Brasil: ¿cuál Dilma?, ¿cuál compromiso? – Por Eric Nepomuceno
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Este es un verano especialmente agobiante en Brasil. El pasado jueves, por ejemplo, la sensación térmica en Río de Janeiro fue de 48 grados, con los termómetros parados en la marca de los 42. Hubo noches en que a la una de la madrugada los termómetros indicaban temperaturas de 31 grados. Hace meses que en São Paulo, la más poblada y rica ciudad sudamericana, falta agua. En incoherencia divina, temporales bíblicos transforman calles y avenidas en ríos y lagunas, árboles se desploman (más de 700 en lo que va del año) y rompen los cables transmisores, dejando barrios enteros sin luz por cuatro, cinco, seis días. Es decir, no hay agua, pero si llueve mucho no hay luz.
La respuesta de la naturaleza cada vez más herida por la ambición humana no será, en todo caso, el único recuerdo de este verano furioso: buena parte de los brasileños también se sienten agobiados y principalmente desorientados por las medidas que el nuevo equipo económico de la presidenta Dilma Rousseff va goteando con la misma alegría con que los sádicos cumplen sus rituales de perverso amor.
Para parte sustancial del electorado de Dilma se hace cada vez más difícil reconocer en la actual ocupante del sillón presidencial la candidata de hace poco más de tres meses. Y más aún reconocer un gobierno con reiterados compromisos sociales y de cambio en los anuncios que se suceden sin que nadie –excepto los dueños del capital– logre entender, con seguridad, dónde se pretende llegar.
La candidata Dilma Rousseff, luego de cuatro años de gobierno, advertía, en la campaña electoral, que sus rivales gobernarían «para la banca», mientras el Partido de los Trabajadores (PT) tenía un riguroso compromiso con los asalariados. Decía que la primera medida de su adversario, el neoliberal Aécio Neves, si llegase a la presidencia, sería aumentar la tasa de interés. Y de su adversaria, la evangélica Marina Silva, decía que, en caso de victoria, haría un «gobierno de banqueros». Decía que Neves liquidaría derechos laborales duramente conquistados por los trabajadores brasileños. Aseguraba que, al contrario de lo que decían sus adversarios, las cuentas públicas estaban «saludables y en orden», y que el flojo desempeño de la economía brasileña era reflejo de la crisis que afectaba a todos los países del mundo.
La candidata Dilma Rousseff recordaba que con los gobiernos del PT los bancos públicos habían favorecido el crédito a los más pobres y estimulado a pequeños empresarios. Decía que, en caso de que sus adversarios resultaran victoriosos, la política de ofrecer préstamos con intereses inferiores a los de la banca privada desaparecería. Mencionaba cómo se había facilitado la concesión de financiamiento para adquirir vivienda propia. Reforzaba su compromiso con los programas sociales que llevaron 40 millones de personas a una ascensión social sin antecedentes en la historia del país, y juraba que ninguna medida sería tomada en detrimento de los compromisos históricos del PT.
Dilma se religió en una contienda apretadísima con el neoliberal Aécio Neves. Y a los pocos días la tasa básica de interés anual fue elevada. A la hora de elegir quién sería su ministro de Hacienda, Dilma buscó nombres en la banca privada. Designó a Joaquim Levy, un tecnócrata de pura cepa neoliberal que ocupaba la función de director del Bradesco, el segundo mayor banco privado sudamericano.
Ahora, las primeras medidas son anunciadas: se aplicará un ajuste de, al menos, 30 mil millones de dólares en el presupuesto nacional. Se introducirán cambios drásticos en la concesión del seguro de desempleo, de las pensiones por viudez y el auxilio por enfermedad destinado a trabajadores que, por razones de salud, obtienen licencias médicas. La finalidad es ahorrar unos 3 mil millones de dólares anuales, sólo con esos «ajustes». Además, las tasas de interés de los bancos estatales –Banco do Brasil y Caixa Económica– en los créditos inmobiliarios, serán elevadas.
Joaquim Levy, conocido por Levy Manos de Tijera, admite con feroz candidez que habrá aumento de impuestos. No para la banca, que es la segunda más lucrativa del mundo (los bancos brasileños sólo pierden, en este rubro, con los de Hong Kong, pero generan más ganancias que la banca suiza), ni para los especuladores del mercado financiero, y menos para las operadoras de tarjetas de crédito, que aplican tasas de interés que pueden llegar a 250 por ciento –exactamente eso: 20 por ciento al mes– anuales.
El aumento que Levy pretende aplicar se destina a los pequeños y microempresarios. Y más: luego que Dilma declaró que el lema de su segunda presidencia es «Brasil, patria educadora», Levy anunció que se estudia un «ajuste» (es curioso como ningún neoliberal usa la palabra «corte» o «recorte», siempre «ajuste») de 3 mil millones de dólares en el presupuesto destinado a la educación. Son algunas de las primeras medidas anunciadas por el gobierno de Dilma Rousseff, quien asumió el primer día del año su segundo mandato presidencial.
Lo que mucha gente se pregunta es dónde fue a parar la candidata Dilma Rousseff, aquella que aseguraba que haría exactamente lo contrario de lo que está haciendo la presidenta con el mismo nombre.