Orlando Senna, teórico brasileño: «Los gobiernos de la región entendieron que tienen que invertir en las industrias culturales»
Pensar nuestro continente desde la actividad audiovisual es el desafío que le propusimos a Orlando Senna, teórico y realizador brasilero; ex director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba; y ex Jefe de la Secretaría de Audiovisual (2003-2007) del Ministerio de Cultura de Brasil durante el gobierno de Lula da Silva. A principios de noviembre, pocos días después de esta entrevista, Senna, presidente de TAL –Televisión América Latina- fue condecorado con la Orden del Mérito Cultural por Dilma Rousseff, recompensa a “personalidades, organismos y entidades públicas y privadas, nacionales y extranjeras, a título de reconocimiento por sus contribuciones a la Cultura brasilera”.
La producción, la distribución, la necesidad de actuar en conjunto en todos los países de Latinoamérica, el rol del Estado y sus políticas, los avances tecnológicos y la configuración de un espectador activo son los temas centrales de esta conversación con el bahiense nacido en 1940, que trabajó como periodista, director, guionista, productor de cine documental y de ficción, así también como dramaturgo, editor de libros y productor de shows musicales. Además, hablamos de su relación con Santiago Álvarez, su experiencia en la Escuela de Cuba y como integrante del Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
¿Cómo analiza la producción audiovisual de Brasil y de Latinoamérica en la actualidad? ¿Existe un salto cualitativo en los últimos años?
En los últimos diez años todo el escenario audiovisual de América Latina pasó por una transformación importante, tanto en el aspecto político-cultural como en la difusión de la producción. Cuando digo político-cultural me refiero a las medidas adoptadas por varios gobiernos de la región en el sentido de fomentar y desarrollar sus actividades audiovisuales y también el aspecto ciudadano, en una nueva relación de los ciudadanos con sus cines nacionales. Medidas referentes a la difusión de contenidos también fueron puestas en práctica, principalmente en Brasil, Argentina y México. Esos países, los mayores productores de la región, aumentaron en 200% sus producciones durante el período. En lo que se refiere a los filmes, están produciendo anualmente entre 100 y 130 largometrajes cada uno. En Brasil, el gobierno federal y los gobiernos estaduales y municipales están inyectando a la producción y distribución recursos significativos, en un proyecto nacional que incluye una modernización de la legislación.
El nudo de la cuestión continúa siendo la distribución, como siempre fue, pero ahora con la diferencia de que los nuevos gobiernos están enfrentando el problema. La Argentina creó una red estatal de canales públicos de tv y salas de cine. México está invirtiendo fuerte en la exportación de sus películas. El Brasil está expandiendo la legislación de cuotas de contenido nacional en la tv. Recientemente la tv paga fue reglamentada, creándose una cuota de contenido nacional en todos los canales. Esa medida causó un impacto positivo en la producción, causó una gran demanda de contenido nacional por parte de los canales, resultando en el aumento de producción independiente de filmes y de contenidos para tv.
Desde mi punto de vista, el aspecto de la producción está resuelto desde que los gobiernos de la región entendieron que tienen que invertir en las industrias culturales, y particularmente en la industria audiovisual, porque se trata de un tema estratégico en el siglo que vivimos, que tiene que ver con la economía y la ciudadanía. El aspecto de la difusión no está resuelto, pero el entendimiento de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos sobre la necesidad económica y ciudadana de resolverlo y las acciones que se están llevando a cabo genera buenas esperanzas. Hablé de los tres países mayores productores pero el asunto audiovisual es tema de toda la región y el centro de esa cuestión es cómo distribuir y exhibir sus obras audiovisuales.
En mi opinión, deberíamos actuar más en conjunto, como región, en lo que se refiere al tema de la distribución y exhibición. A pesar del Mercosur Audiovisual, de CACI (Conferencia de Autoridades Cinematográficas de Iberoamérica) y de otras instituciones multilaterales latinoamericanas, no hay una propuesta sólida para una acción conjunta en el sentido de conformar un mercado audiovisual latinoamericano con mayor control por parte de los latinoamericanos. Ese podría ser el próximo paso.
El salto cualitativo también es evidente. Con el aumento de la producción, la inclusión de nuevos artistas y técnicos que permitió las nuevas tecnologías surgió una nueva generación de cineastas, nuevas propuestas estéticas, rescates culturales, nuevas lecturas de nuestra realidad, nuevos caminos de la narrativa audiovisual latinoamericana. Es una generación continental y sus filmes más destacados son realizados en varios países, las buenas sorpresas llegan de Uruguay, de Venezuela, de Costa Rica, de República Dominicana, del efervescente Cine Independiente de Cuba.
¿Qué se puede esperar para el audiovisual en Brasil en el futuro cercano (próximo gobierno, digamos)?
Lo que la sociedad y los trabajadores audiovisuales brasileros esperan del nuevo gobierno es que lleve adelante y potencie el proyecto audiovisual que se está desarrollando. Potenciarlo significa hacer los ajustes legales que el crecimiento del mercado exige, alimentar la política de fomento a la actividad, priorizar la distribución. Se trata de un proyecto implementado por el gobierno de Lula en 2003, que generó los avances sobre los cuales estamos hablando, más aún tiene mucho para avanzar. Con relación al cine, por ejemplo, los filmes brasileros ocuparon 18% del mercado nacional en 2013, aunque la meta es triplicar esa ocupación.
¿Qué grado de conexión han alcanzado las culturas del continente en este Siglo XXI? ¿Qué pasa con la brecha tecnológica?
La conexión aumentó, como era de esperar con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación. Pero no tanto como debería. Con excepción de Brasil, los países latinoamericanos demoraron en percibir que estaba ocurriendo una revolución digital de grandes proporciones, con impactos en varios aspectos de la vida, del trabajo, de la política, de la cultura como un todo. Se perdió un tiempo precioso. A partir de 2006 o 2007 la situación cambió y se le empezó a dar una atención especial al asunto por parte de los gobiernos y las corporaciones de nuestros países. Un ejemplo de ese cambio de actitud fue la decisión de la mayoría de los países del continente de un estándar digital común, el estándar japonés-brasilero. La perspectiva es que el grado de conexión sea ampliado significativamente antes del fin de esta década.
La brecha tecnológica, que algunos prefieren llamar brecha digital, era muy evidente en la última década del siglo pasado, por los motivos que todos sabemos, porque existen países ricos y pobres. Pero una de las características de las tecnologías digitales es la de ser expansiva, y costar menos que las tecnologías industriales tradicionales, ser más accesibles para los pobres. Eso significa estrechamiento progresivo de la brecha. A mediados de la década pasada menos del 5% de la población latinoamericana tenía acceso a internet en sus casa, hoy ese porcentaje es de 25%. Sin considerar a la pequeña Oceanía, América Latina y el Caribe es el tercer continente más conectado, con cerca de 36% de la población usando internet (atrás de América del Norte con 78% y Europa con 58%).
Hace unos años usted nos hablaba del nacimiento de un “octavo arte”, que presupone un espectador activo (diferente al espectador activo que imaginaba el cine militante de los setenta), con interacción en la historia, etc. ¿cuánto cree que se ha avanzado en ese sentido?
Ese espectador activo en el sentido digital, en otras palabras, interferente, coautor, dialogando con una obra en tiempo real, está en formación. Su actuación plena depende de la evolución de la interactividad en la e-tv, la televisión-computadora, que todavía no avanzó lo suficiente para posibilitar eso. La única modalidad interactiva existente sigue siendo el video juego, que está progresando técnica y artísticamente aunque dentro de sus limitaciones. El consumidor interactivo está a la espera de la tv plenamente conectada para poder actuar. Respondiendo a la pregunta, no avanzó mucho desde cuando conversamos sobre el “Octavo Arte”.
¿Cómo se ha modificado el papel del Estado en todo esto? ¿Cuál debería ser el rol del Estado?
Los Estados latinoamericanos adoptaron una nueva postura en relación al audiovisual, comprendieron su incidencia estratégica contemporánea, como ya dije antes. Esa comprensión, en sí misma, fue un gran avance. Todavía existen lagunas y es necesario que las acciones se materialicen, que muchas providencias prácticas sean decididas e instituidas, principalmente en lo que se refiere a visibilizar nuestros contenidos en los mercados nacionales y a visibilizar un mercado común audiovisual en el continente. El papel de los Estados es ofrecer condiciones a los productores y realizadores para que trabajen, garantizando la fluidez y el crecimiento de nuestras cinematografías en una evolución continua de la actividad audiovisual como un todo.
¿Cuál piensa que es la situación de otras cinematografías periféricas?
Una situación nueva generada por los entendimientos y acciones surgidos en los últimos años es un nuevo escenario de producción en el continente. Antes, apenas algunos países realizaban películas que llamaban la atención, era como si el cine existiese apenas en Brasil, Argentina, México, Chile, Colombia y Cuba, con algunas luces brillando de vez en cuando en Bolivia. Hoy, como mencioné, hay una evolución de la actividad en Uruguay, Paraguay, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Guatemala. Se puede decir que, finalmente, hay producción audiovisual en todo el continente. En algunos países esa producción aún es incipiente, escasa, pero las señales de que el panorama está cambiando son alentadoras. Lo que tenemos que hacer es seguir y potenciar esas nuevas políticas, y creer que podemos ser productores y exportadores de contenidos audiovisuales.
En lo personal: ¿de qué manera es ud espectador audiovisual? ¿sigue participando de los “rituales paganos” en una sala de cine, elige el consumo hogareño, se involucra con la visión en red?
Soy un espectador genérico, veo contenidos audiovisuales en cualquier pantalla, hasta en el teléfono. Pero conservo un sentimiento especial de ver películas en las salas de cine oscuras, participando de ese ritual pagano al que se refieren, ligado a personas desconocidas por las raíces aéreas de la emoción. Es un placer insustituible y también una visión en red, en otro sentido.
Por otro lado, le queríamos preguntar por su experiencia en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, ¿qué significó para ud estar al frente de esa escuela?
Ser fundador y profesor de la Escuela de Cuba, como es más conocida, es una de las grandes alegrías de mi vida. Fue el lugar donde más aprendí, sigue siendo el lugar donde más aprendo. Es una escuela en la que, por su naturaleza de multiculturalidad e inmersión, el profesor y el alumno están siempre aprendiendo, tienen oportunidades iguales para aprender y mejorar. Yo mejoré mucho como participante de esa experiencia, de esa gran familia que se formó y se continúa formando en San Antonio de los Baños. Casi treinta años después de fundada, la escuela está mejorando naturalmente con el paso del tiempo, renovando procedimientos técnicos y docentes, pero sigue fiel a sus principios de centro generador de conocimientos, latinoamericanismo y humanismo.
También sabemos que trabajó junto a Santiago Álvarez, queríamos saber de qué manera recuerda ese tiempo y ese trabajo compartido.
En los inicios de los años 1980 nos convertimos en grandes amigos, estuvimos juntos en el montaje de la escuela de San Antonio de los Baños, él y su compañera Lázara Herrera fueron y siguen siendo referencias para mí. Recibí de ellos una ayuda muy importante cuando asumí la dirección de la escuela, de 1990 a 1994, durante el Período Especial, o sea, la fase económica más dura de toda la historia de la Revolución Cubana. Me ayudaron con sus concejos y con el cariño que siempre me dedicaron. Tener al maestro Santiago Álvarez como amigo, como un hermano mayor, fue como una bendición.
Hicimos juntos, en codirección, el documental Brascuba, sobre las semejanzas culturales entre Cuba y Brasil a pesar de las diferencias de carácter geográfico, geoestratégico, idiomático, económico y político entre los dos países. Usamos la estrategia de “buscar en el extranjero”, el filmó en Brasil y yo en Cuba. Después de 27 años de realizado, creo que la película está ganando un valor histórico bien interesante.
Y sobre su participación en la FNCL: ¿De qué se ocupa el Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano?
Los objetivos de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamerciano son contribuir de manera efectiva al crecimiento y fortalecimiento del cine latinoamericano, su integración y la preservación y difusión de su patrimonio. Para esto desarrolla varios programas, siendo el más importante de ellos la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. También se ocupa de estudios e investigaciones; relaciones dinámicas con instituciones académicas, gubernamentales y profesionales de la región y de todo el mundo; apoyo a actividades audiovisuales de países carentes y de las nuevas generaciones de productores y cineastas. Aconsejo a todos visitar nuestro sitio www.cinelatinoamericano.org
En este momento la fundación está pasando por cambios significativos, hay un movimiento para la renovación del Consejo Superior y del Consejo Directivo, del cual también formo parte. En fin, estamos navegando en el barco del tiempo, ajustándonos a las nuevas realidades de la actividad audiovisual continental y de la economía global. En 2015 vamos a festejar 30 años de actividad, tres décadas dedicadas a la juventud de América Latina, al estimulo de la innovación constante de las artes audiovisuales de nuestro continente.