Selección de poemas del escritor y revolucionario mexicano
Jose Revueltas (Durango, 20 de noviembre de 1914 – Ciudad de México, 14 de abril de 1976) es considerado una de las figuras esenciales de la literatura y el pensamiento político de México. Sus producciones literarias más reconocidas son Los días terrenales, El apando y Los errores, consideradas como pioneras de “la nueva novela mexicana”. Por su actividad política, fue encarcelado en reiteradas oportunidades, situación que potenció su producción intelectual y artística. Es considerado además uno de los principales pensadores del marxismo mexicano, corriente en la cual se destacó con obras como Ensayo sobre un proletariado sin cabeza
NOCTURNO DE LA NOCHE
Para Efraín Huerta
Cuando la noche;
cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios
y las sillas saben de las torpes pisadas;
cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida
y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos,
quemados para siempre;
cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio
son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa
a la Amparito o a la Chloe
en un mentido vuelco aéreo de Luna Park;
cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo a los inspectores
o a las escalofriantes agujas de los que ponen Roberto o Gustavo;
cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina
bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar
con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel;
cuando en las abandonadas consejerías de latón sólo se sabe ya
del chillido de la niña loca del conserje;
cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas
de los colonos que ya no se escriba
sino se cablegrafíe,
que ya no se sueñe
sino se asesine,
que ya no se llore
sino se pisoteen los vientres embarazados.
cuando la noche;
cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena
que cada vez más parece una enfermedad de los dientes,
entonces oigo torrentes furiosos de semen que corre por las calles
como entre caños de sombra y de injurias:
semen impuro y vicioso de horrendos señoritos,
destilados en las esquinas oscuras, en los pasillos de los cines
y en los mingitorios.
Semen cien veces del maldito de las sombras de los jardines.
Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle.
Se suceden sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado,
con una falsa alegría de labios relamidos y de placer gratuito,
sin pensar en la sangre derramada,
sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio,
sin pensar en la música, sin pensar en la vida.
Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,
que cesen los venablos de angustia que nos ha atravesado,
que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,
y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso
para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.
Cuando la noche.
Cuando la angustia.
Cuando las lágrimas.
Octubre de 1937
CANTO IRREVOCABLE
Yo, que tengo una juventud llena de voces,
de relámpagos, de arterias vivas,
que acostado en mis músculos, atento a cómo corre y llora mi sangre,
a como se agolpan mis angustias
como mares amargos
o como espesas losas de desvelo,
oigo que se juntan todos los gritos
cual un bosque de estrechos corazones apretados;
oigo lo que decimos todavía hoy
todo lo que diremos aún,
de punta sobre nuestros graves latidos,
por boca de los árboles, por boca de la tierra.
Yo, que irrevocablemente sé de nuestra eternidad definitiva
de nuestra juventud de atentos sueños
y lágrimas despiertas;
de los tercos tambores tercamente sonando
que hay en nuestro oscuro fondo.
Que tengo un par de rotos ojos vivos,
mirando, aún no calcinados,
y unos brazos largos inmensos, eternos como piedras,
como piedras duras y varoniles y tristes.
Que con esos ojos abiertos y sufriendo
sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada,
blanqueada por la amarga leche de los senos,
cómo se apaga con los huesos.
Y cómo se apaga y se seca de ceniza la sed
y se pudren las manos, y se curva el silencio.
Yo, que tengo un pobre e inútil corazón
para toda la tristeza
que dejo de sufrir a cualquier hora,
he visto a las madres arenosas y clavadas,
las madres de tezontle, las madres de piedra de metate,
llorando cuantas vivas de cal,
granos amargos,
gotas de plomo.
Lloran piedras de río
sentadas como viejas raíces,
las madres de tierra de la tierra.
He visto y llorado todo esto, yo.
Pero no he llorado todavía.
Hay un océano grande de tristeza.
Quisiera tener un corazón lleno de trigo
y mi pobre corazón es muy pequeño.
Hay que hacer un gran río del mundo,
juntar nuestros pulsos hasta formar un gran cielo.
Un cielo del que llovamos redivivos,
nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.
Mérida, Yucatán, mayo de 1938
Que se cierren los ojos
Que cierren los ojos, que tapen con siglos las edades
y nieguen la tierra y la aborrezcan y la escupan
si no quieren saber nada de la luz y la santa agonía.
Yo estoy aquí como la hormiga, como el arado,
porque no soy nadie y estoy de boca al suelo, besando todo loque pasa.
Si me invitan a morir lejos digo que no,
que mi sitio es el de la muerte aquí donde todos los planetas lloran
y los niños estan con las plantas esperando que amanezca.
Sé que debe amanecer y no en el cielo
sino entre las piedras y entre las manos de las gentes,
que debe amanecer antes de Cristo, después de Cristo,
en esta era y en este verbo que nos sale destrozado y dando gritos.
Que se tapen, que se queden cerrados, que nadie les dé auxilio,
que la voz les estalle antes de la palabra, que no puedan llorar nunca,
que no lloren jamás y la vida les sea alegre, horrorosa,
atrozmente alegre sin una sola lágrima,
si no levantan las manos y no se piden perdón
y no tienen la soberana, hermosa virtud de la agonía.
Yo estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando.
Yo estoy aquí.
Nadie me quiere aquí, yo lo sé.
Nadie quiere que me vaya de aquí, lo sé también.
No quiero que nadie venga y nadie se retire.
Estoy aquí.
México, D.F., mayo de 1938