Mientras cae el telón – por Adolfo Garcé
Va llegando a su fin la campaña hacia el balotaje. Apenas un trámite para la fórmula del Frente Amplio (que recorrió el país adelantando el festejo). Un calvario para la del Partido Nacional (que, pese a todo, no aflojó y siguió trabajando). Cae el telón, lentamente, sobre la elección nacional de 2014. Algunas preguntas, las más importantes, ya tienen respuestas. Otras quedan abiertas e invitan al debate. Veamos.
No deja de ser curioso. Pero la pregunta más importante de todas, la que en teoría debería poder contestarse recién bien entrada la noche del próximo domingo gracias a las proyecciones de escrutinio de las encuestadoras, ya tiene respuesta. Vázquez será electo presidente por segunda vez. Esto, que ya se vislumbraba la noche del 26 de octubre, fue ratificado por la campaña ulterior. Para generar un escenario realmente competitivo hacia el balotaje, la fórmula del PN tendría que haber logrado obtener el respaldo sin fisuras del Partido Colorado y del Partido Independiente. No fue así.
Los independientes resolvieron no pronunciarse. Es sabido que, dentro de dirigentes y votantes del PI, hay visiones muy distintas (algunos tienen como segunda preferencia al FA, otros al bloque conformado por blancos y colorados, otros a ninguno de los dos polos). Los colorados, pese a los esfuerzos de sus principales referentes (Pedro Bordaberry y José Amorin Batlle), han dado señales realmente confusas. Es notorio que figuras importantes del PC votarán por la fórmula frenteamplista. Desde luego, resta saber hasta qué punto esta “corrida” colorada hacia el FA es, apenas, un movimiento a nivel de elites o si tiene un correlato significativo entre los votantes del partido.
En cualquier caso, los uruguayos iremos a votar sabiendo de antemano el resultado. Esto conduce a dos discusiones importantes. La primera ya está instalada y refiere a si tiene sentido que sigamos manteniendo en nuestro país una regla electoral tan exigente para la elección del presidente como la que estableció la reforma del 96. No es un debate menor. Parece existir cierto clima favorable a atenuar el nivel de exigencia y permitir la elección presidencial con un umbral menor. No estoy tan seguro de que esto sea lo mejor. Me explico.
En primer lugar porque el balotaje, tal como está formulado, ha tenido un efecto moderador sobre la plataforma electoral del FA. Disminuir el umbral (por ejemplo, bajarlo al 45% como a veces se sugiere), equivale a invitar al FA a desplazarse de nuevo hacia la izquierda. En segundo lugar, porque con un puñado de votos menos, apenas unos miles, el FA hubiera perdido la mayoría en la cámara de representantes. Sin la certeza de la mayoría parlamentaria, el escenario del balotaje hubiera sido diferente. En tercer lugar, porque si los partidos de oposición se hubieran tomado el trabajo de construir, antes de llegar al balotaje, una coalición electoral “a la chilena”, el escenario del balotaje sería francamente distinto.
Dicho de otra manera: lo que vuelve trivial, previsible, aburrida la segunda vuelta en Uruguay no es tanto su diseño concreto sino el comportamiento específico de los actores, en particular, la miopía política de los partidos de oposición.
La campaña para el balotaje no solo dejó de manifiesto los problemas de acción colectiva blancos, colorados e independientes. Además, lamento insistir también en esto, dejó claro los límites de la estrategia discursiva privilegiada por el PN. Luego de meses de evitar la confrontación con el FA, la fórmula nacionalista, puesta entre la espada y la pared, tuvo que cambiar el tono y subir los decibeles de la crítica a las gestiones frenteamplistas. Aquí también, para mi gusto, la oposición reaccionó demasiado tarde. Dicho muy sintéticamente: es muy difícil ganar una elección enumerando los méritos del partido que se pretende sustituir.
Este debate sobre cuál es la mejor estrategia en términos discursivos para la oposición (y, en especial, para los blancos), tiene una larga historia y se remonta, por lo menos, a los viejos tiempos de la “gobernabilidad” wilsonista. En verdad, Wilson Ferreira confrontó con el presidente Julio María Sanguinetti mucho más de lo que colaboró. Es cierto, no impugnó las elecciones de 1984 y aceptó sus resultados. También es cierto que ayudó al presidente con la ley de Caducidad. Pero el PN, durante ese primer gobierno, se paró en el escenario político como partido de oposición. Luego, de inmediato, y sin Wilson, ganó la elección. Alberto Volonté, años después, reinterpretando a su manera la “gobernabilidad” wilsonista, derrochó buena voluntad y cooperó sin vacilar con la segunda presidencia de Sanguinetti. El PC fue reelecto. Jorge Larrañaga, a partir de mediados de 2008, optó por dejar de cuestionar tan abiertamente al FA y acercarse a José Mujica. Perdió la primaria con Luis Alberto Lacalle Herrera.
Cinco años después, Luis Lacalle Pou logró la nominación como candidato presidencial del PN diferenciándose de un Larrañaga que se había ido a las “cuchillas”. Pareció que su enfoque, que contradecía el “manual”, era el correcto. Los resultados del 26 de octubre (el PN pasó, apenas, de casi 30% a casi 31%) y el giro discursivo hacia la confrontación con el FA durante el mes del balotaje sugieren que el nuevo discurso era menos funcional de lo que parecía. Me pregunto, a esta altura, si el nuevo líder del PN no habría ganado también la primaria nacionalista con un discurso menos rupturista. No tenemos cómo saberlo.
Cae el telón. La Era Progresista durará, al menos cinco años más. La oposición, si quiere realmente ser una alternativa en 2019, está obligada a repensarse a fondo.