La Ola de Liliana Colanzi: El mar en Bolivia – Por Bernardo Terza
En la soledad del paisaje
Hay momentos en los que se puede estar solo, aún en la multitud de una gran ciudad. Ese tipo de soledad nos hace vulnerables y la experimenta el que se siente lejos. Se está como borrado en lo global del mundo. Pero existe otra soledad que nos conecta con lo originario. No aísla pero nos diluye en lo arcaico. Y puede ser con otros y en la naturaleza. Una especie de encuentro con el paisaje propio que nos une a la tierra y nos ayuda a representarnos, a encontrarnos. Una soledad que nos recompone y, como escribe el poeta argentino Juan L. Ortiz, nos hace “arder en la nostalgia de la total relación”[1]. El libro de cuentos La Ola, de la escritora cruceña Liliana Colanzi, nace quizás del abismo entre estas dos soledades.
En los siete cuentos que componen La Ola hay una tensión. Por un lado, el universo cosmopolita de lo inmediato, con personajes que habitan un tiempo profano y buscan salida rápida a la angustia, los mandatos familiares o la rutina que encierra. Y por otro lado, el universo más conectado con lo arcaico, familiar y hasta religioso. Como cuenta la voz protagonista en el relato Alfredito “Dicen que con el susto a veces también viene un don: la clarividencia, por ejemplo, el ver sin haber visto. Pero todo eso estaba ahí desde antes. Lo que es, vuelve, solía decir mi nana”. O en El Ojo, la voz de la madre que retumba en los oídos de la hija: “El enemigo viene disfrazado de ángel, pero su verdadero rostro es terrible. No te olvides nunca de que llevas su marca en la frente. Él conoce tu nombre y escucha tu llamado”. Son personajes atormentados y ya predispuestos a la presencia de cierta espiritualidad.
La Ola cuenta la incomodidad que se explicita en la nostalgia de los personajes por lo simbólico y tradicional. “EnCornell nadie cree en nada. Se gastan muchas horas discutiendo ideas, teorizando sobre la ética y la estética, caminando deprisa para evitar el flash de las miradas, organizando simposios y coloquios, pero no pueden reconocer un ángel cuando les sopla en la cara. Así son”. Y es a partir de esta nostalgia que la protagonista del relato La Ola inicia el regreso a Bolivia buscando recuperar algo perdido en la huída. Y para intentar conectar, acercarse a su origen, escribe sobre el sabor del Achachairú, “la fruta más deliciosa del mundo” que solo crece en Santa Cruz de la Sierra, y a partir de ese acto de escritura poder recuperar la infancia aunque sea por un instante.
La huída, como el movimiento de La Ola, es permanente y de ida y vuelta. De la Costa Este de Estados Unidos a Bolivia, de Nueva York a Santa Cruz de la Sierra, de la gran ciudad del norte al espacio latinoamericano de la selva boliviana. Un ida y vuelta incesante e intencional marcado por un resquebrajamiento íntimo de los personajes en los dos territorios opuestos.
En el relato Vacaciones permanentes, Analía en el Hotel Amazonas de Santa Cruz dice a su compañero “Vámonos del país […] A un país donde nadie nos conozca, como prófugos. Un día de estos me voy a largar y nunca van a saber de mí”. Pero es también Analía quien en Bunbury Road, trabajando en un restaurante neoyorquino, piensa “Esta es la vida que he elegido […] Limpiar los restos de comida de los otros, guardarse en los bolsillos las migajas que le dejan […] cuando bastaría una llamada para que le manden un ticket de avión y regrese a su país a hacer las paces con sus padres”. Todos necesitan escapar de una incomodidad que los habita. Pero La Ola es justamente esa incomodidad insalvable.
Como el agua que llega a la orilla para retirarse indefectiblemente, Colanzimuestra este ida y vuelta. Y en el libro puede leerse un síntoma latinoamericano del neoliberalismo de los 90. De jóvenes que crecieron en ese tiempo, que se sintieron ajenos a esa fiesta falsa y decidieron migrar. Pero al hacerlo tampoco lograron pertenecer al lugar del exilio. Así, los personajes de La Ola no pueden desentenderse de su condición originaria. Nunca dejan de ser cruceños en Estados Unidos. Escaparon pero tienen que regresar por la misma razón. Pase lo que pase necesitan tocar su origen boliviano desde donde representarse a sí mismos y, como cuenta uno de los personajes de La Ola, sentir en el salar de Uyuni “la soledad más jodidamente hermosa que has visto en tu vida” para arder y poder seguir.
[1] Juan L. Ortiz, Entre Ríos (1896-1978). Del poema Sí, sobre la tierra.. en “El álamo y el viento”.*Liliana Colanzi (1981, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia). Es Comunicadora Social, trabajó en medios y colaboró con Etiqueta Negra y Letras Libres. Editora de la antología Conductas erráticas (Alfaguara, 2009). Ffue una de las cronistas reunidas en Bolivia a toda costa. Crónicas de un país de ficción (Editorial El cuervo, 2012). Editorial El Cuervo también publicó en 2010 Vacaciones permanentes su primer libro de cuentos. La Ola (EditoriaMontarcerdos, 2014) es su último libro de cuentos. Actualmente vive en Estados Unidos y cursa un doctorado de literatura comparada en la Universidad de Cornell.