Nodal entrevista a Isabella Cosse, autora del libro «Mafalda: historia social y política»

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Isabella Cosse es historiadora de la Universidad de la República, de Uruguay, además de investigadora del CONICET y del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Sus investigaciones giran en torno a la historia de las familias y las infancias en conexión con los procesos políticos, sociales y culturales.

En su último libro –Mafalda: historia social y política (FCE, 2014)- propone un recorrido por la historia de las últimas cinco décadas siguiéndole la pista a la célebre niña de Quino, quien se convierte en una original puerta de entrada a las conmociones sociales, políticas y culturales de todos esos años.

Aprovechando los cincuenta años que Mafalda está cumpliendo por estos días, Nodal le realizó una entrevista a la autora para conocer un poco más todo lo que (nos) representa aquella entrañable niña intelectualizada y rebelde.

NODAL: Recurrentemente se ha pensado en Mafalda como un icono de la clase media argentina. Pero, concretamente, ¿qué vínculos pueden pensarse entre el personaje más famoso de Quino y los sectores medios?

Isabella Cosse: En una de las primeras tiras publicadas en Primera Plana, Mafalda descubre a la clase media y, al mismo tiempo, la condición social de su familia. Esas tiras (que no se publicaron en libro hasta la Mafalda Inédita) muestran toda la riqueza de Mafalda para pensarla clase media: colocaba en el centro una definición problemática que presuponía, desde el comienzo, una visión crítica de la clase media sobre sí misma. Mi argumento es que Mafalda, en su origen, dialogó con los procesos sociales, económicos, culturales y políticos que atravesaba la clase media y articuló diferentes ideas que existían sobre ese sector social. Pero que no fue sólo eso: la historieta tuvo un papel activo, productivo, en la consolidación de la identidad de la clase media. El personaje de Mafalda dio cuerpo (en el sentido de forma concreta) a escala masiva a la clase media intelectual y la historieta (con los juegos entre los personajes) puso en el centro las contradicciones que atravesaban a la clase media en su conjunto. Es decir, en mi lectura Mafalda dio lugar a una visión heterogénea de una clase media atravesada por confrontaciones y diferencias ideológicas. Ello resulta decisivo para traspasar las interpretaciones dicotómicas sobre la clase media que alternativamente la conciben de derecha o de izquierda. En las décadas siguientes, Mafalda siguió dialogando –aún sin que aparecieran nuevas tiras- con los avatares históricos de la clase media en la historia reciente.

N

: Tomando en cuenta ese «diálogo» sostenido a través de décadas, ¿en qué medida la historia de Mafalda ayuda a pensar ciertos momentos de la historia argentina?

I.C: El humor es una potente lupa para observar los fenómenos sociales porque su interpelación supone la activación de sentidos por los sujetos a los que está destinado. Para los historiadores el humor es una herramienta valiosísima porque todo lo relativo al humor –lo que resulta risible, las estrategias humorísticas y la risa misma- nos coloca en forma muy significativa frente al modo de procesar socialmente lo incongruente, lo difícil, lo prohibido. El gran desafío es descubrir en el humor, surgido en otro contexto histórico al nuestro, lo que no está dicho en el chiste, lo que está implícito en quien escucha, en quien lee. La inigualable importancia social y cultural de Mafalda y la riqueza de la construcción humorística de Quino otorgan enormes posibilidades para ese análisis, que resulta de especial interés para comprender la historia argentina reciente. Como mencioné antes, por ejemplo, el humor de Mafalda permite dar una vuelta de tuerca a la discusión sobre la clase media en los años sesenta peor, también, la represión y la vida cotidiana en dictadura o entender la nostalgia que marcó a importantes sectores sociales –en Argentina y en otros países- ante el empuje neoliberal.

mafalda isabella cosseN: Por otra parte, Mafalda también aparece como un símbolo del feminismo. ¿Fue una pionera en las reivindicaciones de género?

I.C: Mafalda condensó dos tensiones que estaban conmoviendo a la sociedad argentina en los años sesenta: las confrontaciones de género y generacionales. Quino fue extremadamente sensible al haber unido ambas cuestiones. En términos de género, Mafalda –sobre todo al comienzo- tenía una connotación andrógina. Con caras enojadas y malas palabras que eran lo opuesto a la esperable dulzura femenina de una niñita pequeña. Pero también representaba la confrontación con el modelo femenino de su madre, dedicada a la casa y la crianza. Mafalda expresaba a las chicas y mujeres jóvenes que aspiraban a la igualdad con los varones y a la realización profesional y las disputas –de las jóvenes con sus madres- que se abrían con esas aspiraciones en el espacio público y privado. En ese sentido, Mafalda, también, permitió visualizar en una caricatura un fenómeno social nuevo a mediados de 1960.

N: A lo largo de estos cincuenta años, Mafalda ha trascendido las fronteras argentinas, ¿Cuál fue la llegada y la recepción de la tira en otros países de la región y del mundo?

I.C: Mafalda adquirió muy rápidamente difusión internacional lo que el propio Quino inicialmente no esperaba porque consideraba que su tira era muy local, muy porteña, incluso. Pero sucedió. Primero se expandió dentro de argentina y luego en países latinoamericanos pero fue la consagración italiana, en 1969, en un libro con prólogo de Umberto Eco lo que le abrió muchos caminos. En 1973, era un éxito en España y Francia y se publicaba en diferentes diarios de América Latina y en distintas lenguas. Esto fue posible porque Quino había pintado su aldea y, al hacerlo, había hablado de problemas más o menos universales –la injusticia, la guerra, la hipocresía- y, simultáneamente, de fenómenos sociales, culturales y políticos propios de vastos segmentos sociales en diferentes partes del globo (los jóvenes rebeldes, las frustraciones de las amas de casa, el asombro de los padres con sus hijos, las frustraciones de los varones proveedores). Como el humor exige a los lectores un papel activo para entender el sentido –y el humor de Quino apuesta a ello con especial fuerza- en cada país esas referencias asumieron carnadura propia. En cada lugar los lectores hicieron suya la historieta de un modo diferente.

N: ¿Qué sucedió con Mafalda durante la dictadura argentina?

I.C: La historia de Mafalda durante la dictadura es muy significativa. El 4 de julio de 1976 un comando de tareas entró en la Iglesia de San Patricio, en Belgrano, y asesinó a sangre fría a cinco religiosos. Sobre el cuerpo de uno de ellos, de Salvador Barbeito, los asesinos colocaron un afiche de Mafalda que estaba en la pared. Era un afiche enormemente popular en el que Mafalda se veía al lado de un policía y denunciaba el “palito de abollar ideologías”. Su importancia política era tal que unos años atrás los servicios de inteligencia lo habían adulterado con intenciones de crear apoyos sociales para la represión. Ahora, al colocarlo sobre un cuerpo asesinado, las fuerzas represivas se lo apropiaban de un modo muy diferente. Reconociendo su sentido antiautoritario, lo convertían en una broma macabra. Estaba dedicada a quienes se habían sonreído con la denuncia de una niña sobre los bastones de la policía. Les mostraba el poder de las fuerzas represivas, no de abollar ideologías, de matar con impunidad. El gesto destilaba odio. Expresaba el poder de apropiarse del humor del enemigo, concebido como todos aquellos que confrontaban con la represión, para blandirlo como instrumento de terror. Este detalle, tan significativo, recién se conoció mucho después, por cierto. Y ahora el afiche es una prueba –es parte del expediente- del horror del terrorismo de Estado.

N: ¿Existieron otras situaciones durante la dictadura?

I.C: Sí, efectivamente. No sólo existió un uso represivo. Es importante considerar la capacidad de las personas de convertir a la intimidad de la lectura en un espacio subjetivo de confrontación con la represión. Mantener, por ejemplo, colgado el afiche del “palito de abollar ideologías” fue, para algunas personas, un gesto de protesta que exigía valor. Es decir, la lectura de Mafalda asumió nuevos sentidos políticos. Colaboró especialmente con la trasmisión intergeneracional de una sensibilidad estética y política. La historieta por sí misma reponía para muchos lectores al país y, sobre todo, a aquellos jóvenes contestatarios capaces de tensar al máximo la distancia entre los ideales y la realidad marcada por injusticias y desigualdades… reponía a esos niños / jóvenes para los que no había lugar en la Argentina del terrorismo de Estado.

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