América Latina entre la profundización de los cambios y la restauración conservadora – Por Atilio Boron

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

A continuación comparto una reflexión inicial sobre las ponencias y discusiones sostenidas en el Encuentro que las fuerzas de izquierda y progresistas tuvieron en Quito los días 29 y 30 de Septiembre sobre el tema “Las revoluciones de la Patria Grande: retos y desafíos”.

Primero, la constatación de que el ciclo de ascenso del movimiento popular en América Latina y el Caribe se ha detenido. Por supuesto, la dinámica de la lucha de clases sigue su curso en los distintos países, y en algunos casos con mucha intensidad, en donde se puede observar un archipiélago de resistencias a los acelerados procesos de desposesión y saqueo perpetrados por las grandes transnacionales del “agronegocios” y la minería, principalmente. Ciclo que, sin duda, podrá renacer en no demasiado tiempo, pero no en la inmediatez de la coyuntura actual. En otras palabras, la formidable marea de carácter continental desatada a finales del siglo veinte con el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales venezolanas de 1998 se ha estancado. Podría decirse que el punto más elevado de este ciclo ascendente fue la derrota del ALCA en Mar del Plata en Noviembre del 2005, y que el estallido de la nueva crisis general del capitalismo en 2008 fue la que marcó el principio del fin de aquella fase. Un ejemplo elocuente de este proceso lo proporciona el auge y decadencia del Foro Social Mundial de Porto Alegre, importantísimo en los primeros años del siglo y reducido a la irrelevancia en los últimos tiempos. Otro ejemplo lo aporta la constatación de la “corrida hacia la derecha” del centro de gravedad del espectro político en países como la Argentina, Brasil, Uruguay, otrora puntales de la “centroizquierda” latinoamericana; o las crecientes presiones ejercidas por el bloque oligárquico-imperialista sobre los gobiernos bolivarianos de Bolivia, Ecuador y Venezuela.

Segundo, y como corolario de lo anterior, luego del desconcierto inicial y el retroceso experimentado por la derecha latinoamericana ante el avance del movimiento popular se desencadenó un proceso de reorganización y reacomodo de las fuerzas conservadoras. En línea con lo que observara Antonio Gramsci, en período de crisis estas mudan nombres, agendas, estrategias, tácticas, organizaciones y liderazgos para enfrentar, en nuestro caso bajo la dirección general de Washington, los desafíos planteados por la nueva situación. Las opciones son varias: apuesta al golpe de estado en Bolivia (2008) y Ecuador (2010) y fracasa, no por casualidad en dos países que habían experimentado vigorosos procesos de auge de masas. Ya antes, en una movida premonitoria, lo había intentado en Venezuela en el 2002 para derrocar a Hugo Chávez, pero la impresionante respuesta popular frustró esos propósitos esos propósitos. Pero triunfó en dos eslabones más débiles de la cadena imperialista apelando a nuevas tácticas: los “golpes institucionales” en Honduras (2009) y Paraguay (2012). Esta “derecha recargada” se monta sobre el proyecto de recuperación y disciplinamiento de América Latina y el Caribe diseñada por la Casa Blanca a partir de las crecientes dificultades que su primacía encuentra en Medio Oriente, Asia Central y el Extremo Oriente, lo que la lleva a privilegiar el control de su “retaguardia estratégica” a cualquier precio. En este nuevo escenario, esa derecha patrocinada, financiada, organizada y aconsejada por Washington lanza un proyecto de “restauración conservadora” que combina estrategias institucionales (como la creación -o recreación- de partidos de una derecha neocolonial que opere falaz y provisoriamente dentro de las reglas del juego de la democracia) con otras de carácter francamente insurreccionales y sediciosas, como lo retrata con total claridad la agresión perpetrada en contra de la República Bolivariana de Venezuela con sus guarimbas que ocasionaron casi medio centenar de muertos una vez que la derecha volvió a morder el polvo de la derrota en las elecciones de fines del 2013. Entre ambas estrategias, las institucionales y las insurreccionales, se despliega un amplio abanico de opciones intermedias, aunque todas ellas con un común denominador: reemplazar por cualquier medio a los gobiernos que no se alinean incondicionalmente con Washington. Por ejemplo, los que no admiten la instalación de bases militares norteamericanas en sus territorios. Esto los convierte automáticamente en enemigos a ser derrocados apelando a cualquier recurso.

Tercero, tener en cuenta los impactos fuertemente negativos que la actual crisis general del capitalismo ejerce, a través de múltiples conductos, sobre las economías latinoamericanas y sus implicaciones en los diversos esquemas regionales de integración como el Mercosur, la UNASUR, Petrocaribe, la CELAC, etcétera. La interminable recesión, que ya se prolonga por más de seis años, provocó la disminución de la demanda y de los precios de la mayoría de las commodities producidas en la región, crecientes restricciones y condicionamientos impuestos por los grandes capitales para realizar inversiones en países de la periferias y, en algunos casos, una caída en el volumen de las remesas de los emigrados, todo lo cual ha creado una situación fiscal cada vez más comprometida para los gobiernos del área. Esta combinación de factores afecta con mayor intensidad a países como Bolivia, Ecuador y Venezuela que en los últimos años se embarcaron en ambiciosos programas de reforma social, combate a la pobreza y la desigualdad y cuantiosas inversiones en infraestructura. El desequilibrio en las cuentas públicas agudiza la vulnerabilidad de las economías latinoamericanas, acrecienta su dependencia externa y debilita el impulso integracionista al tener que hacer frente a las tensiones comerciales y financieras de la coyuntura abriéndose a los influjos de la economía mundial, lo que va en desmedro de los acuerdos regionales de cooperación económica y política. Un ejemplo: si los países del ALBA necesitan cada vez más dólares para importar bienes esenciales para su aparato productivo tenderán inevitablemente a orientar sus relaciones económicas hacia países que puedan pagar en esa moneda por sus exportaciones en detrimento de los intercambios económicos pagaderos con el SUCRE o con monedas locales. El estancamiento del Mercosur tiene como una de sus causas precisamente esta misma situación. Y las restricciones en materia de integración económica poco tardan en proyectarse sobre la escena política. No sorprende, por lo tanto, que la UNASUR se haya visto negativamente afectada por el clima económico recesivo imperante en la economía mundial, clima que, con unos años de retraso en relación a su irrupción en los capitalismos metropolitanos, terminó por agobiar a los países del área.

Cuarto y último (por ahora, como decía el Comandante): consenso muy grande en el Encuentro acerca de que la sustentabilidad de los procesos de reformas no descansa sobre pactos o acuerdos con el establishment local o internacional (que la historia enseña que invariablemente terminan con la derrota del campo popular) sino sobre la ininterrumpida extensión y profundización de las reformas. No hay consolidación de lo ganado si la marcha se detiene, o si se cae en la trampa del falso realismo del “posibilismo.” Claro que para continuar el avance no basta con apelaciones retóricas o el culto al voluntarismo. Es necesario perfeccionar la organización de los movimientos sociales y fuerzas políticas identificadas con el proceso de transformaciones y trabajar incansablemente en eso que Fidel llama “la batalla de ideas”, la concientización del campo popular. En suma: la fórmula de la sustentabilidad de estos procesos que cambiaron el mapa sociopolítico latinoamericano desde comienzos de siglo es “organización + concientización”. A sabiendas, va de suyo, que cada avance hacia un horizonte revolucionario -hacia la construcción de una sociedad no sólo posneoliberal sino poscapitalista- desencadenará las más feroces reacciones de la derecha vernácula y sus amos imperialistas como desgraciadamente lo prueba el asesinato perpetrado en el día de ayer en Caracas del joven diputado chavista Robert Serra. Algunos sectores del progresismo (e inclusive de una cierta izquierda) pueden caer en un eclecticismo teórico en relación al carácter omnipresente y permanente de la lucha de clases, cosa que jamás ocurre con nuestros enemigos, demasiado acostumbrados al ejercicio del poder como para distraerse en esas tonterías. La derecha, la burguesía imperial y sus aliados en la periferia saben que la lucha de clases es tan real e inexorable como la ley de la gravedad, y llevan esta creencia hasta sus últimas consecuencias en el terreno de la praxis. Si para prevalecer en el conflicto tienen que matar van a matar; si tienen que torturar van a torturar; si tienen que desaparecer a sus enemigos los harán desaparecer. Avanzar resueltamente es la única manera de desbaratar sus planes.

Atilio Boron

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