Entender el fútbol, sumergirse en la contradicción – Por Pablo Gentili

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Un nuevo Mundial ha comenzado. Durante un mes, millones de personas en todo el planeta estarán pendientes de los avatares y resultados de 32 selecciones de los cinco continentes, reunidas en 8 grupos, cuyos miembros irán, fatalmente, reduciéndose. Unos ganarán, despertando pasiones y ansiedades incontrolables, un inmenso amor a la camiseta que quizás sea confundido con un gigantesco amor a la patria. Otros perderán, probablemente mucho antes de lo esperado, derrumbando sueños, incendiando esperanzas, dinamitando promesas de amor eterno a 11 traidores incapaces de haber cumplido el mandato que les fue encomendado: hacer feliz a su pueblo.

Un nuevo Mundial ha comenzado y a nadie le será indiferente. Nadie, en su sano juicio, podrá decir que éste, el mayor espectáculo, el mayor negocio, el mayor evento deportivo, el mayor y más prepotente atropello de una organización de mafiosos, el mayor y más esperado momento de felicidad de una nación sobre todas las demás; éste, el gran juego del odio y del deseo, de la aspiración sublime a la victoria y la postración sombría de la derrota, le es indiferente. Pobres los espíritus indolentes a los que el fútbol no los lleva ni a la repugnancia ni al amor.

Hay muchas formas de entender el fútbol. Creo que la menos importante es aquella que nos regalan, día a día, los comentaristas deportivos o los especialistas en estrategia futbolera, aspirantes a directores técnicos de equipos que jamás tocarán una pelota. Al fútbol se lo vibra en los estadios, pero se lo entiende fuera de ellos. Al fútbol, como a la política, se la entiende en la calle, en los barrios de arriba y en los de abajo, en el barro de los “potreros”, de los estadios improvisados donde juegan y sueñan los hijos de los más pobres. Al fútbol se lo debe entender en las lujosas oficinas donde despachan los dueños del dinero con el que se administra el negocio de comprar y vender atletas cuyas piernas harán felices a millones de personas. Al fútbol se lo entiende, como a la política, en la arena movediza de la contradicción.

Por eso, nosotros, desde CLACSO no podíamos ser indiferentes al Mundial. Creemos que el deporte puede ser utilizado como una herramienta de opresión y desinformación, como un opio tranquilizador, que adormece y despista al análisis crítico; o como un espacio en el que es posible reconocer muchas de las tantas agonías y sueños, desconsuelos y utopías sobre las que se construye el presente y el futuro de nuestras sociedades. Por los ojos del fútbol es posible mirar, inmiscuirse, entrar, participar en los intersticios, las grietas, las hendiduras difusas del conflicto social. No se trata de pensar que en el fútbol se pueden “observar” las luchas que atraviesan nuestras sociedades, sino de reconocer que el fútbol está hecho, construido, edificado, de las luchas que nos atraviesan a todos nosotros. Y que entender el fútbol es una forma de entendernos a nosotros mismos, como intelectuales, como trabajadores y trabajadoras, como nación y pueblo. Por eso, como no podría ser de otra manera, al fútbol se lo ama y se lo odia, se lo admira y abomina; por eso, durante noventa minutos, podemos abstraernos de todo, temblando de miedo y emoción junto a “nuestros” muchachos, para luego, segundos después, guardarnos la pasión en el bolsillo, dirigiendo nuestra furia contra los que usan el deporte para aturdir a la gente, para aumentar su ganancia insaciable, para manipular gobiernos, para pisotear derechos. Pobres los espíritus indolentes a los cuales el fútbol les es indiferente. Otros explicarán el poder por ellos. Otros harán política por ellos.

A nosotros el fútbol nos interpela y nos obliga a agudizar la mirada crítica. Esta Copa ocurre, una vez más, en un país latinoamericano. Una nación que ha vivido una década de conquistas democráticas extraordinarias, combatiendo su pobreza endémica, sus enormes niveles de desigualdad, el abandono de millones y millones de personas desprovistas de derechos y oportunidades, sin otra soberanía que la de su dignidad. Los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff cambiaron el presente de Brasil e iniciaron un proceso de reformas ciudadanas que revirtieron una historia de injusticias y desprecio hacia los más pobres. Por eso reciben el ataque, el fuego sostenido y persistente de los que no se conforman con aceptar que Brasil debe dejar de ser la coartada de sus privilegios, volviéndose una nación de derechos, de justicia e igualdad.

Pero el Mundial también ocurre en un país en el que se han agudizado las movilizaciones y protestas por parte de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, que claman una renovación en las formas de hacer y ejercer la política. De movimientos y organizaciones que quieren más y mejor democracia, más y mejores servicios públicos, más y mejor educación, más y mejor salud, más y mejor transporte, más y mejor seguridad. El nuevo Mundial ocurre en un país en el que la policía sólo ha contribuido a generar violencia y represión contra los grupos movilizados, en su enorme mayoría, pacíficos.

Pequeños sectores de aspirantes a revolucionarios se han expresado de forma violenta, oportunidad que los sectores más conservadores de la prensa ha utilizado para tratar de poner en evidencia que Brasil vive un momento de caos. Sin embargo, como hemos defendido en otras oportunidades, las movilizaciones y demandas sociales que se han multiplicado en Brasil desde junio del año pasado, expresan una gran madurez democrática de la sociedad brasileña y, mucho más el éxito del proceso de reformas sociales llevadas a cabo por los gobiernos de Lula y Dilma que su fracaso. Cuando la democracia se amplía, la gente quiere más derechos. Con cierta melancolía, algunos sectores progresistas y de izquierda, sostienen que es necesario entender cómo estaba el país una década atrás. No reconocer los avances alcanzados puede parecer ingrato. Entre tanto, un indicador del fortalecimiento de la democracia es que las sociedades se apropien de las conquistas y avances de las luchas por la justicia social, sin que las interpreten como dádivas de gobiernos protectores y generosos. Para quien está en el gobierno puede parecer, de cierta forma, frustrante. Pero, para quien se interesa en la consolidación de estas conquistas y en el futuro de la democracia, pueden ser éstos un buen síntoma de crecimiento y consolidación de los derechos alcanzados.

Nadie le ha agradecido ni le agradecerá al gobierno de Dilma lo que se preanuncia como una excelente organización del nuevo Mundial. Tampoco nadie le agradecerá al gobierno nacional si la selección brasileña gana el Mundial, o le reclamará si lo pierde. Pensar que allí residen los vínculos entre fútbol y política significa no entender nada ni de fútbol ni de política. La gente no es tan idiota, ni en Brasil ni en ningún sitio. Lo que ha ocurrido es que muchos grupos, especialmente jóvenes brasileños y brasileñas que se están estrenando en el arte de la movilización callejera, aprovecharon el Mundial para expresar que si podían hacerse esos estadios podían hacerse también mejores escuelas y hospitales. ¿Por qué lamentarlo? ¿Por qué lamentarlo si es lo que siempre hemos demandado y por lo que siempre hemos luchado es por el derecho inalienable de todas las personas a una mejor educación, una mejor atención médica; por una policía que cumpla un papel de prevención del delito y no sea la principal amenaza a la vida de los jóvenes más pobres? Matar al mensajero nunca ha sido una buena estrategia para evitar las noticias que incomodan. En las próximas elecciones, va a ganar nuevamente la Presidenta Dilma porque ha gobernado bien y porque la gente quiere más.

El fútbol no tiene contradicciones, está hecho de contradicciones. Y eso es lo que estamos viendo en Brasil, al ritmo de una Copa que apenas comienza.

Entender el Mundial es una forma de aproximarnos a entender el mundo. Por un lado, analizando cómo funciona el poder y las instituciones que lo personifican: la FIFA, esa organización supranacional, mafiosa y corrupta, que domina el negocio del fútbol; los gobiernos, que aspiran a beneficiarse del espíritu futbolístico, transformándolo en patriotismo electoral; los medios de comunicación, que lo retratan con poca inocencia; el racismo, la xenofobia, la explotación sexual y otros pilares sobre los que edifican nuestras sociedades muchas veces indiferentes al desprecio que sufren los más pobres y excluidos. Pero también, por otro lado, entender el Mundial, significa aproximarse a cómo se lo vive, se lo palpita, se lo apropian, esos mismos sectores más pobres de nuestras sociedades. Aquellos a los cuales el fútbol los interpela como un narcótico cultural, pero que ellos interpretan como una forma de ejercer su derecho a la autoestima, al reconocimiento, a la organización. Entender el fútbol es una forma de entender la cultura popular. Hay un fútbol opresor que aspira a colonizar los corazones y mentes de los más pobres y, a veces, lo logra. Pero también hay un fútbol liberador que, como una dinamita emancipadora, estremece el alma popular, llenándola de afirmación y orgullo. Hay un fútbol verde que brilla en estadios que han costado lo que cuestan centenas de escuelas. Pero hay también

un fútbol marrón, patinoso como el barro, donde germinan sueños, se construyen ilusiones, se enraízan y edifican identidades, donde se gritan goles de dignidad. Así es el fútbol. Por eso es despreciable. Por eso es admirable.

Como queremos entender el Mundial, hemos solicitado a algunos de los/as más distinguidos/as y reconocidos/as sociólogos/as del deporte en América Latina, que nos brinden su perspectiva libre y plural sobre lo que ocurre dentro y fuera de los estadios. Con la coordinación académica de Pablo Alabarces y periodística de Martín Granovsky, hemos iniciado la serie Cuadernos del Mundial, una plataforma desde la que opinaremos; esto es: diremos lo que nos parece, haremos juicios, expresaremos reflexiones en función de un determinado enfoque, sin otro espíritu que el de ser fieles a nuestro pensamiento. Esperamos así contribuir a ampliar el debate público sobre el Mundial, basándonos en un enfoque académicamente riguroso, pero aspirando a comunicar ideas, más allá del hermetismo que suele caracterizar al discurso universitario. Los Cuadernos del Mundial serán una tribuna que llenaremos de textos, datos y videos cuyo principal anhelo es abrir el debate, nunca cerrarlo u obturarlo a otras perspectivas.

Al mismo tiempo, aunque reconocemos el valor que un enfoque académico puede aportarnos para comprender los significados del fútbol, también sabemos que otras miradas pueden ser igualmente valiosas para sumergirnos en las contradicciones de estos tiempos mundialistas. Por tal motivo, CLACSO ha decidido apoyar a uno de los colectivos de movilización y comunicación popular más innovadores y creativos de Latinoamérica: La Garganta Poderosa.

La Garganta es mucho más que una revista donde se ejerce el periodismo popular sin concesiones. Es un espacio de organización y de lucha de jóvenes que viven en los barrios más pobres de Buenos Aires, en las villas, invisibilizadas por la ya histórica y persistente prepotencia de quienes han gobernado y gobiernan esa ciudad. Viven, militan y escriben en Zavaleta y la Villa 21-24, donde exigen la necesaria y urgente urbanización de los barrios populares. Con un coraje enorme alzan su voz para defender a todas las víctimas de un régimen de violencia y represión que le cuesta la vida a centenas de niños, niñas y jóvenes pobres, como Kevin o Luciano Arruga, un joven de 16 años que está desaparecido desde el año 2009, después de haberse negado a robar para la policía.

La Garganta Poderosa está ahora en Brasil, con 14 corresponsales populares; jóvenes, muy jóvenes, quienes transmitirán y vivirán el Mundial desde las favelas de Río de Janeiro, allí donde viven miles de brasileños y brasileñas iguales a ellos. Para entender el mundial hay que seguir el ritmo zigzagueante de la pelota en los estadios. Pero también, hay que mirar hacia arriba, hacia las laderas de los “morros”, a las comunidades más pobres dentro y fuera de las grandes ciudades, donde habitan y construyen su vida de dignidad millones de brasileños y brasileñas que nunca vivirán el glamour y el despilfarro de un Mundial, pero se estremecerán hasta las lágrimas acompañando con ilusión y garra a su equipo verdeamarelo.

Hay muchas formas de entender el fútbol. Una, quizás la más rica y desafiadora, es desde la cultura popular. Por eso, CLACSO apoya a La Garganta Poderosa, porque sabemos que hay muchas formas de producir conocimiento. La universidad es una de ellas. Pero también lo son las luchas populares y la narrativa producida por colectivos juveniles, que hacen del periodismo una forma de ejercicio de la libertad. Dicen ellos: “los sectores dominantes usan el fútbol para callar, nosotros lo usamos para gritar”. Así, gritando, contarán el Mundial desde las favelas, mostrando no la “otra” cara de la Copa, sino su verdadera cara, la de la gente común, la de las mayorías. Lo harán con el dinamismo y la irreverencia de los nuevos colectivos culturales, utilizando las redes sociales, siempre en línea, de manera avasalladora, como la realidad misma.

Un nuevo Mundial ha comenzado. Sumerjámonos en él.

http://cuadernosdelmundial.clacso.org/opinion4.php

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