Nazih Richani, politólogo: «La agricultura campesina es central para la paz de Colombia»

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Experto en conflictos internos de larga duración, el politólogo Nazih Richani habló sobre el conflicto colombiano y los de otros países, los desafíos de su terminación y las obstáculos para una paz duradera.

La agricultura campesina es central para la paz de Colombia» Richani en la Serranía de la Macarena, Departamento del Meta, realizando trabajo de campo en una zona neurálgica a fin de entender las dinámicas internas del conflicto.

Tal vez porque nació en una familia de inmigrantes libaneses en Venezuela, Nazih Richani ha dedicado su vida a entender cómo y por qué sociedades en plenos auges modernizadores se vuelcan contra sí mismas para destruirse desde adentro. Líbano, Siria, Angola, Sudán, Sri Lanka, Colombia, Guatemala y El Salvador son algunos de los países cuyos conflictos internos este politólogo ha analizado. Su esfuerzo ha sido apoyado por organismos tan diversos como las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Consejo para la Investigación en Ciencias Sociales (SSRC) y la Academia Internacional de Paz, entre otros.

Más allá de las particularidades de cada caso, en el fondo del mar de odios y afrentas que envuelve a toda guerra interna, Nazih Richani ha detectado una serie de factores comunes. Desde Nueva Jersey, Estados Unidos, donde trabaja en Kean University como profesor además de director del Centro de Estudios Latinoamericanos, Richani, habló sobre las lecciones que el país puede sacar de otros conflictos para la construcción de un futuro en paz.

¿Qué paralelos nos podría trazar entre lo que vive Colombia y otros países que Usted ha estudiado?

Ahora estoy terminando un trabajo sobre el conflicto en Siria y lo que es muy particular en ese caso es la ayuda externa. Todos los actores, tanto el Estado como la insurgencia, tienen mucho apoyo exterior, financiero y militar, y eso le da oxígeno al conflicto, que se vuelca en función de lo internacional y lo regional. En Colombia lo externo ha jugado un papel, pero no tan decisivo, por el hecho de que la insurgencia ha dependido más de los recursos locales, como extracción minera, narcotráfico, secuestro y extorsión.

¿Y conflictos en otras geografías, en África, por ejemplo?

Con Angola hay unos rasgos similares en cuanto a que el Estado lanza una guerra de baja intensidad contra la insurgencia, la cual cuenta con una capacidad extractiva, en este caso por los diamantes, que le da recursos económicos para sostener la guerra. Pero ahí la terminación del conflicto se da por varios factores, entre ellos el error gravísimo que [Jonas] Savimbi y su grupo [UNITA] cometieron al cambiar su guerra de guerrillas por una guerra clásica, comprando tanques y armamento pesado. Esto coincidió con otro factor, la bonanza para el Estado por los precios del petróleo, lo que permitió la compra de aviones para contrarrestar el armamento pesado de la insurgencia. Así terminó el conflicto con una derrota militar para UNITA. Lo mismo pasó en Sri Lanka con los Tigres Tamil. En contraste, cuando entra el Plan Colombia, las FARC deciden abandonar la guerra de posiciones móviles y adoptar una guerra de guerrillas. Es decir, de tratar de controlar una zona, a partir de 2008, los comandantes comienzan a andar con un puñado de hombres. En este caso la guerrilla pudo contener la ofensiva del Estado.

Si había empate técnico a pesar de un cambio de estrategia de las FARC y del apoyo norteamericano con el Plan Colombia, ¿cuál fue entonces el factor determinante que llevó a las partes a negociar?

Desde más o menos los años 70 hasta el Plan Colombia, no hubo empate técnico, sino cómodo impasse. Como decían: “a la economía le va bien mientras al país le va mal”. Esta frase es muy indicativa de la posición que tenían las clases dominantes: sí, hay guerra, pero no ha tocado los intereses estratégicos. Lo único incómodo de ese impasse era que no podían ir a las fincas. Pero había sectores dentro de las clases dominantes que sí estaban sufriendo, los ganaderos. Esta facción no era económicamente importante, pero sí influía en la política por medio de la violencia a través de un nuevo instrumento militar. La intensidad del conflicto comenzó a cambiar a partir de la emergencia de los paramilitares en 1997. Ahí es cuando el cómodo impasse dejó de ser tan cómodo. El Plan Colombia y la emergencia del paramilitarismo cambiaron por completo la dinámica del conflicto, que se volvió más intenso y más costoso. Esto contribuyó a que se sentaran a la mesa.

¿Estamos hablando de un realismo compartido?

También Venezuela, Hugo Chávez y su conjunto, jugó un papel clave en convencer a la insurgencia de que el ámbito internacional era favorable para negociar. Y las FARC empezaron un debate interno. Incluso Alfonso Cano fue convencido. Desde su llegada (a jefe máximo), Alfonso Cano mandó un emisario al entonces ministro de defensa, Juan Manuel Santos, diciendo “que estamos listos a negociar”. El planteamiento de Venezuela era que el entorno regional les podía ayudar políticamente en postconflicto, que tendrían un futuro político a pesar de abandonar la lucha armada. Y está el costo enorme para las FARC, que en los últimos quince años han sufrido bajas de mandos medios y altos, ni hablar de la tropa, han perdido terreno en zonas estratégicas, aunque han recuperado otras. Por eso el planteamiento de Venezuela fue convincente y las FARC también vieron las dificultades estructurales y militares que estaban enfrentando.

El sociólogo Daniel Pécaut planteó el 20 de julio pasado que los altos mandos de las FARC “deben tener mucho miedo de una desbandada”, El País, Cali) y que por esa debilidad en su estructura es que se están tomando en serio las negociaciones.

No creo que esto sea cierto. Las FARC tienen unidad de mando. Hoy en día todos los frentes de las FARC son interdependientes. Esto contrasta con el ELN, que sí tiene una descentralización de mando casi total. Por ejemplo, en las FARC un frente se dedica exclusivamente a extracción de impuestos a los narcotraficantes pero no tiene armamento, para sus municiones depende de otro frente, pero ese otro frente no tiene plata, mientras que otro frente más le da la ración de comida a ambos, y todos a su vez dependen del secretariado. Así los comandantes de frente no son autosuficientes, o no necesitarían del mando central. Ésa es la tradición de las FARC, marxista-leninista, una estructura muy jerárquica a la que le introdujeron flexibilidad para mantener el mando central.

Ahora que gobierno y FARC están sentados a la mesa, ¿qué cree que puedan enseñarle otros casos, como los de Centro América, en cuanto a negociación y postconflicto?

Lo más importante de todo es la reforma agraria. Este conflicto es básicamente por la tierra, su distribución, concentración y uso. Para tener un postconflicto pacífico lo más importante es sostener la economía campesina en un mundo globalizado y generar empleo suficiente. La economía informal no puede pacificar al país. Una política de Estado que apoye a los agricultores pequeños y medianos le puede ahorrar mucha sangre a Colombia en el postconflicto. Si eso no se logra el país seguirá el mismo camino de El Salvador y Guatemala. Pero el pensamiento de los tecnócratas y los que manejan la economía es que la minería, el petróleo, algunos combustibles y la palma africana serán suficientes. Suficientes para generar otra guerra, pero no para generar una economía política sostenible en época de paz. La agricultura campesina es central para la paz de Colombia.

Hemos visto en los paros agrarios e indígenas que los sectores sociales están preocupados por la soberanía y la seguridad alimentarias. ¿Qué oportunidades ve para que estos sectores influyan en las negociaciones y reformas posteriores?

A la sociedad civil y las organizaciones les toca estar presentes en La Habana empujando tanto al gobierno como a las clases dominantes, porque para la paz social de Colombia el modelo económico es realmente el problema. Los tecnócratas ni siquiera han absorbido las lecciones de la crisis económica del 2007-2008 a nivel mundial. En Colombia el modelo neoliberal está vivo y es dominante. Pero los tecnócratas tienen sus intereses en conservar ese dogma, la guerrilla no tiene la capacidad y la sociedad civil no ha construido una masa crítica intelectual para presentar una visión distinta. Lo que falta ahora es esa masa crítica con una doctrina económica que le pueda dar un giro a Colombia en términos de su desarrollo. En el Líbano, por ejemplo, en la época de postconflicto, la tasa de criminalidad bajó, en contraste con Guatemala y El Salvador. ¿Por qué? Porque hubo una expansión exponencial del sector público y las inversiones públicas que generaron empleo con buenos sueldos para casi toda la mano de obra existente. Lo que necesita Colombia es una política keynesiana de este tipo. Colombia tiene cómo generar la plata para hacerlo a través del sector agropecuario, que es muy eficiente en términos de producción. Contra la ortodoxia neoliberal, tenemos las cifras, casi el 60% de la comida en Colombia es producida por campesinos pequeños. Si el tema de distribución de la tierra no es factible debido a la resistencia de los ganaderos y otros grandes terratenientes, lo que puede hacer el Estado es expandir las reservas campesinas garantizadas por la Ley 160 de 1994 y darle los baldíos a esas reservas en vez de a las multinacionales.

Prensa Rural

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