Superado el laberinto – Diario El tiempo, Colombia

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El secuestro y el regreso ayer del general Rubén Darío Alzate, la abogada Gloria Urrego y el cabo Jorge Rodríguez, además de la alegría natural que produce constatar el final de un calvario para tres seres humanos y sus familias, revivieron en muchos colombianos recuerdos dolorosos.

La sensible remembranza debe convertirse en un aliciente para que la sociedad renueve y haga más robusto su apoyo a la búsqueda de una salida definitiva del conflicto, caldo de cultivo de esta y otras tantas conductas inhumanas, que no pueden tener cabida en nuestros tiempos.

Este llamado, así como reiterar que privar de la libertad a una persona, militar o civil es algo inaceptable y merecedor de un rechazo sin matices, no excluye valorar el episodio en el contexto de la negociación. Valoración en la que hay que subrayar la que parece ser una mayor disposición de la guerrilla para asimilar el sentir de la opinión, que exigía la liberación de los cautivos, el no regresar a tiempos nefastos de eternos cautiverios. Tampoco se puede pasar por alto el mensaje sobre la unidad de mando de la organización, un elemento fundamental llegado el momento de llevar al terreno eventuales acuerdos. De ahí la presencia en la entrega del general de alias Pastor Alape.

Expuesto lo anterior, hay que recalcar que esta fue una inesperada prueba para el proceso y para la voluntad de paz de las partes, sobre todo, de la insurgencia. La buena noticia para los colombianos es que ha sido superada con éxito. Se ha demostrado que, más allá de los sobresaltos, las tensiones, los nudos gordianos que permanecen y el empinado trayecto que resta, el ánimo de alcanzar un desenlace feliz es mayor que la tentación por quemar las naves y escuchar a quienes desde los extremos claman por retomar el camino de la guerra.

Es necesario reconocer también el papel de los países garantes. La eficacia de sus buenos oficios no solo demuestra que el avance de la negociación no ha deteriorado la confianza de ambas partes en ellos, sino que emite un parte de tranquilidad para lo que falta. Este nace de constatar que la arquitectura de la negociación, esto es, el acuerdo marco, probó ser sismorresistente.

El hecho demostró, además, que, si bien se acordó negociar en medio de la guerra, es muy difícil aislar la mesa de La Habana de las circunstancias políticas que la rodean. Puesto en blanco y negro, esto implica reconocer, como varios observadores ya lo han señalado, que, dado el balance de fuerzas en el campo de batalla, y, sobre todo, la escasa legitimidad de las Farc y su casi nula representatividad, es limitado el margen que la sociedad le ha concedido al Gobierno para que les haga concesiones a cambio de una pausa en sus habituales azotes.

Aparte de aclarar el episodio en que se produjo el secuestro, lo que viene ahora es reconstruir la confianza. La forma como se resolvió esta crisis está llamada a ser el pilar de dicha reconstrucción, el cual debe fijarse, a diferencia del ambiente de hace dos años, en un terreno que ha probado ser apto e idóneo. Esta certidumbre es, sin duda, la ganancia y la oportunidad que deja lo ocurrido.

Los negociadores de la guerrilla han llamado a la contraparte, y el presidente Santos dijo que se reunirá “con los negociadores para discutir los términos de su regreso a La Habana”. Solo resta que, con voluntad, se fijen pautas y se retome un camino en el que aún restan asuntos muy complejos.

El Tiempo

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