El fin de los proyectos hegemónicos en América latina – Por Rogelio Núñez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La pasada década muchos de los gobiernos de América latina tenían un proyecto político hegemónico y de permanencia en el poder por un largo periodo. Ahora que han cambiado los vientos económicos (ya no son de cola), los sociales (aumento del desapego y de las protestas) y políticos, llega un tiempo de mayor volatilidad y cambios.

Esa sensación de “fin de regime” afecta, en especial, a Brasil y Argentina.

En el caso brasileño, Álvaro Vargas Llosa señala que “Dilma y el PT, cuya ambición es perdurar, agradecen que así sea, pues mientras reine el caos y la oposición parezca desbordada tendrán más posibilidades de seguir al mando. Pero con 12 por ciento de aprobación en un clima de zozobra como el que se vive en Brasil, y con un proceso anticorrupción que no ha hecho sino empezar, es imposible asegurar que el PT culminará su mandato”.

Y en el caso argentino, una frase retrató ese deseo de acumular poder y mantenerlo durante décadas ya es historia. La pronunció Cristina Kirchner el día 27 de febrero de 2012, en un acto en conmemoración del bicentenario del primer izamiento de la bandera nacional por Manuel Belgrano, en Rosario.

La decadencia regional del “vamos a por todo”

Ella sentenció: “Vamos por todo, por todo”. La Presidenta argentina vivía en la cumbre de su gestión tras la arrolladora reelección de 2011 cuando aventajó en 40 puntos a Hermes Binner el segundo más votado.

La frase revelaba la intención de que el kirchnerismo controlara todos los resortes del Estado y acabara con aquellos (“las corporaciones” en el lenguaje kirchnerista) que se oponían al proyecto iniciado por Néstor y continuado por su esposa.

De forma similar, Hugo Chávez, en sus tiempos de gloria (2011), anunciaba su intención de estar en el poder dos décadas más.

“El año que viene yo estoy seguro que ustedes me van a reelegir presidente por seis años más. Y en 2019 que yo decía que me iba a ir, no me voy tampoco. 2019-2024, 2024-2030, para allá vamos con el favor de Dios y la Virgen”, decía el líder bolivariano.

En Bolivia los rumores sobre una reforma constitucional son cada vez más insistentes con el objetivo de permitir una nueva reelección (en 2019) para Evo Morales tras ser electo en 2005 y reelecto en 2009 y 2014.

Sin embargo, las elecciones locales del pasado mes representado un golpe muy duro.

El expresidente Carlos Mesa apunta en el diario Página Siete que “comienza a pagarse la factura de un manejo demasiado largo y demasiado discrecional del poder en todos sus niveles. La penetración del oportunismo y la corrupción se hacen notar, y el elector, que aún cree fuertemente en el carisma presidencial, no está dispuesto a extender otros cheques en blanco”.

Y el analista Jorge Komadina asegura que “la votación es, posiblemente, un síntoma de la declinación de la hegemonía masista, pero ese vacío no está siendo ocupado todavía por la oposición como proyecto político nacional”.

La decadencia del hegemonismo

Así pues, estos sueño de eternización en el poder y control de las instituciones se han hecho viejos poco después de ser pronunciados. El desgaste político, el empeoramiento del contexto económico y el malestar de las emergentes clases medias explican la crisis de los distintos proyectos hegemónicos.

El desapego, por ejemplo, se va hacer muy evidente en las próximas legislativas de México.

Yolanda Meyenberg señala en el diario El Universal que habrá una alta abstención porque hay “un electorado tan desencantado con los partidos va a tener muy poca disposición a votar por ellos”.

Chile, que en muchas ocasiones es un detector de los fenómenos que vienen (las protestas estudiantiles de 2006 o el malestar y desapego que se inició la pasada década), abrió el camino que ponía fin a las hegemonías políticas en 2010 cuando la Concertación perdió el poder tras 30 años de retenerlo.

Si bien regresó en 2014, el contexto es muy diferente y la actual Nueva Mayoría que respalda a Michelle Bachelet no es una mera edición concertacionista.

Además los últimos casos de corrupción (Penta, Caval y SQM) preanuncian una crisis de carácter sistémico en Chile.

“Después del exitoso enero, cuando el gobierno celebró el éxito en sus reformas educacional, electoral y del acuerdo de vida en común, las iniciativas legislativas del gobierno se han desvanecido. Aunque Bachelet había prometido que este año se promulgaría una reforma laboral y se explicitaría el mecanismo para una nueva Constitución, da la impresión que a lo que más puede aspirar ahora La Moneda es a sobrevivir los vendavales Caval y SQM. El entusiasmo —incluso euforia— que dominaba a la Nueva Mayoría ha sido remplazado por una sensación de derrota que difícilmente se justifica a partir de todo lo que ha ocurrido en Chile desde el inicio de este segundo gobierno de Bachelet. A menos que todos en la Nueva Mayoría sepan de relaciones carnales con SQM que el resto de la arena política desconoce, no hay razón para la desesperanza que hoy reina en la coalición oficialista”, reflexiona en El Líbero, Patricio Navia.

El aire de fin de régimen se extiende por la región. En Brasil Dilma Rousseff ganó las presidenciales de 2014 con la menor diferencia sobre un rival desde que en 2002 el PT conquistó el Palacio de Planalto.

Pero el verdadero sabor a final de régimen ha llegado posteriormente cuando la crisis política y las protestas sociales han inundado las calles.

Ahora de lo que se habla es de “impeachment” y la candidatura de Lula de Silva para 2018 está en entredicho.

Como recuerda el analista Luis Nassiff, “anteriormente, esta situación de estancamiento político se resolvía con la entrada en el juego de una tercera fuerza, los militares. En el marco actual de la dispersión de poder ya no existe la tercera vía. La división política produce parálisis, preservando la democracia, pero prolongando el impasse… Al parecer, Dilma ha abdicado de gobernar”.

El resto de la región vive situaciones parecidas: por ejemplo, Ollanta Humala, en Perú, tratando de sobrevivir y no quedar paralizado en su último año de gestión.

O el régimen de Nicolás Maduro, acosado por la crisis económica, tiene ante sí un reto decisivo: las elecciones legislativas de finales de este año. Una derrota en esos comicios podría animar a la oposición a iniciar un proceso destituyente y acabar con la hegemonía chavista.

Ese es el objetivo de Henrique Capriles, como explicó en Prodavinci: “Una victoria clara en las parlamentarias le abre las puertas a un Referéndum Revocatorio casi automáticamente, a pesar de las dificultades de materializarlo, que no las pongo en duda. Compañeros, como los de la Causa R o María Corina, han hecho propuestas. Pues, bueno: todo pasa por la activación de un mecanismo electoral. Hay gente que lo ha satanizado a uno por hablar de elecciones. Pues todos los instrumentos que tenemos en la mano —renuncia, adelanto, constituyente, referéndum— pasan por una consulta popular. Vamos a las parlamentarias. La decisión que podamos tomar debe estar acompañada de mucha fuerza y mandato popular. Y activar todo eso pasa por ganar las elecciones parlamentarias. Todo en el marco de la Constitución”.

El proyecto hegemónico sigue, por ahora, muy vigente en el Ecuador de Rafael Correa y la Nicaragua de Daniel Ortega. El correismo ya se plantea la reelección de su líder y Ortega tiene garantizado el poder presentarse a unos nuevos comicios. En el caso ecuatoriano de todas formas ha empezado a emerger una alternativa, por ahora, solo a escala local.

Sin embargo, el cambio de ciclo económico y quizá político en breve es un reto que los gobiernos no pueden eludir.

Ya es un hecho el cambio de clima económico. “La fiesta ha terminado y los vientos a favor se han convertido en vientos en contra”, confirma José Juan Ruiz, economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Y para afrontar ese reto, así como el social y el político, los gobiernos no han reaccionado todavía.

“Me pregunto: ¿Tienen las instituciones la capacidad para adaptarse a este nuevo y complejo escenario regional y poder dar respuesta a las demandas crecientes de una ciudadanía cada vez más exigente de su democracia, de sus derechos y de sus servicios públicos?, ¿cuentan los sistemas democráticos de la región con los liderazgos políticos y los amortiguadores institucionales necesarios para hacer frente (con menos recursos económicos disponibles debido al fin del boom de las materias primas) a situaciones de mayor conflictividad social y a condiciones de gobernabilidad más complejas?”, reflexiona Daniel Zovatto.

InfoLatam

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