Joaquim Levy, ministro de Economía brasileño: “Las turbulencias políticas en Brasil no ayudan a la economía”

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Por Antonio Jiménez Barca y Carla Jiménez 

El ministro de Economía brasileño, Joaquim Levy (Río de Janeiro, 1961), vive desde su elección en enero en el centro del huracán. Los especialistas lo describen acorralado por los malos números de las cuentas públicas y por su soledad de hombre que ha trabajado para Ejecutivos de distintos colores dentro ahora de un Gobierno comandado por el Partido de los Trabajadores (PT), de centro izquierda, la formación de Dilma Rousseff.

En vísperas de su viaje a España, Levy, tranquilo, aseguró que no piensa dimitir. Los rumores sobre su marcha o su permanencia afectan a la cotización del real, expuesto a la peor recesión en 15 años y a una previsión de caída del PIB del 2% este año. Las tensiones entre el Gobierno y un Congreso hostil se traducen en un cruce de zancadillas. La presidenta Rousseff repta por los sondeos con un mísero 8% de aprobación. Pero el cuestionado Levy, de más de 1,90 de altura, de trato exquisito, formado en la muy liberal escuela económica de Chicago y llamado a contener el gasto, hacer recortes y devolver la salud a la marchita economía brasileña, se siente optimista. Y sonríe.

Todo el mundo mira para Brasil, y Brasil sigue en la depresión económica, ¿Por qué?

Hay que tener en cuenta que nuestros dos principales socios económicos, Estados Unidos y China, están cambiando de política económica y nos afecta. El cambio en EE UU ha revalorizado el dólar, y China ha terminado con la política de inversión a ultranza. Y Brasil está en medio de ese cambio, afectado además por la bajada del precio de las materias primas. En 2007 o 2010 teníamos más colchón fiscal pero ahora es muy delgado. No nos recuperamos porque tenemos que hacer una transición estructural, como han hecho algunas regiones españolas después de la crisis, por ejemplo. Las turbulencias políticas tampoco ayudan, y hacen que la gente se retraiga de consumir e invertir

En enero, los economistas decían que Brasil volvería a crecer a partir de septiembre. Después, que en 2016, ahora ya hablan de 2017…

Bueno, ni tanto ni tan calvo. Lo importante es no descarrilar. El balance externo comienza a equilibrarse, aunque la demanda interna no se reactiva por razones no económicas.

Por la inestabilidad política…

Sí. Aunque yo soy más optimista ahora que hace un tiempo. Estamos mejor que hace tres meses. Los intereses del Gobierno y los del Congreso están convergiendo. Tenemos una agenda común para mejorar las infraestructuras y sobrevivir en este nuevo mundo de materias primas a la baja. Tenemos que mejorar el mercado de trabajo, reformar las pensiones y, además, reducir gastos del Gobierno. No es sólo hacer recortes por hacerlos, sino escoger, porque aquí durante los años de vacas gordas muchos de estos programas fueron creciendo. Son recortes obligatorios que no tienen que afectar el bienestar de las personas.

En la crisis europea, en Portugal, Grecia y España se practicó un ajuste fiscal que rebajó el nivel de vida de las personas…

Bueno, pero en Brasil es que hay cosas que funcionan de forma muy ineficaz.

Pónganos un ejemplo.

R. La sanidad, sin ir más lejos. Aquí muchas veces la justicia debe intervenir para dictaminar si fulano o mengano tiene derecho a un tratamiento caro. Con menos burocracia, se atendería a más personas con menos dinero. La organización es muy importante.

¿Y en la educación también hay que recortar?

Ahí le pongo otro ejemplo: el sistema de becas para que estudien alumnos pobres en universidades privadas. De acuerdo, yo pago la beca, pero tiene que haber un mínimo de calidad. O yo pago pero usted no puede repetir un año. Se pone esa regla y todo el mundo lo entiende y lo apoya. Tenemos una nueva clase media que, por un lado, tiene más expectativas pero que también se da cuenta de quién paga las cosas.

Da la impresión de que se encuentra aislado en el Gobierno con sus medidas de recorte…

R. No me importa nada si estoy aislado o no. Lo que cuenta es que se haga lo que se tiene que hacer. Estamos tomando las medidas que van a permitirnos salir de la crisis, manteniendo la responsabilidad fiscal, lo que es esencial para que los mercados inviertan. Al final, lo que cuenta son las acciones.

Pero las acciones las deciden las personas.

El Gobierno ha avanzado. Todo Gobierno va para un lado y para otro. Pero la presidenta ha dicho que tenemos que abrir la economía y llevar a cabo reformas estructurales.

¿Y cuándo volverá a crecer Brasil?

En algunos puntos, ya lo hacemos. Y si no existiera este componente político, todo sería más palpable. En 2016 tendremos ya trimestres con crecimiento. No tengo la más pequeña duda sobre eso. Hay que tener en cuenta que las remontadas económicas brasileñas son rápidas. Es verdad que la venta de materias primas ha caído. Pero ¿significa esto el fin del mundo? No. Tenemos un mercado interno de 200 millones de personas, un mercado dinámico, joven, con una demografía muy positiva. Eso no puede fallar.

Durante toda la semana se ha especulado con el hecho de que usted iba a abandonar el Gobierno por divergencias políticas con varios ministros. ¿Va a dimitir?

No tengo la intención de hacerlo.

¿No es difícil tranquilizar al mundo económico internacional cuando el país vive en un sobresalto continuo?

Estamos en medio de una travesía que ha implicado un cambio en la política económica. Y esto se une a las turbulencias políticas. La presidenta, por ejemplo, toma medidas arriesgando su popularidad. Pero ella sabía que tenía que hacer cambios. Es un momento al que hay que responder con serenidad.

Pero esas turbulencias se esperaban. Cuando usted fue elegido, todo el mundo señaló que era un ministro muy a la derecha de lo que significa el PT.

Bueno, pero yo continúo en el mismo sitio en el que estaba cuando era secretario del Tesoro en los tres primeros años de su Gobierno, desde enero de 2003 a marzo de 2006. Exactamente en el mismo sitio. Sigo hasta con la misma corbata. Lo que no sé es si el PT está en el mismo sitio, pero yo sí que lo estoy. Esta frase es peligrosa, por cierto.

El País

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