Argentina: a los 81 años falleció el célebre poeta y compositor de tangos Horacio Ferrer

481

La noticia comenzó a circular por las redes sociales a las 18:30 horas, y lamentablemente resultó cierta, ya que pocos minutos después hubo un comunicado de la Academia Nacional del Tango, por «el fallecimiento de su creador y presidente Horacio Ferrer». Y agregaba: «Acompañamos en este doloroso momento, a su esposa Lulu y sus familiares. Sus restos serán velados por la noche en la Legislatura Porteña.»

El luto y la tristeza marcaron el resto de la jornada, al igual que las demostraciones de cariño, elogios y palabras de reconocmiento a la labor de uno de los más grandes poetas, escritores, estudiosos, defensores y difusores del tango en todo el mundo. Llevaba varios días internado y falleció a causa de una complicación cardíaca, a los 81 años de edad.

Una leyenda viviente, un caballero a la antigua que parecía recitar cuando hablaba, Horacio Ferrer era todo un conocedor del tiempo pasado no hace mucho y un poeta que dividía sus jornadas como presidente de la Academia del Tango, de la organización de la Biblioteca del Tango, del Liceo Superior del Tango y del Museo Mundial del Tango en Rivadavia al 800, en el Palacio Carlos Gardel.

«Se fue el duende», escribió en su cuenta de Facebook la cantante Amelita Baltar, quien inmortalizó su «Balada para un loco» al interpretarla en 1969. «Este Río de la Plata marrón –prosiguió– se oscurecerá en el duelo. De las dos orillas se escuchará el llanto de quienes lo admiraron y conocieron y cultivaron su amistad. Mis canciones quedan aun más huérfanas, se han ido los dos papás, esta madre seguirá con ellas por el mundo cual maravilloso estandarte. ¡Chau, duende! Lulú querida, sé el dolor inmenso que sentirás. Estoy en espíritu a tu lado. Las cosas de la vida; en unas horas estaré en su Montevideo amada. ¡Recibilo señor!»

Nacido en Uruguay y nacionalizado argentino, Horacio Arturo Ferrer Ezcurra había nacido el 2 de junio de 1933 y desde muy joven se interesó por el tango y su mitología, lo que lo llevó a crear más tarde temas como «Balada para un loco» y «Chiquilín de Bachín», entre otras obras realizadas en sociedad con Astor Piazzolla.
Hijo de un profesor de Historia y una madre que era sobrina bisnieta de Juan Manuel de Rosas, creció en un hogar montevideano de gente culta que había llegado a conocer en persona a Amado Nervo, Rubén Darío y Federico García Lorca, un acervo del que no fue indiferente.

Quiso ser arquitecto y cursó varios años en la Universidad de la República, pero su pasión tanguera lo condujo a abandonar ese sueño y, como redactor del diario El Día, y luego de El País, se lanzó a conducir el programa radial Selección de tangos, que derivaría en El Club de la Guardia Nueva, entidad que promovía actuaciones de los músicos de vanguardia en locales de Montevideo y alrededores, donde comenzó su intensa amistad con Piazzolla.

Ya en ligas mayores, condujo programas tangueros por la prestigiosa emisora del Sodre, fundó la revista Tangueando y principios de los años ’60 condujo en la TV oficial uruguaya un programa que anticipaba lo que haría más adelante en Buenos Aires.

Publicó su primer libro de poemas, Romancero canyengue, en 1967, al que presentó recitándolo en compañía del guitarrista oriental Agustín Carlevaro, influido por Paul Verlaine y otros franceses, herencia de las pautas maternas, pero se lanzó al ruedo editorial con referencias a Menecucho, un poeta popular montevideano que vendía sus versos en los carnavales y decía: «Mis versos serán malos, pero son míos.»

El libro recibió las buenas críticas de las mejores plumas del tango en ambas orillas del Plata y motivó que Piazzolla musicalizara su poema «La última grela», que en principio iba a tener acordes de Aníbal Troilo.

Ese fue el trampolín para que Ferrer cruzara a Buenos Aires, convocado «de prepo» por Piazzolla, y a fines de 1967 ya estaba viviendo en una casa de Lavalle al 1400, que había sido la vivienda histórica de los Ezcurra, la familia de su madre.

La primera gran obra entre músico y poeta fue la ópera María de Buenos Aires, que se estrenó un año después en la ya extinta Sala Planeta, de la calle Suipacha, con Amelita Baltar y el notable Héctor de Rosas como protagonistas y Ferrer como recitante. No fue tan exitosa como se esperaba, pero con los años se volvió un ícono de la música rioplatense, que en sus distintas versiones viajó por más de 25 países.

En 1969 la dupla compuso «Chiquilín de Bachín» y «Balada para un loco», cuyos discos simples se vendieron como pan caliente, y que aportaban a la música ciudadana un perfil de apertura como nunca se había dado.

Fue un éxito masivo y es una de las canciones argentinas más conocidas de todos los tiempos. Los versos «Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, ¿no ves que va la luna rodando por Callao?» son seguramente los más famosos de Ferrer, además de la antológica descripción inicial del protagonista: «Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus, medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre en cada mano.»

Siguieron otros temas, que el público vio primero con desconfianza y luego con pasión: «Balada para mi muerte», «El Gordo triste» (un homenaje a Troilo), «La bicicleta blanca» y «Los paraguas de Buenos Aires».

«Bon vivant» a todas luces, Ferrer vivió junto a su esposa Lulú, un nombre bien afrancesado y de tango, en el Hotel Alvear, cerca de la Recoleta, donde se instaló en 1976 y que habitó hasta los últimos tiempos.

Amante de las pasiones populares, era hincha de Huracán en Argentina y Defensor Sporting en Uruguay. De hecho, en julio del año pasado se le rindió homenaje en una emblemática pizzería de Caseros y Rioja. Allí, el maestro Ferrer fue homenajeado por el programa Se escucha Huracán Radio, y Parque Patricios lo colocó en una triada poética que comparte con Homero Manzi y Julián Centella. «Esto es una cosa maravillosa porque me homenajea un barrio entero, un club entero y una hinchada entera», dijo esa noche, adonde llegó sin el medio melón de «Balada para un loco» en la cabeza, pero con un pañuelo beige, saco marrón, zapatos negros, camisa a rayas marineras y una flor verde en el hojal, similar a la que siempre creció desde la H de su firma.

Extravagante, excéntrico, inspirado y genial. Así fue Horacio Ferrer, un personaje de Buenos Aires, un «loco» de la bohemia, la música y la poesía, un grande que se codeó con otros grandes. Un talento que ya se extraña. «

«Horacito Ferrer,¡que en paz descanses, querido amigo!

¡Gracias por tanta buena onda y compañía!»

Pipi Piazzolla
Músico (y nieto de Astor)

«Nos dejó Horacio Ferrer, un grande del tango.
Excelente poeta, gran tipo.
Por suerte nos queda su obra.»

Daniel Filmus
Secretario de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas

«El tango está de duelo. Partió a la eternidad el maestro, poeta y amigo @horacio_ferrer…
Gracias Horacio por tu poesia y genialidad!!»

Juan Fabbri
Productor

«Murió Horacio Ferrer. Poeta. Su #BaladaParaunLoco cambió en muchos sentidos la forma de hacer canción y de llegar al pueblo cantando.»

Ricky Pashkus
Coreógrafo y director teatral

«Se fue Horacio Ferrer: la birome está de luto. Buen viaje, Maestro.»

Iván Noble

Músico

«Siempre hice lo que se me dio la gana»

En los primeros días de junio del año pasado, justo entre su cumpleaños número 80 y el festejo que se le organizó en el Teatro Maipo, el periodista Diego Gez, de Tiempo Argentino, entrevistó al gran Horacio Ferrer, sin saber que sería uno de los últimos reportajes extensos del genial poeta y letrista.

La charla se realizó en el Hotel Alvear, donde vivió desde hace cuatro décadas ininterrumpidas, ganándose la simpatía y respeto del barrio a base de su elegancia, estampa y una cordialidad que no suele abundar en nuestros días.

«Yo tengo suerte de estar muy bien acompañado por Lulú,» contó al referirse a su mujer desde hace más de 30 años. «Eso para mí es un tónico. Soy de la especie laboriosa, entonces para mí la vida es una fiesta. Ni el trabajo para mí es una obligación y mucho menos una costumbre. Es una bellísima tarea que el destino me ha encomendado, viajando con mis tangos, trabajando textos. Para mí, todo eso es una vida hermosa, que me permite el placer de inventar algunas novedades, escribir libros y haber creado la Academia Nacional del Tango, algo que no es poco. Ahí todos somos ad honorem porque, si tuviésemos una remuneración, ya no podría ser presidente. La guita es una cosa terrible de la que hay que tener distancia, aunque sea necesaria.»

–¿Cuál fue su contacto inicial con el tango?

–A mí me sedujo desde chico y eso se lo debo a mi madre. Ella era cantante lírica pero le gustaba el tango y lo cantaba muy bien. Entonces yo escuchaba eso, las letras, tan pegadizas y sentidas. Así que se me introdujo como un arte, y creo que la virtud del tango es esa, la de cautivar como un arte. Y si no fuese de esa manera no sería un género mundial, como lo fue siempre. Esa seducción es la que desplegó en culturas enteras, como la francesa, la alemana y la japonesa, que por otra parte tienen decenas de milongas en sus ciudades. En el mundo es increíble la cantidad de libros que se publican sobre el género, y los análisis musicológicos que hay alrededor, que captan y analizan el virtuosismo musical del tango. Es muy gratificante ver lo que se lo quiere alrededor del mundo, del arraigo que tiene en las personas, no importa qué cultura vivan. ¡Es increíble pero verosímil! (risas).

–Muchos, cuando experimentan una carrera como la suya, suelen realizar balances. ¿Qué observa al mirar atrás?

–Me veo expresando mucha gratitud con la gente que me ha ayudado y apoyado para convertirme en un poeta exitoso, una cosa que es muy difícil. Yo no he hecho ninguna concesión escribiendo poesía, porque siempre hice lo que se me dio la gana, y eso le gustó al público, desde un comienzo con mi primera obra, María de Buenos Aires, y mi primer tango que fue «La última grela». Nunca me preocupó el qué dirán, inclusive había gente que me decía que no me entendería nadie. Yo les decía que no escribía para ser entendido, no soy periodista, soy un poeta, escribo para conmover.

–Y mucho menos escribir para ser notorio.

–Claro, porque sólo quería llegar a los demás. Y lo logré, con un músico considerado difícil, raro, como Astor Piazzolla. Me invitó a escribir con él cuando le mandé un libro que se llamaba Romancero canyengue para que lo leyera. Él me dijo: «Horacio, esto que hacés vos en la poesía es lo que yo hago en la música. Desde ahora tenés que escribir conmigo.» ¡Me estaba llamando uno de los mejores de la historia, de acá y del mundo! Nos fue bien de entrada porque tuvimos un éxito fenomenal. Fue un momento de gran confirmación para con lo que había elegido, porque estaba en el buen camino. Eso me permitió seguir escribiendo hasta hoy, y no solamente tangos. Realicé dos libros sobre Pablo Picasso, el artista más grande de la historia del arte, al menos para mí. Y hace poco escribí un conjunto de 66 poemas sobre Mozart, en un promedio de uno por día. Así que sigo escribiendo de todo.

Cifra
207
es el total de letras de canciones que Horacio Ferrer tiene registradas en SADAIC.

«Balada para mi muerte»

Moriré en Buenos Aires,
será de madrugada,
guardaré mansamente
las cosas de vivir,
mi pequeña poesía
de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango,
mi puñado de esplín.

Me pondré por los hombros,
de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky
quedará sin beber,
llegará, tangamente,
mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto,
cuando sean las seis.

Hoy
que Dios me deja de soñar,
a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina
vos ya estás
toda de tristeza,
hasta los pies.
Abrazame fuerte
que por dentro
me oigo muertes,
viejas muertes,
agrediendo lo que amé.
Alma mía, vamos yendo,
llega el día, no llorés.

Moriré en Buenos Aires,
será de madrugada,
que es la hora en que mueren
los que saben morir.
Flotará en mi silencio
la mufa perfumada
de aquel verso
que nunca yo te supe decir.

Andaré tantas cuadras
y allá en la plaza Francia,
como sombras fugadas
de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre
por una calle blanca,
se me irán los recuerdos
en puntitas de pie.

Moriré en Buenos Aires,
será de madrugada…

El festejo del año pasado en el teatro maipo

La idea fue realizar en el teatro Maipo una única función, con una lista inmensa de invitados, donde Jairo, Leopoldo Federico, Raúl Lavié, Alejandro Dolina y Raúl Garello eran sólo la punta de una lista de personalidades que se sumaron a la celebración del maestro Horacio Ferrer por sus 80 años.

Según el homenajeado, «primero lo propuso Gabriel Soria, y más tarde se sumaron varios otros, quienes pensaron que mi trayectoria tenía algunos valores. Subiré al escenario para recitar un pequeño repertorio que vine ensayado para la ocasión. Y bueno, también está el Maipo, que es el teatro más tanguero de todos los teatros. Es el teatro porteño por excelencia. Es impresionante todos los que vienen y no dejo de estar más que agradecido por su presencia.»
Fue el 11 de junio del año pasado, nueve días después de su cumpleaños. También estuvieron Amelita Baltar, Susana Rinaldi, María Graña, Guillermo Fernández, José Ángel Trelles, Julia Zenko, Esteban Morgado, Raúl Garello, Juanjo Domínguez, Walter Ríos.

Tiempo Argentino

Más notas sobre el tema