Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia: «En Bolivia hoy la gente está feliz»
Evo Morales gobernará Bolivia, al menos, hasta el 2020. En una entrevista con Radio Nacional, su compañero de fórmula, analizó la campaña, la relación con Estados Unidos, la importancia de la integración regional y los desafíos para el nuevo período de gobierno.
Qué diferenció esta campaña electoral con las anteriores y cómo reactualizan sus propuestas luego de nueve años de gobierno?
–Esta campaña se diferencia de las anteriores tres: 2002, 2005 y 2009. Entonces había una dualidad propositiva, si usted quiere. Una polarización de proyectos de economía, de Estado y de sociedad radicalmente distintos. Unos que propugnaban abierta, cínicamente, continuar con el modelo neoliberal de privatizaciones, de subordinación a los Estados Unidos. Y el otro proyecto que emergió desde los sectores indígenas, campesinos, luego obreros, vecinos, intelecutales, académicos, de un modelo post neoliberal, de transición. Esas dos propuestas se confrontaron a lo largo de esta última década, entonces la campaña era más intensa. Esta es igualmente de intensa pero está claro que la lógica del debate ha cambiado mucho. Los opositores neoliberales vergonzantes, digámosles así, no reivindican abiertamente el regreso al neoliberalismo porque si lo hicieran ni sus hijos votarían por ellos. Aquí hablar de neoliberalismo es como hablar del parque jurásico. Algo que pertenece a décadas pasadas. Lo que ha sucedido con la propuesta opositora, es que se ha enmarcado en el horizonte de época: el del proceso de cambio, el del modelo post neoliberal. Economía plural, autonomía, gobierno indígena. Pues los opositores, para tener algo de vigencia, no cuestionaron el modelo vigente. Sería suicida, con semejante éxito económico, ponerlo en duda. Ese es un primer elemento. Y segundo elemento, que tiene que ver con la estructura organizativa del MAS y del presidente Evo, es su gran capacidad de renovación. Estar enraizado en los sectores sociales, visitas a una pequeña comunidad y luego un gran encuentro de trabajadores, ir de lo micro a lo macro, le permite al presidente Evo, a los que lo acompañamos y a la estructura partidaria, renovarnos. Es tercera elección que tenemos que reinventar el proyecto. La primera fase fue nacionalizar y ganar la Constituyente. Listo. La segunda fase, distribución de la riqueza, aplicación de la nueva Constitución, expansión económica. Y la tercera fase la hemos vuelto a relanzar con cuatro pilares: Bolivia centro energético del continente; industrializar los recursos naturales, economía del conocimiento, hacer grandes inversiones del colegio a la universidad para empezar a mutar la forma de aprendizaje escolar universitario hacia la priorización del conocimiento, la tecnología, áreas técnicas, áreas científicas. El cuarto es Bolivia exportador de alimentos para el mundo. Son cuatro pilares que enriquecen el proyecto de 2005. Que enriquecen lo que dijimos en 2009. Usted tiene un partido que permanentemente se re reactualiza.
–En una entrevista al presidente Evo Morales dice que pasaron de una democracia representativa a una democracia participativa y ahora estaban en un momento de una democracia decisiva, donde ya las personas no sólo son representadas, no sólo participan sino que deciden. ¿Cómo articulan con movimientos sociales, pueblos originarios, sindicatos, corporaciones?
–Mire, la sociedad boliviana es muy compleja, fragmentada. Las regiones parecen mundos aparte. Usted tiene clases sociales, como en cualquier parte del mundo, pero que cargan la raíz de la colonización y están atravesadas por prejuicios raciales. Tiene naciones indígenas con derechos colectivos. Y sistemas sociales, sistemas políticos, sistemas civilizatorios diferentes. Aquí convive usted con una economía de caza y recolección, en la zona de la Amazonía, con una economía de petroquímica en Tarija, con tecnología Samsung. Por eso hablo de diferentes estructuras societales, civilizaciones, que coexisten en el mismo territorio. Eso siempre ha llevado a tendencias centrífugas en Bolivia, contenidas por los momentos de cohesión interna. La Guerra del Chaco, 50 mil muertos, cohesiona, unifica en la desgracia pero unifica. Ir al Mundial, aunque parezca curioso, cohesiona campo-ciudad, norte-sur, clases sociales, regiones, en torno a victorias simbólicas, que elevan el sentido de pertenencia y de auntodignificación. La revolución del ’52, a su modo, fue un momento articulador: redistribuyó tierras, asignó derechos. Son momentos específicos de la historia boliviana de cohesión y momentos de tendencias centrífugas. Lo que ha pasado últimamente tiene que ver con uno de esos momentos extraordinarios de cohesión social, que se sustenta en tres pilares. El primero, el excedente económico. No hay cohesión social sin excedente, o tiende a ser muy débil, la fórmula es muy clara. Bolivia ha articulado un proceso revolucionario con alto excedente, con altos recursos económicos fruto de una decisión política que es haber nacionalizado los recursos hidrocarburíferos, energéticos y parte de los mineros. Es un elemento que ayuda a cohesionar porque hay un proceso de redistribución de la riqueza, es decir, de nacionalización de la riqueza. Es decir, de autoidentificación y de beneficio colectivo de lo que antes pertenecía a extranjeros. Es un elemento muy importante. Un segundo elemento tiene que ver con la capacidad de unificación temporal de los movimientos sociales. Por lo general, entran a actitudes locales y corporativas, pero en momentos extraordinarios fusionan y producen un tipo de energía nuclear social, digámoslo así, que es una energía propositiva, universalista. Esos momentos de universalismo de las exigencias y de las reivindicaciones de los sectores sociales han creado también un espíritu de cuerpo nacional muy fuerte.Y un empoderamiento terrible de la gente que se siente digna, que se siente con derechos. Su presidente es como ellos. Y si él es presidente, ¿porque no puedo ser ministro, canciller, caminar por la calle con la misma hidalguía que cualquier otra persona? Y el tercer elemento de cohesión social es el presidente Evo. El carisma que se fue forjando del presidente a lo largo de su dirigencia sindical pero que ya en gobierno se ha consolidado, se ha articulado. Claro, es como ver, pues, la historia de 500 años andando pero al revés. Es algo fantástico. Es la historia de la dominación rota y que ahora camina como gobierno, como orgullo colectivo, como insurgencia. Excedente, capacidad universalista de las organizaciones sociales y el liderazgo carismático de Evo para mí serían los tres componentes que explican este gran momento de cohesión nacional que hay ahorita en Bolivia.
–¿Cuáles son los componentes que impiden avanzar más rápido? En su libro La potencia plebeya plantea que el Estado tiene límites, y sobretodo un Estado plurinacional.
–En el ámbito administrativo, la burocracia infame que hay. La lógica del burócrata, ¿no?, que llega al trabajo a las nueve, sella y a las seis menos un minuto está viendo cómo sale corriendo. Está bien, es su derecho, pero también tiene que usar su tiempo en otras cosas, en un país que tiene que romper la miseria secular. Esta es una época así, de emergencia. Bolivia fue destruida, literamente. Ahora, ¿cómo levantarla? Pero claro, es un tema de mística, no es un tema de órdenes. La otra es el lavarse las manos, ¿no? El Estado había sido así. Entonces imprimimos voluntarismo, pero también tiene sus límites. Hoy tiene que venir acompañado de otra lógica eficiente de la burocracia. No es rentable ser deficiente. Ese es un primer límite, que permanentemente vamos jalando y empujando, pero que a veces disminuye la velocidad de las acciones de uno. No se olvide que fuerza es igual a masa por aceleración. Y si te falta masa pues multiplica la aceleración y vas a tener más fuerza. Así aprendimos. Y la segunda cosa, ya en lo estructural, programático, uno quisiera dar pasos de construcción de bienes comunes, de relaciones de comunalidad más rápidas. Traemos una herencia indígena campesina de comunidad en pequeñito, no en grande. Pero es una base, es una semilla. Esto para pensar el postcapitalismo. Usted no puede pensar y decir: «Nomás me voy a quedar con el postneoliberalismo.» Es una transición hacia el postcapitalismo. Que será planetario pero en el que cada país tiene que hacer su pequeño trabajo. Y nos amparamos en la raíz de las comunidades indígenas. Pero locales, fragmentadas. Y en las nuevas experiencias de asociatividad de trabajadores, de obreros, cómo se ven, enfrentando problemas. O de vecinos en los barrios para resolver sus demandas y necesidades básicas. Usted tiene permanentemente una explosión de comunalidad local, fragmentada y la intención del Estado es como potencias eso. El Estado no puede crear comunidad. Por definición es la antítesis de la comunidad, el Estado. Pero puede haber Estados revolucionarios, gobierno de movimientos sociales que cabalguen la contradicción democracia-concentración. Y puede haber Estados que potencien. No que creen, la comunidad no la puede crear el Estado. La tiene que crear la sociedad. Pero el Estado puede facilitar, desglosar el terreno, permitir que las cosas fluyan rápidamente. «¿Por qué no avanzan más rápido?», nos reclaman algunos compañeros. «¿Por qué no dan el paso ya al comunismo?» ¡Si el comunismo no se lo puede inventar desde el Estado! El socialismo, el comunismo, el comunitarismo, tiene que emerger de la acción creativa de las sociedades productivas. Y el Estado ayudará, reforzará, pero en ningún momento puede sustituir. No hay socialismo de Estado, no hay socialismo por decreto. O el socialismo es una hora de la sociedad, de las clases menesterosas, trabajadoras, o no es socialismo, es un remedo. Ahí hay un debate con algunos sectores más radicales que nos demandan cortes rápidos. «¿Porqué no ya rompen con el imperialismo, con la división mundial del trabajo, por que no hay ya comunismo?» ¡Como si un pequeño país de diez millones de personas pudiera terminar con la división mundial del trabajo! Bolivia hará su aporte, pero caminando junto a otros pueblos. No se trata de que Bolivia sea la comunalidad realizada aislada del planeta, que ya sabemos donde conduce: simplemente a la distribución de la escasez.
–¿Cómo es la relación con las corporaciones, nacionales y multinacionales, que existen y tienen presencia en Bolivia? ¿Influyen en el proceso económico y en el político?
–Tuvimos que cortarles las alas. Hace diez años el sector petrolero, que es el que más dinero manejaba en Bolivia, tenía sus formas de intervención política. Es más, algunos sectores petroleros financiaron a la derecha en 2006, 2007, 2008. Por eso la medida primera que tomamos fue quitarles los recursos, nacionalizar. Primero la propiedad. La propiedad del gas y los ductos bajo tierra, encima de tierra, en cualquier lugar que se encuentren. Segundo, nacionalizar. Y luego decirles: «Señores, esto es nuestro. Si quieren quedarse es bajo estas condiciones. Ya no se quedan como propietarios sino que se quedan como ofertantes de servicios. Si traen un capital, les reponemos su capital. Pero las máquinas son nuestras. Los ductos son nuestros.» ¿Ganancia? Hay ganancia. Protestaron, cascabelearon, nos presionaron, mandaron a sus ministros de gobierno, nos miran un poco resentidos de vez en cuando, pero esas fueron las reglas. Fue lo primero que hicimos. Una acción audaz, rápida, sin derecho a réplica. Algunas se fueron, no aceptaron este régimen. Antes, de la ganancia se llevaban el 82 por ciento. Bolivia quedaba con el 18%. Ahora de la ganancia, de los campos en que están ellos (porque hay otros campos donde está sólo el Estado), el Estado se queda con 87%, en promedio y las petroleras que vienen a invertir se quedan con un 13. No es el paraíso como antes, pero han encontrado un nicho de oportunidad y se han quedado, algunas. Ese fue el régimen. Y, en paralelo, hemos ido potenciando a YPFB, para que vaya asumiendo otras tareas. Antes era una oficina de papeles viejos, casi un museo. Hoy es una estructura productiva muy grande. Esa es la forma en como hemos ordenado la casa.
–¿Qué país encontró cuando asumió como vicepresidente, que país tiene ahora y que país sueña?
–Encontramos un país mendigo. Para pagar salarios teníamos que ir al Club de París a rogar 50 millones de dólares a cambio de privatizar alguna empresa. Para definir ministros había que preguntar a la embajada norteamericana. Si era ministro de Gobierno o de Defensa, embajada de los EE UU. Si era ministro de Desarrollo Integral o Medio Ambiente, o ministro de Agricultura, había que preguntar a otro país europeo. Los ministerios estaban segmentados por países extranjeros. Cada embajada tenía su trecho de Estado. Y usted no tenía Estado, era una caricatura de Estado. Vergonzozo. Tomamos la decisión de nacionalizar, y eso ha cambiado la vida económica. Y nos ha dado la base material de la soberanía política. Si usted no puede pagar su salario, ¿para qué le sirve su antiimperialismo? Pero si tengo plata para pagar salarios no necesito ir de rodillas ante nadie y por lo tanto puedo tomar decisiones soberanas. Hay la soberanía como un hecho moral, y hay la soberanía como base material. Y eso es excendente económico. Es dinero que tiene el Estado. Desde que hemos nacionalizado, la economía ha crecido de 8500 a 32 mil millones de dólares. Cuatro veces más, casi. No hay una experiencia así en América Latina de crecimiento tan rápido de la economía. El excedente de reinvierte, se ha internalizado. Lo mismo hemos hecho con electricidad, con telecomunicaciones, con parte de la minería. Hay un excendente que se internaliza. Si hay mejora en los precios internacionales, más dinero todavía. Y se genera una dinámica virtuosa. La gente tiene un poco más de plata porque se la redistribuye. La gente con más plata compra más. El pequeño productor tiene más dinámica económica, produce más. Y se genera este circuito virtuoso de que, en Bolivia hoy, a pesar de nuestras carencias, la gente está feliz. Puede estar un poco más feliz. Pero lo logrado hasta aquí habla de grandes saltos. Es el país que hemos construido. Y el que queremos construir sobre la base de gobierno indígena, gobierno de movimientos sociales, país soberano que toma decisiones sin consultar a ningún poder externo, sobre esas dos bases, queremos construir cuatro ejes. El eje de industrializar materias primas. Desde que el virrey Toledo llegó a Potosí nos hemos incorporado a la división mundial del trabajo como productor de materia prima. Ya, suficiente. Vamos a industrializar en las áreas donde tenemos oportunidades. El economista diría ventajas comparativas. Gas, litio, plomo, plata, zinc, energía eléctrica, alimentos. Industrializar para que de aquí a cinco años la proporción de materias primas respecto a productos semi industrializados varie notablemente. Por lo menos sea 50-50. Ahora es 70-30. No estamos contentos de eso. Luego, centro energético. Vamos a producir energía de sobra. A vender. Es una buena oportunidad. Estamos invirtiendo mucho en hidroeléctricas. Y el tercero es la ciudadela del conocimiento, la economía del conocimiento. Mucha inversión en la juventud y en la niñez para priorizar el conocimiento técnico. Para que de aquí a cinco o diez años estemos vendiendo software al mundo. Los resultados no van a ser inmediatos. Nos planteamos una década de una fuerte inversión para empezar a cosechar resultados del cerebro. Este es el país que queremos ahora: centro energético, economía del conocimiento, industrializar materias primas y producir muchos alimentos. Tenemos mejores condiciones para crecer más rápidamente y con una economía diversificada. Eso es lo que añoramos.
–¿Genera algún tipo de tensiones estas decisiones a la hora de, por ejemplo, plantear una ciudad tecnológica en Cochabamba, con cuestiones que quedan pendiente y que las comunidades les piden avanzar por otro lado? Por poner un ejemplo burdo, decir: «Con lo que gastamos en un satélite Tupac Katari, ya en órbita, podríamos hacer cloacas.»
–Hay recursos para ambas cosas. Y a la larga, el recurso en algo que parece hasta exagerado para un pequeño país, repercute en el bienestar de las pequeñas comunidades. Hay recursos para emprendimientos más grandes pero también para industrialización, porque de ahí saldrá la plata para el agua potable, la salud, la escuela en los lugares más alejados. Y hay recursos para ir resolviendo las necesidades básicas. Un dato: la extrema pobreza en Bolivia ha caído 20 puntos en siete años. Todavía tenemos una elevada extrema pobreza, 18 por ciento. En América Latina borda el 2 por ciento. Aquí es 18 por ciento. Pero cuando entramos al gobierno era del 38. La hemos bajado abruptamente. Y si mantenemos este ritmo en cinco años llegamos a ocho, a seis de extrema pobreza, que ya es un parámetro latinoamericano. Y mejor si cero. Eso habla de la velocidad con la que estamos otorgando servicios básicos y dando oportunidades a la gente más abandonada durante siglos por el Estado.
–¿Cómo está la relación con Estados Unidos?
–Enfriada. No hemos roto relaciones pero no tenemos embajadores. Eso a raíz de una actitud golpista que asumió el embajador en 2008 a la cabeza de los, en ese entonces prefectos, hoy gobernadores, que tomaron las instalaciones en cuatro departamentos y no permitían que el gobierno aterrizara. Tomaron instituciones, procedieron a matar a campesinos. Y el embajador norteamericano era el que los convocaba y los reunía secretamente aquí en La Paz. Nos enteramos de eso y el presidente Evo, sin pestañear, dijo: «Ese señor se va.» Hubo un acto en el Palacio de Gobierno y dijo: «Acabo de expulsar.» Y curiosamente el embajador en ese rato estaba reunido con el canciller. Y le pasan un papelito al canciller: «El presidente Evo ha tomado la decisión de expulsar al embajador.» El canciller le comunica: «Señor embajador, no hay nada más que decir, lo acabamos de despedir. Lo hemos considerado persona no grata para los intereses bolivianos. Cuanto más antes se vaya mejor.» Desde entonces no tenemos embajadores. No tenemos nada contra el pueblo estadounidense. Es más, estamos becando bolivianos a universidades norteamericanas. Admiramos su ciencia. Pero lo que no permitimos es que decidan nuestro destino. Eso no. Cuando han hecho eso, fuera. Era necesaria una medida muy fuerte. Fue muy fuerte. Riesgosa también, porque ellos no perdonan. Y es peligrosa esa decisión, pero tenía que ver con la soberanía, con la dignidad. No nos sentiríamos dignos de tomar una decisión consultando lo que dice el embajador estadounidense. Si contra eso hemos protestado, si contra eso nos hemos rebelado, contra ese servilismo de los políticos frente a los embajadores.
–¿Qué importancia tiene, para poder sostener esta relación, el vínculo con otros países de Latinoamérica, Unasur, la CELAC?
–Todas esas osadías políticas de un pequeño país de indígenas, de obreros, de trabajadores, de humildes, no hubiera sido posible si no es el contexto internacional. Es el contexto internacional, la Unasur, la CELAC, Argentina con sus gobernantes, que siempre salieron a la batalla cuando teníamos problemas. «Oigan, si las petroleras se pasan aquí estoy», nos decía el compañero Néstor Kirchner, y luego Cristina. O Brasil, pese a que le hemos nacionalizado lo que es Petrobras, Lula siempre tuvo la mirada internacionalista de apoyar un pequeño país que busca su independencia y bienestar económico. Venezuela, Cuba, Ecuador han generado un ambiente continental de gobiernos progresistas, revolucionarios que ha protegido a esta insolencia continental llamada Bolivia. En 2008 hubo golpe de Estado y hubo una rápida y efectiva intervención de la Unasur. Y la firmeza de la Unasur frente a la intentona golpista, porque estaba en marcha un golpe de Estado, y decir «no vamos a reconocer», nos dió un gran respiro. Luego, por vía de las leyes, recuperamos el control, pero había que ponerle freno, y el freno fue la Unasur. Ahí hay que agradecer y de ahí la importancia que le damos a la Unasur. No es un lenguaje demagógico, tiene que ver con la necesidad: sin ellos no estaríamos donde estamos.
–¿Le preocupa que en el futuro no estén esos gobiernos y no exista este acompañamiento a Bolivia?
–Siempre hay esta preocupación, porque hemos vivido a la oleada de progresivismo, disgámoslo así, más grande de toda la historia latinoamericana. Los resultados son excelentes pero hay que avanzar en el ámbito de integración económica, que es más difícil. Acuerdos, protecciones, cuidados, resoluciones, políticas, se pueden hacer con relativa facilidad. Pero integración económica no. Es lo más costoso y lo más necesario. La integración latinoamericana tiene como segundo paso inmediato la construcción de redes económicas, que vinculen nuestas capacidades en la idea de un Estado continental plurinacional. «
«Trabajamos juntos 18 horas al día»
–¿Cómo son los roles que tienen Evo y usted, teniendo orígenes tan distintos? ¿Como trabajaron esa relación?
–La confianza a prueba de fuego. Evo ha peleado con su clase, con su sector social, con su pueblo para construir un nuevo sistema político donde los indígenas gobiernen. Y Álvaro ha peleado para que gente que no es igual a mí gobierne. Soy una especie de traidor a mi clase desde los 17 años. Evo sabe que mi máxima aspiración, por lo que entregaría todo, la vida incluída, es esto: indígenas gobernando Bolivia. Todos los vicepresidentes en general están a la espera que les pase algo a los presidentes para asumir. Aquí ha sido, y hay historia larguísimas de procesos de conspiración de vicepresidentes a presidentes. En mi caso es imposible. Porque estudié, entré a la cárcel, hice lo que tuve que hacer, me involucré en lucha armada, entré a la universidad para que los indígenas gobernaran. Esto sella una confianza absoluta. Con que un indígena gobierna Bolivia yo ya alcancé la máxima aspiración como ser humano. Lo demás son descuentos. Y que sea el mejor gobierno, por supuesto. A partir de eso se ha creado una gran confianza. Trabajamos casi juntos, 18 horas al día. Estamos en Palacio uno frente al otro diez horas, si es que él no viaja. Y cuando toca viajar está en un lugar, yo viajo a otro lugar, nos estamos reportanto. E intentamos tener el conocimiento en detalle de lo que pasa en el resto de los ministerios. Hemos encontrado un métodos de trabajo del que podemos sentirnos satisfechos.
–¿Se acuerda cuando lo conoció?
–Claro. Cuando estaba en el Ejército Guerrillero Tupac Katari. Éramos un pequeño núcleo conspirativo, muy pequeñito. Pero siempre atentos a la actividad de Evo. Te hablo de 1987. No lo conocía pero teníanos información de su liderazgo que se iba construyendo en el Chapare. Luego entré a la cárcel, en el ’92, y saliendo de en 2000, trabajando con los compañeros fabriles en Cochabamba y ya preparándose la resistencia a la privatización del agua, ahí nos conocimos. Nos volvimos a encontrar en plena guerra del agua, él con su ejército de 6000 cocaleros enfrentando a la policía, y yo sólo, caminando y anotado y ayudando a redactar algún comunicado. Después las reuniones fueron más continuas, en La Paz. Él siempre nos pedía que lo apoyáramos en el tema de hidrocarburos, de los norteamericanos. Comenzamos a cultivar una relación de amistad y de cercanía política, hasta que a él se le ocurrió la loca idea de proponerme como vicepresidente, cosa que rechacé. Me reí. Nunca me hubiera imaginado ser funcionario público. Yo era un conspirador, hasta que me maten. Yo dije: «¿No tienes alguien mejor? Yo no sirvo mucho para eso Evo.» Fue como unas tres semanas de regateo, en la búsqueda de que Evo consiguiera a alguien con mayor capacidad para vicepresidente.
«Buitres ladrones»
«Hemos tomado partido, defensa innegociable, por Argentina. La existencia de los fondos buitre forma parte del entramado especulativo del capitalismo en su vertiente más agresiva, extorsionadora y ratera. Son unos ladrones, no hay otra palabra. Tomamos posición porque mañana nos toca a nosotros, o pasado le toca a Chile o a Paraguay. La latencia de ese tipo de mecanismos extorsivos de financiarización de las economías es aborrecible, abominable. Cuando asumimos el G-77, por decisión de varios países en los que se destacó Argentina, el enorme apoyo que dió en la votación y en el lobby previo en Nueva York. ¿Cómo no vamos a dar una mano en este tema? Y se logró.»