El gran canalla – Diario ABC, Paraguay
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
La VII Cumbre de las Américas, que se realizará en Panamá este fin de semana, se ocupará formalmente del remanido tema del “desarrollo con inclusión social”. Es claro, sin embargo, que son otras las cuestiones que atraerán la atención tanto de los observadores internacionales como de los 33 presidentes que acudirán al evento: Nicolás Maduro ya anunció que entregará a Barack Obama una reclamación firmada por diez millones de venezolanos contra las sanciones financieras impuestas a siete funcionarios del régimen que los oprime y hambrea, y es previsible que tanto Cristina Kirchner como Evo Morales vuelvan a formular las reivindicaciones de sus países sobre las islas Malvinas y la salida al océano Pacífico, respectivamente. Maduro, sobre todo, tratará de montar un gran teatro, so pretexto de “la mayor agresión” cometida por Estados Unidos contra Venezuela a lo largo de la historia, pero habrá que ver si logra eclipsar el tan esperado abrazo entre el presidente norteamericano y el mandamás cubano, Raúl Castro.
La primera participación de la dictadura isleña en un encuentro de esta índole tendrá lugar pocos meses después del sorpresivo acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, que ha descolocado a los bolivarianos de la región, y que puede atribuirse al interés norteamericano de estar “en el terreno” para de algún modo tratar de influir en los acontecimientos posteriores a la inevitable cercana desaparición física de los hermanos Castro. El régimen que implantaron a sangre y fuego irá a la tumba con ellos, por lo que suponemos que al “imperialismo yanqui” le convendrá estar presente en Cuba cuando ello acontezca.
Por de pronto, la normalización de las relaciones que está en marcha servirá no solo para privar al castrismo del falaz argumento de que está precautelando la soberanía nacional frente al “bloqueo” despiadado del gigante norteño, sino, por extensión, para vedar a la izquierda radical del continente la excusa de que defender la dictadura que oprime a Cuba es defender la dignidad latinoamericana.
El panorama está cambiando a tal punto que las diatribas chavistas contra los Estados Unidos –el gran canalla de la película– han sustituido a las castristas, y que el sucesor de Hugo Chávez ya no cuenta con el sólido respaldo de Gobiernos que lo habían venido apoyando mientras la generosa petrochequera era bien abultada. Valga como ejemplo del paulatino distanciamiento la actitud del canciller uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, quien acaba de calificar como “un exceso a todas luces” que los policías de Maduro estén autorizados a “reprimir manifestantes con armas de fuego”. El canciller integra un Gobierno del Frente Amplio, es decir, de la misma agrupación política que llevó al poder a José Mujica, y que nunca había llegado hasta el punto de manifestar la “mucha preocupación” que hoy habría en Uruguay debido a los terribles sucesos en Venezuela.
El asunto es que no se trata solo de que los petrodólares no están abundando como en los tiempos del petróleo a más de US$ 100 el barril, sino de que, poco a poco, los propios Gobiernos bolivarianos están advirtiendo que ya no vale la pena seguir apoyando al hoy insolvente Nicolás Maduro. Inclusive, varios de ellos tienen demasiados problemas internos como para seguir levantando la bandera bolivariana del “antiimperialismo”, por lo que les conviene, más bien, ir viendo cómo venderle algo al gran mercado imperialista norteamericano.
Hablando de problemas, una vez que abandone el cargo la presidenta Cristina Kirchner, por ejemplo, podría enfrentar juicios penales por los diversos casos de corrupción que se le atribuyen, tal como ya lo está experimentado su vicepresidente por la misma razón. A su vez, la popularidad de Dilma Rousseff está severamente afectada no solo por el estancamiento económico del Brasil, sino también por la espantosa corrupción heredada y ampliada por su Gobierno. Esta última lacra también ha dañado el prestigio de Michelle Bachelet en Chile, aunque lo moderado de su izquierdismo le haya impedido estar, tanto antes como ahora, entre las voces más estridentes del coro “antiimperialista”. También Evo Morales en Bolivia sufrió hace poco una dura derrota en las elecciones municipales, pese o gracias a las escandalosas amenazas de muerte proferidas por sus lugartenientes a quienes votaran en contra de los candidatos opositores. Rafael Correa en Ecuador, por su parte, otrora tan vociferante y altanero, se está mostrando más cauto, hasta el punto de ofrecerse como mediador en el conflicto desatado entre Estados Unidos y Venezuela. Por lo tanto, si estos nuevos escenarios hacen que se vaya atenuando el apoyo al régimen gestado por Hugo Chávez, es de suponer que también conducirán a una gradual disminución del “antiimperialismo” recalcitrante de algunos gobernantes sudamericanos izquierdistas, en el marco del progresivo y saludable acercamiento cubano-estadounidense. Pero, desde luego, no basta con aplaudirlos o que moderen el tono de unos discursos ya bastante gastados, sino que también hace falta insistirles en que respeten los derechos humanos. Como muy bien dijo el actual canciller uruguayo, ellos son “la única materia en la cual la no injerencia en los asuntos internos de los países no es válida. Los derechos humanos se defienden todos, en todas partes del mundo”. Lo dicho vale tanto para Venezuela como para Cuba, cuyo reingreso en la OEA debe estar supeditado a medidas concretas en beneficio de las libertades.
Las nuevas realidades y necesidades de nuestros pueblos que vienen apareciendo están obligando a arrojar a un lado las caretas izquierdosas. Las farsas ya no tienen lugar en el continente americano.