Cuba-Estados Unidos: Un buen comienzo – Por Roberto Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

No por esperado dejó de sorprender y repercutir en todos los confines del planeta el anuncio oficial de Cuba y Estados Unidos sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de las respectivas embajadas el 20 de julio.
Una lectura de las declaraciones del presidente Barack Obama y del Gobierno Revolucionario cubano, así como las cartas intercambiadas por el mandatario estadounidense y su homólogo de Cuba, Raúl Castro Ruz, ofrecen elementos suficientes para un análisis de la trascendencia del paso iniciado el 17 de diciembre de 2014 y las dimensiones de los desafíos futuros.

Cuba, como era de esperar, mantuvo al pie de la letra sus justas posiciones que datan desde que se inició el proceso de implementación del bloqueo a Cuba en 1961 por el entonces presidente Dwight Eisenhower.

Es decir, se ha cumplido por voluntad mutua una primera etapa de un larguísimo proceso cargado de complejidades.

Y ellas fueron creadas no por Cuba, sino por la espesa red de medidas coercitivas, agresivas, violatorias de las normas más elementales del Derecho Internacional que sucesivas administraciones estadounidenses tejieron para asfixiar a la isla por hambre y necesidades, como reza en sus propios documentos desclasificados.

Por eso, todos los propósitos que se plantean ahora en la alocución pública y en la misiva de Obama a Raúl Castro requieren de una realización práctica que nadie puede suponer expedita ni sencilla.

Cuba demanda el fin del bloqueo, algo que solo el Congreso de Estados Unidos puede eliminar por constituir una ley, pero que el presidente de ese país puede contribuir a desmantelar mediante el uso de sus prerrogativas.

También considera indispensable la devolución del territorio ilegalmente usurpado en la bahía de Guantánamo donde radica una base naval del país más poderoso de la tierra, una imposición al pueblo cubano cuando recién había conquistado su independencia de la corona española a fines del siglo XIX.

Además, con todo el derecho que le asiste por haber sido el país brutalmente agredido durante más de medio siglo, pide que se levanten las ilegales trasmisiones radiales y televisivas hacia su territorio y que cesen las acciones subversivas y desestabilizadoras internas.

A nadie debe extrañar que también reclame compensación a su pueblo por daños humanos y económicos causados por las políticas de las administraciones estadounidenses desde 1959 hasta la fecha.

De acuerdo con la cancillería cubana, considerando la depreciación del dólar frente al valor del oro en el mercado internacional, la afectación económica asciende a un billón 112 mil 534 millones de dólares, a pesar de la reducción del precio del oro en comparación con el período anterior. A precios corrientes, durante todos estos años, los perjuicios superan los 116 mil 880 millones de dólares.

Si Alemania enfrentó reclamos de indemnización por sus criminales actos durante la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos los tiene de Vietnam, ¿por qué Cuba no puede pretender lo mismo por tanto acoso y dolor causados?

No obstante su retórica pragmática, las declaraciones de Obama del 1 de julio deslizaron sutilezas que no deben de pasar inadvertidas.

Decir que «con el paso del tiempo, nuestros esfuerzos por aislar a Cuba, a pesar de las buenas intenciones, tuvieron un efecto opuesto» es cuando menos engañosa.

En los propios documentos oficiales de Washington consta que el propósito de esa política genocida no admite dudas de su carácter destructivo. («De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno»).

De acuerdo con fuentes oficiales, tres mil 478 cubanos murieron y dos mil 99 quedaron incapacitados de por vida debido a actos terroristas ejecutados durante medio siglo contra el país, orquestados y financiados desde el poderoso vecino del norte.

Reconocer que esa política aisló a Estados Unidos de sus vecinos del hemisferio, debe servir de lección para acabar definitivamente con ella y no aplicarla a otros estados de la región, mientras que, para los cubanos, representa la expresión más diáfana de que siempre les asistió la razón.

Otro elemento importante lo constituye mencionar al gobierno cubano -hasta ahora, llamativamente, se refería solo al pueblo-, indispensable para poder iniciar un proceso de normalización de vínculos entre dos Estados.

En su carta, Obama señala que al tomar esa decisión, «los Estados Unidos se ven alentados por la intención recíproca de entablar relaciones respetuosas y cooperativas entre nuestros dos pueblos y gobiernos, congruentes con los propósitos y principios consagrados en la Carta de la ONU».

Estos recientes anuncios demoraron 50 años. Para la historia podrá ser apenas un soplo de tiempo, pero para la persona humana representa toda una vida. Y muchas se han perdido en la isla como consecuencia de la hostilidad del Washington oficial.

Cuba presentó sus credenciales, avaladas por más de cinco décadas de incesante batalla diplomática en todos los foros internacionales. Corresponde ahora a Estados Unidos hacer su parte.

Y a los dos países, vecinos tan cercanos, les toca encaminarse hacia una relación digna del pensamiento de los más preclaros próceres de uno y otro lado del Estrecho de la Florida.

Roberto Molina. Editor en Prensa Latina.

Prensa Latina

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