Guatemala, la revuelta permanente – Por Rafael Cuevas Molina

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En Guatemala, un amplio movimiento ciudadano, policlasista y fundamentalmente urbano, se ha puesto en movimiento a raíz de las recientes denuncias de corrupción en el aparato de Estado.

denuncias las ha hecho la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), y han implicado a altas autoridades del gobierno. Han salido maltrechos por esas denuncias incluso la vicepresidenta y el presidente del país. La primera tuvo que renunciar y el segundo está a un tris de que se le formule un antejuicio pues la Corte Suprema de Justicia ya autorizó que el Congreso de la República pase a considerarlo.

La presión ejercida para que esto pudiera suceder proviene de muy diversos sectores. Por un lado, está el amplio movimiento ciudadano al que ya hemos hecho mención. Se trata de un clásico movimiento social, que se reúne convocado a través de las redes sociales cada semana en la plaza central de la ciudad, no tiene una cabeza visible que lo dirija y se mantiene vivo entre concentración y concentración a través de las redes sociales.

Por otra parte, también hay presión de sectores empresariales, que han entrado en contradicción política y/o económica con los que usufructúan actualmente el poder estatal y se encuentran en el gobierno. Las redes de corrupción puestas al descubierto estarían formadas por personas y grupos a los que ellos consideran unos arribistas, oportunistas que se hicieron un espacio en el ámbito empresarial guatemalteco a raíz de la guerra que asoló al país durante más de 30 años. El núcleo duro de estos grupos serían militares que, habiendo sido consignados durante la guerra para que defendieran el estatus quo, aprovecharon la coyuntura para medrar en su propio beneficio, y se constituyeron en una capa de nuevos ricos. Son los mandaderos que se quedaron con el encargo.

Ha habido presión, también, de los Estados Unidos de América. Éstos, como se sabe, no tienen amigos sino solo intereses. Quienes en un momento determinado les fueron útiles, después pueden dejar de serlo. Guatemala se encuentra en un zona muy sensible para su seguridad nacional: es un espacio por el que deben pasar los migrantes que en oleadas se aproximan a su frontera sur, un puente por el que transitan dos tercios de la droga que termina en las calles de sus ciudades, un territorio con costas en su mare nostrum que es el Caribe, etc.

Los intereses de las partes involucradas coinciden hasta cierto punto. El movimiento ciudadano parece querer llegar, mayoritariamente, hasta las últimas consecuencias. Hay discrepancias en su seno sobre lo que se entiende sobre “las últimas consecuencias”. Unos piensan que sacar a los corruptos que actualmente están en el gobierno; otros, que se trata de realizar reformas institucionales y, los más atrevidos, que se debe reformar todo el aparato de Estado y hacer una refundación.

Los empresarios parecen estar satisfechos con que la vicepresidenta haya renunciado y temen un desborde de los acontecimientos si las cosas siguen avanzando, por lo que tratan de contener los acontecimientos y mantenerlos acotados a hechos puntuales. En esto, coinciden con lo que aparentemente desean los Estados Unidos de América.

Por estos acontecimientos, en importantes sectores de guatemaltecos existe un estado de ánimo de entusiasmo compartido. Columnistas de periódicos de circulación nacional y analistas académicos y políticos coinciden, casi unánimemente, en calificar como inédito esto que llaman “despertar” de la ciudadanía que, aparentemente, ha permanecido dormida.

Seguramente es su entusiasmo el que les hace perder de vista el constante estado de ebullición en el que ha estado sumido el movimiento popular guatemalteco siempre. También puede ser que, hasta ahora, esa ebullición no haya estado lo suficientemente cerca de quienes escriben y analizan en medios de comunicación citadinos.

En Guatemala, los mundos rural y urbano se encuentran tan separados que, durante los años de la guerra, en la ciudad amplios sectores de la población desconocían que en el campo se realizaban masacres que, conocidas hoy en todos sus pormenores, dejan pasmado a cualquiera.

Algo similar pareciera suceder ahora: parece desconocerse que en el ámbito rural ha habido una movilización constante contra el extractivismo, la lucha por el agua y la tierra, de denuncia de la represión y los desmanes de las grandes corporaciones. Es una lucha que ha dejado una constelación de apaleados, baleados, presos y muertos.

En un movimiento social con tantas expresiones, intereses y necesidades, se avanza con ritmos e intenciones diferentes, a veces contradictorias. Se aprende sobre la marcha y se encuentran formas de comunión, asociación y organización de acuerdo a los requerimientos de la práctica.

Es algo en lo que deben meditar los guatemaltecos interesados en hacer avanzar el movimiento actual contra la corrupción hacia estadios de mayor complejidad. Debería volverse los ojos hacia lo que están haciendo los estudiantes universitarios, que han logrado avances inéditos de unidad entre ellos y, luego, de aproximación al movimiento popular del área rural.

Los guatemaltecos no han estado nunca dormidos, y deben entroncarse los diferentes tipos de movimientos en una sola gran vertiente.

*Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas.
Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.

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