El desarrollo argentino y la economía popular – Por Andrés Asiaín

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En los últimos años, el crecimiento de la economía argentina se ha desacelerado. Si bien se logró sostener los niveles de empleo, el poder de compra de los salarios y las jubilaciones, no se pudo continuar avanzando en la inclusión social de amplios sectores que se desenvuelven en el difuso espacio de la informalidad.

Las restricciones al crecimiento económico que se visualizan en las presiones sobre el dólar son la manifestación de los límites que imponen las estructuras económicas e inserción internacional de un país periférico cuando quiere avanzar en la inclusión social de las mayorías. La ampliación del consumo de la mano de la mejora de los salarios y las prestaciones de la seguridad social, del gasto social y en infraestructura, que impulsa la producción y el empleo, derrama en un incremento de la importación de maquinarias, insumos de la industria automotriz y electrónica, combustibles para la generación de energía, demanda de dólares por las grandes empresas para remitir al exterior, turismo de los sectores medios y ahorro de trabajadores que esperan alcanzar el sueño de la vivienda propia.

Es decir, el crecimiento económico con inclusión social deriva en una creciente demanda de dólares que al no poder ser abastecida por nuestras ventas externas, golpeadas adicionalmente por la baja de las materias primas y la situación de Brasil, termina por poner un freno a la expansión de la actividad económica.

Ante a esa situación, los sectores conservadores plantean aceptar la condición de nación periférica, reduciendo la producción y el consumo hasta los límites permitidos por nuestra estructura económica e inserción internacional.

Esa administración del subdesarrollo, busca estabilizar el dólar por la vía de la reducción de los salarios, las jubilaciones, deprimiendo el consumo, la producción y la inversión de los sectores ligados al mercado interno con la consecuente ampliación de la exclusión social dentro de la clase trabajadora.

Frente a esa posición, el movimiento Nacional plantea la alternativa del Desarrollo, es decir, realizar las transformaciones en nuestra estructura económica e inserción internacional que permitan continuar ampliando la inclusión social.

El debate del Desarrollo

Haciendo la analogía entre el lugar de las naciones en la economía global, con el lugar que ocupa una familia en la economía de una ciudad o pueblo, el debate sobre el desarrollo de las naciones periféricas es similar al que se le plantea a una familia humilde que quiere progresar socialmente.

La concepción tradicional de desarrollo, que mira a los Centros imperiales como objetivo a alcanzar, es similar a la de la familia humilde que quiere llegar a millonaria, vivir en un lujoso country o torre, tener varios autos, departamentos en el exterior, viajar frecuentemente a Europa o EE.UU., etc. Frente a esa concepción, la visión del buen vivir puede asimilarse a quienes desean simplemente tener un ingreso estable, una vivienda digna, cuidados de salud, educación, hacer un asado el fin de semana, irse de vacaciones a la costa, etc., sin que ello implique lujos ni gastos excesivos.

La visión tradicional del desarrollo (con sus matices nacionalistas y desarrollistas), plantea la necesidad de un salto de inversiones productivas que permita modificar la inserción internacional de la economía (sustituyendo importaciones e incrementando las ventas externas). De esa manera, se desplaza la restricción de dólares permitiendo un crecimiento acelerado que amplíe la inclusión social mediante la creación de empleo registrado con derechos sociales e ingresos que permitan satisfacer las pautas de consumo globalmente hegemónicas.

Ese desarrollo tradicional implica el desafío de romper las trabas que impone a la movilidad social ascendente de una nación y a la inclusión social por la vía del mercado laboral formal de su población, un capitalismo globalizado donde la corporación trasnacional ha puesto en competencia a los pueblos del mundo por la atracción de inversiones. Esa desigual correlación de fuerzas derivó en un esquema productivo que combina las más modernas tecnologías productivas aplicadas a escala global con las peores prácticas de explotación laboral.

Frente a esas dificultades, la economía popular plantea que se puede avanzar en la inclusión social de las mayorías por caminos alternativos, sin necesidad de esperar el éxito del desarrollo en su sentido tradicional y el derrame de sus beneficios a la población por la vía del mercado laboral. Para ello se requiere dejar atrás la idea de situación transitoria de la economía popular, que merece una asistencia social hasta que sus integrantes sean absorbidos por la economía formal.

Para avanzar hacia un abanico de políticas asociativas y organizativas, de apoyo estatal, de transferencias entre sectores económicos y sociales, que formalicen la economía popular, brindándole derechos sociales a una serie de actividades que hoy se desenvuelven en el difuso espacio de la informalidad: agricultura familiar, recicladores urbanos, feriantes, fábricas recuperadas, buscas, etc.

Dos visiones no necesariamente dicotómicas, que combinan la búsqueda del Desarrollo Nacional en el orden internacional, con el Desarrollo Popular al interior de la Argentina.

*Economista argentino. Directivo del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz

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