Argentina: miradas sobre la marcha a un mes de la muerte del fiscal Nisman – Opinan Cirrelli y Gargarella

342

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Del 8n al 18f, el silencio no es salud – Por Gustavo Cirelli

La apelación al silencio en el Miércoles de Cenizas de 2015 quedará en la memoria colectiva, para una numerosa minoría, como una jornada en que desfilaron por las calles del centro porteño agrupados detrás de una consigna difusa en la que desde la corporación judicial se reclamó, justamente, justicia para que se esclarezca la muerta del fiscal Alberto Nisman, un deceso dudoso, que está siendo investigado por otra representante del Poder Judicial, la fiscal Viviana Fein.

Fueron miles y miles los ciudadanos que reclamaron justicia, encolumnados detrás de los fiscales Guillermo Marijuan, Carlos Stornelli, José María Campagnoli, Raúl Pleé y otros miembros de la familia judicial, quizá sin tener muy presente la trayectoria de semejantes integrantes de dicha corporación.

La sociedad argentina tiene experiencia en marchas multitudinarias, muchas de ellas, como efímeras expresiones coyunturales. El caso Blumberg, que congregó a decenas de miles en el Congreso en reclamo de mayor seguridad y mano dura, es un ejemplo. Marcó la agenda mediática de aquellos días y llevó a la dirigencia política, con representación parlamentaria, a cometer el error de endurecer leyes punitivas como solución mágica.

Hubo también otras marchas opositoras al gobierno kirchnerista, como la del 8N, que convocaron según los propios medios hegemónicos, a más cantidad de personas que las que se movilizaron ayer.

Los efectos del 18F habrá que analizarlos con el tiempo. Qué dejará la apelación al silencio que impusieron los organizadores, tratando de emular a las multitudes francesas acongojadas tras la masacre en Charlie Hebdo, por caso, en otra pieza más de la sincronizada maquinaria montada hace tiempo y echada a rodar hace más de un mes, es una incógnita. Lo concreto es que ayer se expresó un sector de la sociedad en plenitud de las libertades democráticas, pero paradójicamente, con la intención de sus organizadores de erosionar a un gobierno electo por las mayorías.

El silencio no es salud.

Tiempo Argentino

El 18-F, una respuesta a la teoría de las dos veredas – Por Roberto Gargarella

En sus “Lecturas sobre la Historia de la Filosofía Política,” el filósofo igualitario John Rawls comenta, casi al pasar, cuál es su “clave de lectura” cuando estudia a los autores que repasa en el libro -desde Spinoza y Hume a Hegel o Marx- casi todos filósofos frente a quienes tiene innúmeras diferencias. Nos dice que él procura leer a cada uno de ellos “a su mejor luz,” tratando de entender qué es lo mejor que tienen para decirle, qué es lo que pueden enseñarle (en lugar de leerlos como una excusa para afirmar lo que uno ya afirmaba antes de haberlos leído). Pero lo mejor es esto: cuando encuentra un punto de crítica fuerte, en lugar de hacer como tantos –descalificar a Hegel o a Marx, diciendo “estos no entienden nada”- se pregunta: “¿Qué es lo que no estoy entendiendo yo, de lo importante que ellos me quieren decir?” Sería bueno que en esta época de enojos cruzados, asumiéramos una actitud semejante. Es la que yo le pediría a quienes se opusieron a la marcha del 18-F, y es la que, según entiendo, nos podrían pedir a muchos de nosotros, que apoyamos la marcha.

Partiendo de dicha “clave de lectura”, ¿tiene sentido entonces hablar, frente a una masiva marcha convocada en democracia y en silencio –como lo han hecho artistas e intelectuales oficialistas- de un “golpe de estado” (¿Un golpe de estado hoy? ¿En la Argentina? ¿Luego de todo lo que vivimos durante la dictadura?).

¿Tiene sentido pensar, que si alguien marcha, es porque quiere imponer, en verdad, un ajuste neoliberal sangriento? (¿Otro ajuste neoliberal, hoy? ¿Frente a políticas que serían de justicia?). ¿O se trata de una cómoda forma de mantenerse felizmente abrazados a los propios prejuicios (“si alguien se opone al gobierno, debe ser un enemigo de la patria, o un bobo que sirve, sin siquiera darse cuenta, a los enemigos de la patria”)? ¿No es un acto de ingenuidad inmenso pensar que el pasado puede repetirse en cualquier momento, de cualquier modo, como si todo diera lo mismo, como si no aprendiéramos nada nunca, como si todo hubiera ocurrido en vano, como si cualquier país fuera igual que otro, como si la Argentina no tuviera niveles de movilización y resistencia populares capaces de frenar la repetición del horror; como si no existiera la historia?

¿Tiene sentido decir, como ha dicho el respetado ex Juez José Massoni, que la marcha es la “pus” del pueblo, que marchan “las peores escorias de la sociedad”?¿ Tiene sentido pensar de ese modo de nuestros pares, como si los miles que marcharon fueran ingenuos o perversos, agentes de la CIA, cómplices de poderes oscuros, idiotas útiles?

¿Tiene sentido considerar que todos los colegas que marchan representan al poder judicial degradado, el que no entiende, el corrupto, el que no ha cumplido con su labor –a diferencia de uno? ¿No resulta ese razonamiento demasiado cándido y complaciente, en relación con los pares que comparten lo que uno piensa, sobre uno mismo? ¿No se alimenta de ese modo una dicotomía que, en este caso como en tantos, está rebasada de pluralidad, de gente que piensa distinto, de gente que está cansada, de gente que simplemente disiente, de gente dispuesta a mostrar comprometidamente su descontento? No se trata, de ningún modo, de asumir la pintura opuesta: los honestos están de este lado, los corruptos de aquel. Se trata, ante todo, de asumir la diversidad, de reconocer que muchísimos de los que marcharon no son zombies, ni candorosos, ni marionetas operadas por los grandes medios, los servicios de inteligencia locales o el Mossad. Se trata de pensar que no hay sólo dos veredas, y que mucha gente piensa diferente que uno, a partir de compromisos profundamente políticos y patriotas. Ésa es mi propuesta, la “clave de lectura” que propongo frente a la marcha del 18-F y tantos otros ejercicios de disidencia cívica, de resistencia frente al poder, ocurridos y por venir. Propongo pensar en los miles que tienen algo importante que decirnos, diferente de lo que pensamos. Pensar en lo importante y lo mejor que tengan ellos para decirnos, pensar en lo que tenemos que aprender de ellos, en lugar de reírme de ellos, mirarlos “de arriba” o tratarlos como “la escoria de la sociedad”. Propongo pensar que, en este caso también, hubo miles y miles que se manifestaron para decirnos que están cansados de la impunidad en la que vivimos, de la impunidad que el poder hoy asegura; miles que no quieren que la justicia sea vigilada y seguida por cámaras de inteligencia; miles que no quieren enfrentarse, otra vez, a un crimen de estado no esclarecido sino ocultado por el poder; miles que jamás aceptarían un golpe de estado, que marcharían contra toda muerte y todo plan de ajuste; miles que sienten profundo disgusto frente a un Estado que miente todas las cifras, que por vergüenza se niega a mostrar en público los acuerdos que firma, que proclama una justicia social que impide en la práctica.

No se trata de negar absolutamente nada, como si todos los opositores de hoy fueran virtuosos y angelicales; como si todos los defensores del gobierno, o los que no marcharon, fueran corruptos o enemigos del pueblo. Nada de eso, nunca. Se trata de abrir los ojos y reconocer que frente a uno hay miles de personas conmocionadas por una muerte, conscientemente indignadas, señalando errores y horrores abominables, imperdonables, que marcan a este tiempo, y que es necesario, urgentemente, remediar: errores que implican (antes que “metidas de pata”, como dice el oficialista) crímenes graves que no pagan, infantes que mueren desnutridos, comunidades despojadas. Se trata de pensar que, frente a los discursos del oficialismo, hay también personas políticamente comprometidas, dispuestas a ponerse de pie, pensando en sus conciudadanos y en su país, personas con principios y convicciones que hoy silenciosamente dicen basta, buenos compatriotas que gritan: impunidad nunca más!

Clarín

Más notas sobre el tema