El Salvador: descomposición social y herencia de la guerra – Por Rafael Cuevas Molina
La violencia y la corrupción asolan no solo a El Salvador sino a los otros dos países que, junto con él, conforman el llamado Triángulo Norte Centroamericano, los mismos que se encontraron sumidos en la guerra durante el decenio de los ochenta, y cuya herencia sufren hoy.
Salvador ha vivido una semana de caos producido por un paro del transporte público en algunas de sus principales ciudades. La gente, angustiada por llegar a su trabajo, utilizó cualquier medio que se le pusiera a la mano, poniendo en riesgo incluso la vida. Han sido las maras las que han desencadenado los acontecimientos, más concretamente la conocida como Mara 18, que decidió atentar contra las unidades del transporte público como medida de protesta porque el gobierno no la toma en cuenta en la mesa de diálogo que, desde 2014, instauró para tratar los temas de seguridad y violencia en el país.
Hubo varios autobuses y microbuses quemados y 11 conductores fueron asesinados. Un verdadero pandemónium que evidencia, una vez más, la fuerza devastadora que estos grupos criminales pueden desencadenar.
Aunque esta ha sido una expresión concentrada y espectacular del poder de las maras, su presencia signa la vida cotidiana de la gente en El Salvador: hasta el más pequeño comerciante, aquel que se gana la vida con un puesto callejero de comida, debe pagar “protección” para poder trabajar.
La violencia y la corrupción asolan no solo a El Salvador sino a los otros dos países que, junto con él, conforman el llamado Triángulo Norte Centroamericano, los mismos que se encontraron sumidos en la guerra durante el decenio de los ochenta, y cuya herencia sufren hoy.
En El Salvador y Guatemala, las tácticas bélicas se ensañaron con la sociedad civil que, acosada, resistió junto a las fuerzas insurgentes, se escondió en zonas boscosas (a veces por años), migró internamente dentro de cada país, o salió al exterior como refugiada o asilada.
La violencia ejercida en su contra destruyó el entramado social y creó fenómenos sociales, como el de las maras que, aunque nacieron en los Estados Unidos en el seno de los migrantes allá aposentados en esos años, al ser deportados a El Salvador encontraron tierra fértil para florecer.
Algunos de los mareros que llegaron deportados al principal aeropuerto del país, Ilopango, no habían estado nunca en la patria de sus padres, no hablaban ni siquiera español y el único referente que conocían y les daba cobijo eran las pandillas.
Eran los años en los que la narcoactividad estaba empezando a hacer de Centroamérica la principal vía de paso rumbo a los Estados Unidos, y cuando militares inescrupulosos, que se habían organizado para lucrar con la guerra, se aprestaban a aprovechar las oportunidades delictivas que le brindaban esas nuevas circunstancias.
No hubo acuerdo de paz que previera todo esto. El crimen organizado, del cual pasaron a formar parte muy pronto las maras cumpliendo labores de narcomenudeo, sicariato, amedrentamiento y otras, se instaló de forma permanente, permeando al Estado y los partidos políticos, que empezaron a funcionar como grandes aparatos a su servicio.
Hoy, todo se ha desbocado. Bandas delincuenciales operan en todos los niveles y rangos, desde las esquinas barriales hasta la presidencia de la república. Así es en el caso guatemalteco, en donde el mismo ex general Otto Pérez Molina se encuentra cercado por cuestionamientos de corrupción que a duras penas ha logrado capear hasta ahora.
En estas circunstancias, los Estados Unidos han tocado a arrebato y lanzado la caballería al rescate. En río revuelto, ganancia de pescadores. Ahora, luego de ser uno de los agentes causantes de este estado de cosas por haber apoyado a los regímenes dictatoriales que llevaron a esta situación, se han transformado en paladines denunciantes de la corrupción y la violencia. Han llegado a decir, por boca del funcionario del Departamento de Estado Thomas Shannon, que su frontera sur llega hasta Centroamérica.
La violencia y el caos que vivió El Salvador durante esta semana, da cuenta de la descomposición social en la que se encuentra sumido junto a Guatemala y Honduras. Los problemas que llevaron a que sectores sociales se sublevaran de forma armada en la segunda mitad del siglo XX siguen presentes, y se ven acrecentados por las nuevas circunstancias antes descritas.
Sociedades que fueron entendidas como fincas, en las que un puñado de oligarcas y mandamases podían hacer valer su voluntad impunemente, no pueden construir sobre esa herencia la democracia y la paz de las que tanto se habló al terminar la guerra en los años noventa.
El nombre de Mara viene de marabunta, ese tropel de hormigas que en avalancha avanzan fagocitando y destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Ojalá que no sea ese el futuro.
*Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas.
Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.