PASO para 15, pero sólo pesan dos y ¿algún tercero que desempata? (Argentina) – Por Ignacio Zuleta
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El país político paraliza las tareas de campaña hoy desde las 8 a la espera de que se abran las urnas el domingo en el segundo ejercicio en cuatro años de las primarias obligatorias para elegir y validar candidatos a presidente. Hay quince anotados a competir y el ticket que pretenden opaca el resto de la elección de esa jornada; incluye internas para elegir diputados y senadores nacionales, legisladores al Parlasur en dos categorías, gobernadores en seis provincias entre las cuales está la de Buenos Aires, que ofrece la disputa entre los peronistas Julián Domínguez y Aníbal Fernández como el segundo escenario de relevancia.
De los quince postulantes que buscarán espacio para estar en las urnas el 25 de octubre hay un pelotón que marcha al frente en las expectativas del público: Daniel Scioli es candidato único por el oficialismo del Frente para la Victoria. La liga Cambiemos, por su lado, deberá elegir entre el jefe del PRO, el gobernante porteño Mauricio Macri, el senador radical Ernesto Sanz y la radical disidente Elisa Carrió. El kirchnerismo disidente, por su lado, enfrenta en un mismo lema al diputado Sergio Massa y al gobernador de Córdoba José Manuel de la Sota. La presunción de una polarización y el rol de la tercera fuerza como fiel de la balanza que puede volcar tendencias en uno u otro sentido en las elecciones de octubre hace que la atención sobre los resultados del domingo se fije en esos tres lemas. El resto de los postulantes son Margarita Stolbizer, radical disidente en lista única con el apoyo de militantes de la UCR y del socialismo, el expresidente Adolfo Rodríguez Saá, el diputado Víctor de Gennaro. Por la izquierda compiten dentro del mismo lema Jorge Altamira y Nicolás del Caño, (FIT) y van en lista única Alejandro Bodart, Mauricio Yattah y Manuela Castañeira. Cierra el pelotón un partido de centro derecha que lleva como candidato a Raúl Albarracín.
Aunque se parece mucho a una elección general, en lo técnico la elección según el sistema de las PASO es antes que nada una manifestación de preferencias del electorado que en algunos casos sirve para elegir a uno de los que van por el mismo lema, pero que en realidad lo único que hace es validar las candidaturas. Quien pierde dentro de un lema o quien no alcance el 1,5% del padrón queda afuera de competencia.
En lo político, el producto más importante de las PASO es el recuento de adhesiones que revela para cada formación y para cada candidato. Eso le ha valido la caracterización como la gran encuesta de opinión que señala el rumbo del humor colectivo frente a las elecciones en serio, que son las generales del 25 de octubre. Desde esta óptica también es válida la caracterización de las PASO como la verdadera primera vuelta electoral. En 2011, cuando debutó el sistema, el peronismo alcanzó en las PASO del 14 de agosto un 50% de los votos sobre el total de los electores. Con ese sólo resultado se instaló que el oficialismo ganaría en primera vuelta, algo que efectivamente ocurrió en la reelección de Cristina de Kirchner por un porcentaje aún mayor.
Por esa condición virtual de encuesta y de simbólica primera vuelta es que las fuerzas que disputan el poder en el vértice del sistema hagan esfuerzos de campaña como si se tratase de una elección ya de cargos. Para la elección del domingo, por ejemplo, el peronismo se dio a la estrategia de imponer la mayoría de votos más cercana al 50% de manera de previsionar una victoria en primera vuelta el 25 de octubre. Con ese propósito desarmó la disputa que se había planteado entre los precandidatos Scioli y Florencio Randazzo de manera de concentrar todo el voto de sus seguidores en una sola nominación. De haber persistido esa interna hubiera corrido el riesgo de que, aun ganando el FpV en cantidad de votos frente a los demás partidos, el ganador individual sacase menos votos que un opositor, por ejemplo Mauricio Macri.
Con la imposición de Scioli en lista única el peronismo tomó una significativa ventaja frente a los demás, especialmente frente a Cambiemos, cuyos precandidatos estuvieron distraídos en los últimos meses en mantener una odiosa convivencia mientras que Scioli ya podía entregarse a disputar posiciones sin lastres internos. La decisión de Randazzo de no aceptar ir como cabeza de una lista única a las PASO para la gobernación de Buenos Aires le restó valor a esa estrategia ya que el oficialismo provincial se enredó en una puja interna que tiene final abierto entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández que pudo evitarse en función de lo que se quiere sacar de las PASO, la idea de un triunfo en primera vuelta. La hipótesis del Gobierno es que un balotaje sigue abierto para cualquiera y que su mejor chance es ganar en primera vuelta y evitar que en una segunda ronda electoral los adversarios se le enfilen todos en contra y dobleguen a su candidato.
En Cambiemos primó otra estrategia: les basta, según su percepción, con entrar al balotaje porque le plantearían así al oficalismo el escenario más complicado, que el resto de los competidores se aliasen en su contra. Por eso nunca ha hablado Macri de ganar en primera vuelta y siempre ha trabajado para el balotaje. Eso ha dictado su política con sus socios del radicalismo, con quienes consolidó la idea de que no había que cerrar con ninguna fracción del massismo de manera de no trazar inquinas en las provincias que hacían incompatibles a los dirigentes locales de la UCR y de la Coalición Cívica con el peronismo disidente del Frente Renovador. Ese camino ha sido espinoso porque la convivencia entre los dirigentes radicales de las provincias con los macristas -en su mayoría provenientes del peronismo y del conservadorismo – son igualmente ríspidas. Además pesa el hecho de que la UCR es una formación nacional con adherentes en todo el territorio y que, presumiblemente, puede cosechar más votos para un Sanz o una Carrió que para un Macri. El temor de esta liga es que después de estas PASO, si gana Macri, el voto de Sanz y Carrió pase a Stolbizer, debilitando la chance del jefe del PRO. En este punto, las dificultades internas de Macri no se diferencian mucho a las que ha tenido, y sigue teniendo dentro del FpV Scioli con sectores de kirchnerismo. En la provincia de Buenos Aires la precandidatura de Martín Sabbatella como vice de Aníbal Fernández, le hace temer al oficialismo de que, si ganase el jefe de Gabinete, los intendentes que han tenido siempre una pésima relación con el titular del AFSCA, promueva el voto a gobernador de un Felipe Solá, hoy en el massismo, pero con quien han hecho política durante décadas y al que consagraron gobernador una vez y media.
El Frente Renovador es el tercer actor de este retablo. Le ganó al kirchnerismo en las elecciones en Buenos Aires de 2013, pero no logró construir una liga nacional que le permitiese un lugar en el centro de la disputa. Sigue conservando su fuerza en algunos distritos de Buenos Aires pero perdió en los dos últimos años la disputa con el sciolismo por retener territorios. Esa batalla era la clave de su destino pero lo logró retener intendentes y distritos que recuperó el PJ cuando consolidó a Scioli como su candidato a presidente. La clave de su suerte está en lo que hagan los intendentes: en Buenos Aires funciona una lógica del voto que deposita las decisiones en el vecino que atiende a sólo dos renglones de la boleta, presidente e intendente. Elige por quién quiere de primer magistrado y después mira qué intendente quiere. El gobernador ocupa un tercer lugar y quien arrastra el voto hacia él es el intendente. La suerte de Massa depende, entonces, no sólo qué preferencia recogerá a presidente, sino a cuántos intendentes puede retener en su favor. Por eso también el destino de Solá depende de esta carambola electoral.
El cuarto actor también es de Buenos Aires, la radical disidente Stolbizer, que puede beneficiarse de ese fenómeno que la muestra siempre mejor en los resultados que en las encuestas y también del voto radical que pueda dejar suelto, después del domingo, un triunfo de Macri en Cambiemos.
El resto de las fuerzas tiene pretensiones más modestas, la mayoría alcanzar los 360 votos, que son más o menos el 1,4% del padrón y poder hacer la campaña presidencial para el 25 de octubre. Algunos de ellos quedarán afuera, víctimas de un sistema que se hizo, también, para reducir la cantidad de partidos y de postulantes.
Ignacio Zuleta. Periodista argentino, consultor y editor de política del díario Ambito Financiero.