Obama, la Cumbre y Galeano – Diario El País, Uruguay

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Las agencias internacionales de noticias tienen una capacidad de síntesis envidiable. Tras la reciente Cumbre de las Américas de Panamá, una de ellas envió un despacho titulado «las frases de la Cumbre», donde recogía algunas expresiones de los presidentes que concurrieron.

Leerlas no solo daba una idea clara de lo que allí pasó, sin necesidad de pasar por sesudos y pretensiosos análisis. Generaba además una sensación de desconsuelo por el nivel de buena parte de la dirigencia regional.

«Lo más importante es liberarnos políticamente y a nivel económico, de la dominación imperial», fue la frase seleccionada del presidente boliviano, Evo Morales. «Pocos capturan la riqueza de nuestros países, pero la historia no podrá ser detenida ni tapada», fue lo más destacado del venezolano Nicolás Maduro. «A Obama no le gusta la historia. A mí me encanta, porque ayuda a entender qué pasó. Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes. Estamos muy contentos de venir a presenciar este histórico triunfo de la Revolución Cubana», sentenció con su habitual tono imperial la presidenta argentina Cristina Fernández.

El ecuatoriano Rafael Correa, en tanto, dijo que «nuestros pueblos nunca más aceptarán la tutela, la injerencia y la intervención». Para agregar luego que «una mala prensa es mortal para la democracia y la prensa latinoamericana es mala, muy mala». Irónicamente, el más pragmático fue Raúl Castro, cuya expresión más destacada fue que «continuaremos en el proceso de modernización de modelo económico de Cuba».

Frente a esta retahíla de victimización y autocomplacencia, las palabras del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, sonaron chocantemente elegantes, inteligentes, desafiantes. «Me encantan las clases de historia que recibo aquí. Soy el primero en reconocer que la aplicación de los EEUU en los derechos humanos no siempre ha sido consistente. Sin embargo podemos decir que tenemos una apertura hacia el cambio». «Nosotros podemos pasar mucho tiempo hablando de agravios y de injusticias pasadas y supongo también que es posible utilizar a los EEUU como una gran excusa muy cómoda debido a los problemas políticos que pudieran suceder a nivel nacional. Sin embargo, eso no es lo que va a aportar progresos, eso no es lo que va a resolver problemas de los niños analfabetos y eso no hará que nuestros países sean más productivos y competitivos en una economía global», subrayó.

Obama se tomó el tiempo para recordar el reciente aniversario de las protestas raciales en Alabama, donde hace apenas 50 años (¡50 años!) se libró una batalla pacífica que logró cambiar el rostro del país más poderoso del mundo. Y que, entre otras cosas, habilitó a que alguien como Obama pudiera estar ahora sentado en la Casa Blanca. Como si hiciera falta mucho más, y con un swing y una elegancia que no dan los votos, Obama retrucó lapidariamente a su par ecuatoriano. «Quizá el presidente Correa tenga más confianza que yo en la distinción entre la prensa buena y la mala. Creo que hay mala prensa. Sin embargo, esa prensa sigue hablando libremente en mi país, porque yo no confío en un sistema en el que una sola persona tiene el poder de hacer esa determinación».

Pocos días después, y miles de kilómetros al sur, moría a los 74 años Eduardo Galeano. Un hecho sintomático, ya que su obra «Las venas abiertas de América Latina», es el texto constitutivo y definitorio de la ideología que domina a casi todos estos mandatarios latinoamericanos, integrantes de la «ola progresista» que campea hoy en la región. Una ideología hemipléjica, sectaria, demagógica. Que culpa siempre a alguien de afuera por los problemas históricos de una región repleta de riquezas y que sin embargo es de las más pobres y desiguales del mundo. Pero peor que esto, una ideología vieja, concebida como vidriera para vender un sistema político que el mundo en el último medio siglo ha visto fracasar de manera patética en cada lugar donde se intentó llevar adelante.

Y que sin embargo, como parte de ese realismo mágico que tan bien nos define culturalmente, en nuestro continente sigue floreciendo. Financiada ahora por un ciclo económico favorable, que parece estar llegando a su fin, desnudando las carencias e inmoralidades de quienes no supieron sacarle el provecho adecuado. Mientras que países y regiones mucho más pobres, mucho más castigadas, apelando al pragmatismo y a la ausencia de resentimiento, han despegado y dado a su gente una calidad de vida mejor.

Para ser gente que dice querer tanto la historia, es asombroso lo poco que nuestro dirigentes regionales están dispuestos a aprender de ella.

El País

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