Discurso del Presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, ante la Asamblea General de la ONU
Señoras y Señores;
Es un honor participar nuevamente en esta Asamblea General de las Naciones Unidas, en representación del pueblo y del Gobierno de la República Dominicana. Deseo expresar mi sincera felicitación al Señor Sam Kutesa, por su elección como Presidente del Sexagésimo Noveno Período de Sesiones de la Asamblea General.
Quisiera agradecer al Secretario General, Sr. Ban Ki-moon, por el honor que representa su invitación a nuestro país a participar en la iniciativa «Educación Primero». Como espero que tuviera ocasión de comprobar en su reciente visita a nuestro país, la prioridad que la Educación está alcanzando en la República Dominicana es quizás el mejor indicador de las nuevas esperanzas que están brotando en nuestra tierra.
Y lo cierto es que noticias de esperanza son especialmente valiosas en estos días, en las que no parecen abundar. Porque globalmente, el momento que vivimos plantea importantes retos a la misión de esta organización: preservar la paz, fomentar el desarrollo, convertir la educación y la salud en derechos de todos los habitantes del planeta.
Como todos sabemos, hace aproximadamente seis años, una crisis originada en el sector financiero de los países desarrollados se extendía rápidamente a todos los sectores productivos y afectó al conjunto del planeta. Las consecuencias del shock económico, que aún no han dejado de sentirse, se tradujeron en decenas de millones de desempleados, en millones de desahucios y en profundos recortes de los beneficios sociales en muchos países.
El estado de bienestar, ese instrumento con el que se obtuvieron algunos de los mayores avances en desarrollo y seguridad que ha visto la historia, ha sido puesto en entredicho. Hoy vivimos la paradoja de ver como ese ideal de crecimiento sostenible y justicia social se vuelve más frágil en sus países de origen, mientras renace en los países emergentes.
Mientras los países desarrollados adoptan políticas de austeridad y ajustes estructurales, conceptos tristemente familiares para los latinoamericanos, vemos como los programas sociales proliferan en diferentes rincones del planeta, sacando a millones de la pobreza y mitigando la desigualdad.
Señor presidente;
En la República Dominicana aún nos queda mucho camino por recorrer, pero estamos dando pasos firmes en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Somos un país pequeño pero no carente de ambición. Nos hemos comprometido con nuestra gente a ponerlos a ellos, los ciudadanos y ciudadanas, en el centro de las políticas públicas.
Y nos hemos puesto como meta llegar a ser un país desarrollado y próspero donde la igualdad de oportunidades no sea un ideal, sino una realidad cotidiana. Para lograrlo, hemos establecido un gran Pacto Nacional en torno a la que en adelante será nuestra principal prioridad como nación: hablo de la educación.
Por eso hemos duplicado el presupuesto destinado a la enseñanza pública, hasta alcanzar un 4% del PIB. Esto nos está permitiendo hacer la mayor ampliación de la infraestructura escolar en nuestra historia. Y garantizar que todos los niños y niñas, sin excepción, tengan acceso a una educación pública de calidad.
Además, es un orgullo adelantarles que a finales de este mismo año, y gracias al esfuerzo de miles de voluntarios, estaremos en posición de declarar nuestro país libre de analfabetismo. También en la salud, ese segundo pilar indispensable del estado de bienestar, estamos realizando avances.
Hemos eliminado el copago en todos los hospitales públicos. Y cada año sumamos 450,000 afiliados al seguro subsidiado de salud. Paralelamente, estamos priorizando el apoyo a los pequeños productores agrícolas. Llevamos dos años de trabajo continuo, visitando semanalmente las comunidades rurales. Escuchando a sus vecinos y buscando con ellos soluciones que van desde apoyarles con créditos, con formación o con infraestructuras.
El resultado de estas visitas, que está siendo monitoreado por el PNUD, es un renacer del campo dominicano. De su capacidad de alimentar al país y de crear empleo en las comunidades rurales. Gracias a estas y otras medidas, en los últimos 18 meses, en la República Dominicana la pobreza se redujo seis puntos porcentuales. O dicho de otra manera, en 18 meses hemos sacado de la pobreza a 528,061 personas. Y seguiremos trabajando, sin descanso, implementando políticas que pongan la economía al servicio de las personas.
Medidas que combatan la pobreza y la desigualdad de manera sostenible. Y levantando los cimientos de lo que un día será, plenamente, un estado de bienestar dominicano.
Distinguidos Señores,
Nos honra ser una de las naciones firmantes de la Carta fundacional de las Naciones Unidas que, como todos saben, le asignó a esta organización el propósito de preservar a las futuras generaciones del flagelo de la guerra. Es justo reconocer que, globalmente, este año 2014 está planteando importantes desafíos a este noble propósito. En muy distintas latitudes, han resurgido, o incluso han estallado violentos conflictos entre comunidades, entre pueblos, o entre Estados.
Los contextos de estos conflictos varían, pero hay algo que se mantiene constante: el peso que los agravios pasados tienen a la hora de conformar nuestras identidades. Y lo peligroso que es dejarse hundir por este peso. Asistimos, con perplejidad e indignación, a la virulencia con la que estas manifestaciones violentas se están presentando en diversas partes del mundo.
Oriente Medio es, una vez más, escenario de las más cruentas expresiones sectarias, que, desde esta palestra, condenamos en todas sus formas. En la historia de toda nación o comunidad, sin excepción, hay un largo relato de desencuentros, malentendidos y querellas que, en algún momento, pueden ser utilizadas para atizar las peores pasiones.
Pueden ser manipuladas por individuos que buscan consolidar su poder, o bien inflamadas por grupos extremistas que sienten que no tienen nada que perder. Siempre habrá quien quiera mantener vivas las viejas disputas. Habrá alguien a quien no le importe sacrificar los intereses reales de los pueblos, en el presente, por los agravios narrados en los libros de historia del pasado.
Sin embargo tampoco faltan ejemplos de lo contrario. En todo el mundo hay personas, y países, que han sabido dejar atrás lo peor de su pasado, para centrarse en construir el futuro que quieren para sus hijos. Ya sea construyendo puentes entre países una vez enfrentados, como hizo la Unión Europea, o entre comunidades que deciden compartir una misma nación, como hizo Sudáfrica. La esperanza puede y debe encontrar sus caminos.
También aquí quisiera, si me lo permiten, traer una nota optimista desde nuestro rincón del Caribe. Y es que durante el último año, hemos abierto con el vecino Haití un proceso de diálogo que, con toda justicia, cabe calificar de histórico. Nuestro contexto, por supuesto, es único. Pero no tanto como para que no pueda resonar en otras latitudes.
Como quizás sepan, ya desde el nacimiento de nuestras dos repúblicas, existió una larga trayectoria de desencuentros, de querellas que terminaron creando, en cada uno de nuestros países, una imagen distorsionada del otro. Es cierto que en nuestro pasado hay un par de capítulos dolorosos, y que forman parte de nuestra identidad.
Pero limitar nuestra identidad a estos pocos capítulos es empobrecerla. Nuestra historia es muy rica, tiene cientos de capítulos. Y en muchos de ellos podemos encontrar la inspiración que nos guíe hacia un futuro mejor y hacia una identidad más completa, más rica y más humana. Porque lo cierto es que hay un punto de partida inmejorable para el entendimiento.
En ambas naciones hay millones de personas que quieren más desarrollo, más educación, más salud, más seguridad, mejores trabajos y más oportunidades.
Son demandas concretas que exigen de medidas concretas. Y lo cierto es que atendiéndolas, llegando a acuerdos en cada una de esas áreas, hemos logrado en pocos meses lo que no habíamos avanzado en décadas.
Poco a poco, vamos avanzando. Y vamos descubriendo que las viejas heridas, no impiden andar este camino, sino que se van cerrando según caminamos. Nuestros pueblos nos estaban exigiendo este pequeño ejercicio de valentía necesario para dar el primer paso. Continuaremos dándolos, hasta que alcancemos nuestro objetivo: dos naciones libres soberanas e independientes que, desde la soberanía, cooperan para beneficio de sus respectivos pueblos.
Señoras y señores,
Quiero aprovechar esta tribuna, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, para hacer un llamamiento. Ha comenzado, como les he descrito, una nueva era en las relaciones dominicohaitianas. Y en esta nueva etapa nos gustaría contar con la comunidad internacional.
Una de las principales acciones que estamos llevando a cabo para fortalecer la soberanía dominicana y garantizar los derechos de las personas que viven en nuestro territorio, es proveer a todas ellas con la documentación que les corresponda. Como sabrán, muchas de estas personas son haitianas. Y para regularizar su estatus en el territorio de la República Dominicana, deben contar primero con documentos de identidad de su país de origen, de los que muchos por desgracia carecen.
Haití está haciendo un esfuerzo para alcanzar a esta población y proveerla de documentos que los reconozcan como sus nacionales. Sin embargo sus recursos técnicos y económicos son limitados. En el pasado, una serie de organismos internacionales y países han mostrado sus inquietudes por el destino de los migrantes haitianos. Esta es una inquietud que compartimos. Por motivos humanitarios y por lo que nos afecta como principal país de acogida.
Por eso me permito señalarles que el momento actual es el un momento inmejorable para pasar de las palabras a los hechos. Con acciones concretas y relativamente sencillas, la comunidad internacional puede sin embargo tener un gran y duradero impacto en la vida de estas personas.
¡Ayuden a Haití¡ Ayúdenles a documentar a su gente, tanto en su territorio como en el nuestro. Pues la documentación es el primer e indispensable paso para disfrutar de un amplio conjunto de derechos. No permitamos que unas carencias técnicas se pongan en el camino de un proceso tan esperanzador, tan necesario, y con tanto potencial como esta nueva etapa de cooperación entre la República Dominicana y Haití.
Amigas y amigos,
Hay momentos en los que nuestras mejores aspiraciones parecen frágiles. Momentos en los que los cínicos señalan a no se sabe que ley, de la economía o de la historia, que nos condenaría a repetir los mismos errores del pasado. Que la pobreza no puede superarse, que la brecha de la desigualdad siempre crecerá y que los agravios del pasado se encarnarán en cada nueva generación. Y sin embargo, sabemos que nada de esto es cierto. Y sabemos a dónde mirar para encontrar el camino de la esperanza.
Solo tenemos que mirar a los que tenemos más cerca. A nuestros propios pueblos. A las necesidades que nuestra gente padece en su día a día y en las esperanzas que les mueven a seguir luchando. Miremos bien y encontraremos que la economía no es una prisión, sino que puede ser una herramienta al servicio de mejorar la vida de las personas.
Encontraremos que los pueblos son libres. Son libres para saber qué momentos de su pasado quieren usar como guía de su futuro, y cuáles no. Encontraremos la forma de trabajar juntos. Como la hemos encontrado con los vecinos con los que compartimos una isla. O como lo encontramos, ayer mismo, durante la Cumbre del Clima, con el resto de naciones con las que compartimos el planeta.
Los ciudadanos y ciudadanas a los que representamos, cada vez mejor informados, nos exigen que estemos a la altura de nuestra responsabilidad, de nuestro cometido declarado: preservar la paz, fomentar el desarrollo, convertir la educación y la salud en derechos de todos los habitantes del planeta.
Muchas gracias.
http://www.sica.int/consulta/Noticia.aspx?idn=91263&idm=1