La Alianza del Pacífico es política pura – Por A. Ves Losada y M. de Vedia y Mitre (Especial para NODAL)

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

“América Latina: dos océanos, una voz”. La frase puede sonar como una simple expresión de deseo, pero es mucho más que eso si es elegida por dos ex presidentes como el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva y el chileno Ricardo Lagos para titular un artículo en el que analizan conjuntamente el presente de la integración regional.

En este texto, que fue publicado originalmente por el Instituto Lula, los mandatarios abordan uno de los grandes temas del presente regional: el desarrollo de lo que parecen ser dos modelos distintos de integración, el Mercosur y la Alianza del Pacífico.

El artículo intenta refutar la idea de que la alianza comercial nacida en 2012 entre Chile, Perú, Colombia y México tenga como objetivo contrarrestar políticamente el peso regional de otros esquemas como el Mercosur, cuyo diseño institucional no se orienta exclusivamente a la liberalización del comercio entre sus socios, en este caso Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela.

Lula y Lagos hablan de la necesidad de “una integración capaz de incorporar y trascender las múltiples experiencias regionales y subregionales”, y aprovechar el litoral bioceánico del continente para potenciar el comercio regional, especialmente con Asia-Pacífico.

Cuestionan, además, las visiones críticas hacia la Alianza del Pacífico, y las atribuyen a lecturas ideológicas que debieran ser superadas. Coinciden en este sentido, con una actitud que ha tomado desde el principio esta nueva alianza: eludir cuestionamientos de tipo político o ideológico, al presentarse como un esquema puramente pragmático y técnico.

A partir de esto, resulta oportuno formularse dos preguntas. ¿Es realmente la AP un armado meramente técnico, desideologizado y apolítico? Y en caso de serlo, ¿es suficiente eso para considerar que estamos frente a una experiencia exitosa en términos comerciales?

Respecto de la primera pregunta, resulta difícil que un bloque que ha expresado desde su origen su adscripción a las corrientes librecambistas pretenda presentarse como desideologizado, en un contexto regional en el que otro grupo importante de países desarrolla esquemas con fuerte presencia del Estado y una agenda de crecimiento económico orientada al plano social.

Pero el punto más interesante es el que aborda la segunda cuestión. La gran bandera de la AP ha sido la posibilidad de erigirse como plataforma de intercambio de bienes y servicios sin aranceles entre sus miembros, como

punto de partida con el intercambio hacia el Asia Pacífico. Se ha presentado como un logro en un plazo muy breve la liberalización de aranceles para el 92% de los productos que comercian sus miembros, pero resulta que la gran mayoría de esas desgravaciones impositivas son anteriores a la creación del bloque.

Se trata, en definitiva, de un “logro” que antecede a la AP porque responde al cumplimiento de los tratados de libre comercio bilaterales firmados anteriormente: de Chile con México en 1999, y con Colombia y Perú en 2009; de México con Colombia en 1994 y con Perú en 2012; y de Perú con Colombia en el marco de la Comunidad Andina de Naciones.

Por otro lado, no existe una agenda definida de los plazos o etapas en los que se desgravará el 8% restante. Y lo que resulta más interesante, la liberalización comercial entre Chile y Brasil, por ejemplo, alcanza actualmente el 98%.

Es decir, cabe preguntarse si la AP tiene alguna utilidad a la hora de buscar nuevos intercambios fuera de la región, o si diseños como Unasur, Mercusur o Celac no cuentan ya con los mecanismos e instituciones para avanzar en ese sentido, sin descuidar la agenda política y social.

En todo caso, también existe el debate sobre la integración regional. Luego de aclarar que la AP no fue creada para dividir, en la Cumbre de la CELAC que se realizó en La Habana, Cuba, en enero de este año, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, aseguró: “Así como otros países hacen sus grupos porque piensan de manera similar que su camino es el correcto, los países de la Alianza del Pacífico piensan que el camino del libre comercio entre nosotros por ejemplo o frente al resto del mundo es el camino que más los va a ayudar a crecer más rápido”. Y agregó que ese crecimiento generará “recursos para hacer más efectivos en la inversión social”.

En respuesta, en el mismo foro de la CELAC, el presidente boliviano Evo Morales le respondió: “Todos tenemos derecho a buscar nuestras alianzas, pero mediante la Alianza del Pacífico (…) se privatiza o se liberaliza los servicios básicos. Para nosotros los servicios básicos son un derecho humano, estamos hablando del agua, de comunicación, de energía. Los servicios básicos no pueden ser un negocio privado para nuestros pueblos. (…) Entiendo perfectamente las políticas de competitividad pero solo privatizan la riqueza para socializar la pobreza”.

Pese a que desde la nueva alianza intenta acotarse el debate sobre la integración al plano técnico, opiniones como las de Morales y Santos dejan en claro que no todo se resume a ese aspecto: lo ideológico y lo político juegan su rol. Lo confirma el artículo de Lula y Lagos. No es casual que sus reflexiones acerca de la necesidad de apuntar a una convergencia entre los

distintos proyectos regionales se den mientras la AP y el Mercosur tratan de acomodarse a un cambio importante como fue el regreso de Michelle Bachelet al gobierno de Chile, en reemplazo del liberal Sebastián Piñera.

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