La Corte Constitucional de Colombia determinó que los colegios deben abordar la diversidad sexual
La sentencia de la Corte Constitucional de Colombia sobre el caso de Sergio Urrego, obliga a los colegios a hacer cambios estructurales en su manera de abordar la diversidad sexual. Sentiido plantea algunos de los desafíos que enfrentan.
El caso de Sergio Urrego tiene, al menos, dos caras evidentes.
Una, la representa la Procuraduría General en cabeza de Alejandro Ordóñez, quien le solicitó a la Corte Constitucional -sin resultado alguno- que prohibiera en los colegios las expresiones de afecto.
De esta manera, el procurador justifica que las directivas del Gimnasio Castillo Campestre hayan tomado medidas en contra de este joven, utilizando como excusa una foto en donde él se da un beso con su novio, un compañero de clase.
Es decir, en vez de censurar el comportamiento de las directivas de esta institución educativa, el procurador envía el mensaje de que hicieron lo correcto o de que Sergio “se buscó” el acoso que vivió por expresarle su afecto a su pareja.
Otra representante de esta misma cara de la historia es Amanda Azucena Castillo, la rectora del Gimnasio Castillo Campestre, quien el 4 de agosto de 2015, el día en que se conmemoró el primer aniversario de la muerte de Sergio, dijo en diferentes medios de comunicación que el colegio solamente cumplió con su labor educativa.
La otra cara la representa la Corte Constitucional, entidad que mediante la sentencia T- 478 de 2015, les exige a las directivas de las instituciones educativas ser respetuosas de la orientación sexual y de la identidad de género de sus estudiantes.
Esta sentencia tiene origen en una acción de tutela interpuesta por Alba Reyes, la mamá de Sergio, con la asesoría de la ONG Colombia Diversa, por las violaciones de derechos fundamentales que sufrió su hijo en el Gimnasio Castillo Campestre.
Según explicó Colombia Diversa en un comunicado de prensa, la Corte le ordenó al Ministerio de Educación aplicar la política de convivencia escolar y revisar todos los manuales de convivencia de las instituciones educativas del país, para garantizar que respeten las diferentes orientaciones sexuales e identidades de género.
También le ordenó cumplir con la Ley 1620 de 2013: “por la cual se crea el sistema nacional de convivencia escolar y formación para el ejercicio de los derechos humanos, la educación para la sexualidad y la prevención y mitigación de la violencia escolar”.
El Ministerio de Educación deberá verificar que las instituciones educativas cuenten con comités escolares de convivencia y con rutas de atención integral para el acoso escolar.
Lo solicitado por la Corte al Ministerio y, en últimas a los colegios, va más allá de implementar unos cambios de forma: implica que las instituciones educativas empiecen a cambiar su percepción sobre la diversidad sexual. Que dejen de verla como una amenaza, algo “anormal” o un tema del que no debe hablarse, sino como un aspecto más de la realidad.
Para facilitar este “cambio de chip”, Sentiido reunió algunos de los puntos clave que sería importante que directivas y docentes de colegios tuvieran en cuenta:
1. Promover respeto para todos sus estudiantes, no solamente para algunos:
Esto significa que los manuales de convivencia de los colegios deben incentivar el respeto por todos sus estudiantes sin distinción de ningún tipo. En ocasiones, solamente mencionan: “sin importar su raza, características físicas o credo religioso”, pero no incluyen la orientación sexual ni la identidad de género.
En otros casos hablan de respeto en general y consideran que con esto es suficiente. Sin embargo, como en algunos espacios educativos aún es bien visto censurar la homosexualidad y el transgenerismo, la omisión de estas características en los manuales de convivencia, puede ser utilizada como argumento en caso de que se presente un acto de discriminación por este motivo. Finalmente, dirán, el manual no dice nada al respecto.
Ahora, si en este documento se especifica el respeto por las personas negras, blancas e indígenas, también debería incluir homosexuales, bisexuales, lesbianas y trans (LGBT).
2. Garantizar la formación de directivas, docentes y padres de familia:
Se tiende a creer que los programas de educación sexual deben estar dirigidos exclusivamente a estudiantes. Sin embargo, ellos no son los únicos que forman parte de la comunidad educativa.
De ahí la importancia de establecer programas específicos para directivas, docentes y padres de familia. Finalmente sus prejuicios y desconocimiento sobre diversidad sexual y género, son los que impiden que los estudiantes aprendan al respecto.
De hecho, aún hay directivas y docentes que prefieren no incluir en sus programas temas concernientes a orientaciones sexuales e identidades de género, porque consideran que esto es “fomentar” que sus alumnos se salgan de lo que ellos piensan es la única manera correcta de existir: la heterosexualidad.
En ocasiones también dicen que respetan a lesbianas, gais, bisexuales y trans, pero acompañan esta frase con un: “no comparto su vida ni que la pongan en evidencia”. En otras palabras, los aceptan siempre y cuando los hombres no se salgan de lo que consideran masculino y las mujeres de lo femenino.
Creen que el respeto hacia niños y adolescentes LGBT equivale a permitir su existencia, mientras que se acojan a las normas heterosexuales. En últimas, mientras que no tengan libertad de ser como realmente son.
Es frecuente, por ejemplo, que un docente entienda que un niño presente dificultades de aprendizaje, pero le cuesta aceptar que se sienta atraído por personas de su mismo sexo. En otras palabras, lo primero les parece normal y lo segundo anormal.
Es entonces cuando intentan buscar alguna causa: el niño es muy consentido o no tiene mayor presencia de la figura paterna, como si una orientación sexual no heterosexual fuera un asunto que debiera remediarse. Parten de la base de que los niños nacen heterosexuales y que por alguna razón, susceptible de corregirse, se “desviaron” del camino.
3. Revisar el “currículo oculto”:
Se trata de aquellas ideas y conceptos que, a pesar de no estar incluidos de manera explícita en el proyecto educativo institucional (PEI), influyen en la manera de ser y de pensar de sus estudiantes. El currículo oculto incide a través de costumbres, normas y del lenguaje utilizado en el colegio.
Una muestra de esto son los ejemplos puestos en clase donde solamente hay espacio para personas y relaciones heterosexuales, lo que en últimas comunica que la heterosexualidad es lo correcto o que está por encima de la homosexualidad.
En muchos casos los docentes omiten la orientación sexual homosexual o bisexual de personajes históricos. Aunque algunos dicen que no es importante mencionar esto, sí suelen nombrar a la pareja o su estado civil cuando se trata de una figura heterosexual.
Otros ejemplos de cómo opera el currículo oculto son: cuando el colegio solamente escoge textos escolares que dejan a un lado la diversidad sexual, cuando en los salones de clase se establecen esquemas rígidos sobre el comportamientos esperado en mujeres y hombres y cuando la discriminación contra jóvenes homosexuales o bisexuales, como Sergio Urrego, no son objeto de análisis ni reflexión.
Ahora, en los espacios escolares, donde muchos niños y jóvenes empiezan a reconocerse como LGBT, no existen comités que los apoyen ni orienten. Tienen grupos de medio ambiente, política, deportes… ¿Por qué no tener, entonces, uno de diversidad sexual?
4. La misión de los colegios no es fomentar el ideal de masculinidad en los hombres ni de feminidad en las mujeres:
Entre las funciones de los espacios educativos no está incentivar ese rígido modelo según el cual los hombres deben ser fuertes, agresivos, poco sensibles y conquistadores y las mujeres sensibles, sumisas y delicadas.
Creer esto ha llevado a que en algunas instituciones escolares se interprete como desviación o patología las expresiones que se salen de ese modelo. Por esto es importante que directivas y docentes dejen atrás la idea de que su objetivo es uniformar mentes y cuerpos e ignorar la diversidad existente.
5. Apostarle a una verdadera educación sexual y no a una exclusivamente heterosexual:
El programa de educación para la sexualidad y construcción de ciudadanía del Ministerio de Educación incluye módulos obligatorios correspondientes a diversidad sexual y de género. Sin embargo, cada colegio es autónomo en la manera de implementarlo.
Por esto, muchas veces lo limitan a la vida sexual como un modelo heterosexual reproductor. No solamente se ignora la homosexualidad, la bisexualidad y el transgenerismo, sino la sexualidad como acto de placer o sin fines reproductivos.
Además, desde la primera infancia se enseña que el papá ama a la mamá, sin dar otra opción. Y esto se repite a lo largo de la vida escolar. El reto está en educar en diversidad: enseñar que no todos los niños son iguales sino que hay diferentes orígenes, religiones, apariencias físicas y modelos de familia, entre otros.
En ocasiones el problema radica en que los programas de educación sexual están a cargo de docentes con prejuicios sobre las orientaciones sexuales no heterosexuales y con un profundo desconocimiento de los temas de identidad de género.
Finalmente, el hecho de ser profesor o psicólogo no habilita a una persona para abordar de manera apropiada la diversidad sexual. De ahí la importancia de que estos temas se incorporen en la formación docente.
6. Vincular la diversidad sexual en los currículos educativos:
Una verdadera educación sexual debería ir más allá de un programa independiente para atravesar, de manera transversal, el proyecto educativo institucional (PEI).
Una manera de hacerlo es a través de la clase de literatura. Entre las lecturas para los más chiquitos, podrían incluirse cuentos que vayan más allá de las princesas que se enamoran de príncipes. En esta tarea también aportaría que las editoriales encargadas de producir textos escolares, incluyeran mayor diversidad en sus propuestas.
En conclusión…
Las instituciones escolares deberían tener en cuenta que el problema no es que exista diversidad sexual y de género, sino que la escuela se niegue a reconocerla.
También es hora de que los colegios contemplen la creación de políticas educativas que promuevan la inclusión, el libre desarrollo de la personalidad y la autonomía, y que abiertamente rechacen la discriminación, incluida la que tiene razón por orientación sexual e identidad de género.
Este llamado de la Corte Constitucional a las instituciones educativas es una oportunidad para que estas reafirmen los principios de igualdad, respeto por las diferencias, pluralismo y rechazo contra cualquier forma de violencia.