradición política argentina que no es sino la ausencia de política- el progresismo, si es que alguna vez lo hubo, fenece en dos semanas. Tomando las proyecciones de catorce empresas encuestadoras, todas ellas coinciden en la victoria del candidato oficialista. Siete concluyen la probabilidad de que lo logre en primera vuelta y las restantes se inclinan por un incierto ballotage. Seis de ellas entre Scioli y Macri y una entre Scioli y Massa. Todas les proyectan a estos tres candidatos entre el 85 y 90% del total de las preferencias electorales, un muy discreto papel al “progresismo” de Stolbizer y probabilidades irrelevantes para los dos restantes. Me concentraré en los tres principales que reúnen la casi totalidad de las preferencias electorales y comparten perfiles muy significativos. Aquí algunos.
Ninguno proviene de sectores populares ni de la clase media. Son hijos de empresarios. Los tres desconocen la universidad pública habiéndose formado en universidades privadas, dos de los cuales lograron la graduación muy recientemente mientras ocupaban altos cargos públicos o estaban en campaña. Los tres son millonarios en magnitudes desiguales aunque todos ellos sufrieron procesos judiciales por inconsistencias en sus declaraciones juradas de bienes y fueron indagados por enriquecimiento ilícito. Macri además está procesado por ordenar escuchas ilegales (que incluyeron a algunos familiares propios) como primera medida de creación de la policía metropolitana. Los tres son fervientes católicos. Los tres dicen ser amigos de los principales miembros de la farándula y no tienen escrúpulos en participar en programas televisivos como el de Marcelo Tinelli. Todos ellos además provienen de experiencias políticas de derecha y ultraderecha, cosa que aconseja detenernos en este punto por algunas líneas más.
Scioli, conocido en el país por haber logrado títulos “deportivos” en la motonáutica llega a la política de la mano de Menem, quien promovió a cargos electivos a varios personajes famosos que lo apoyaban como por ejemplo el cantante Palito Ortega. De este modo Scioli es electo diputado en 1997 integrando el bloque menemista. A partir del 2002 fue secretario de deportes durante las presidencias de Rodríguez Saa (precisamente el cuarto candidato mencionado) y Duhalde. En 2003 pasó a ser vicepresidente acompañando a Kirchner. La secuencia del menemismo hacia el posterior duhaldismo no podría ser objeto de tensión en el kirchnerismo ya que es idéntica a la del matrimonio presidencial y a casi todos los miembros de sus gabinetes. Sin embargo, Scioli se mantuvo en una rara combinación de reivindicación de la trayectoria de sus antiguos líderes y de dubitativo acompañamiento al giro progresista del oficialismo que él mismo encarnaba. Ya como gobernador de la Provincia de Buenos Aires, cuando logó mayor autonomía en un cargo ejecutivo para aplicar políticas propias, lo hizo con inocultable raigambre duahaldista como en el caso de la presentación del Código Contravencional en el que se penalizan las protestas sociales, la iniciativa de pedido de baja de edad de imputabilidad y una estrategia de seguridad basada en el reforzamiento de la magnitud e injerencia policial, precisamente de aquella más implicada en el narcotráfico, la trata de personas y la tortura. Al punto que en uno de los spots de campaña, se presenta hoy con un ejército de policías a sus espaldas. A la vez, al igual que Duhalde, ponderó el juego como una creciente actividad recaudatoria y debió enfrentar serias investigaciones judiciales sobre el Instituto Provincial de Loterías y Casinos a cargo de uno de sus mejores amigos. Es el típico político de mano dura con dosis de concesión asistencialista.
Macri es en toda la acepción de la palabra un heredero. Su notoriedad llegó al asumir la presidencia del masivo club de fútbol Boca Juniors desde donde nunca dejó de reconocerse como admirador del gobierno neoliberal de Menem a quien definió como “el gran transformador”. Dudó públicamente en varias oportunidades sobre encarar su carrera política desde el peronismo o hacerlo desde una agregación política propia, hasta que en el 2003 fundó su propia alternativa partidaria aliado con el derechista López Murphy. Su hoy aliada Carrió lo definió como “uno de los que se robaron la patria” por el hecho de que las empresas familiares resultaron beneficiadas (en dos oportunidades) por la asunción de sus deudas por parte del Estado. Su fuerza política, el “PRO”, logró aglutinar a casi todo el arco derechista que fue desperdigándose ante la derrota de Menem y su posterior alianza con el kirchnerismo, aunque con un tono más desacartonado que el de los exponentes más duros de los años ´80 y ´90. Apoyándose en lugares comunes de la antipolítica y la simulación (véase al respecto mi artículo del 16 de agosto) presenta una cara más lavada e imprecisa. Su propuesta es tan vaga como mejorar lo bueno y cambiar lo malo. Al igual que al resto, le da lo mismo cualquier organización política porque la carrera es personal, no colectiva. Su disputa es por el poder, no por la ideología o el proyecto.
Por su parte, Massa, se inició de joven en la Unión de Centro Democrático (UCD) liderada por la familia Alsogaray que finalmente resultó cooptada por el menemismo durante su larga vigencia aunque hoy sus simpatizantes y exponentes se encuentran referenciados casi excluyentemente en el PRO. Esta suerte de cooptación es la que, por recomendación del sindicalista ultramontano Barrionuevo y la diputada Caamaño, decide migrar al peronismo desde donde atravesó sin conflictos todas las mutaciones hegemónicas internas, pasando del menemismo al duhaldismo, de éste al kirchnerismo hasta ser desplazado y prácticamente obligado a presentarse como un alternativa independiente. De todas formas, el periodista Diego Genoud en su libro sobre el candidato sostiene que si bien en lo político es el más apegado a la peor derecha del peronismo, representa por sus asesores económicos y referencias, algo del perfil más industrialista del primer mandato de Kirchner. En lo económico se presentaría como la opción menos regresiva.
Por último, las arquitecturas políticas de los tres son idénticas, o para decirlo más claramente, carecen de partido. No existe orgánica, militancia (que no sea rentada), discusiones o elaboraciones de base que puedan influir en la línea política o programa. Los candidatos y los voceros están en manos de los asesores de imagen contratados para tal fin. Representando algo así como el pan (o pos) peronismo, ninguno proviene de allí.
Queda develar si al cargador electoral le extrajeron alguna bala porque las próximas elecciones serán una verdadera ruleta rusa.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.