Apatía y desdén – Periódico El País, Uruguay
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El resultado de las elecciones del pasado domingo dejó en evidencia un problema inquietante: el desencanto de un porcentaje altísimo de los uruguayos con la política. Los números son de por sí muy gráficos en ese sentido.
Según cifras oficiales, poco menos de un millón de uruguayos se tomaron el trabajo de ir a votar, alrededor de un 38% de los que estaban habilitados para hacerlo. Esto representa un 8% menos de votantes que en las internas de 2009. Hay otro dato que resulta desolador: de esos que sí se tomaron el trabajo de acudir a las urnas, casi 25 mil sufragaron en blanco. O sea que todas estas personas, en vez de quedarse en casa tranquilos o de ir a pasear con la familia, fueron a su lugar de votación para expresar que ninguno de los candidatos disponibles le generaba la más mínima adhesión. Para tener un poco de contexto, vale señalar que quienes tomaron esta opción son más de la mitad de todos los que votaron al candidato ganador por el Partido Colorado en Montevideo.
Hay otros datos numéricos que llaman al nerviosismo. Por ejemplo los dos principales candidatos nacionalistas, la interna que generaba más expectativa y la que obtuvo mejor concurrencia, invirtieron según sus propias declaraciones casi 3 millones de dólares en esta pugna electoral. Pese a esto concurrieron a votar casi 100 mil ciudadanos menos que en 2009. Con lo cual el «costo» de campaña rondó los 180 pesos por cada voto emitido a ese partido.
Tan minoritaria fue la asistencia a las urnas, que comparando con el total de habilitados para votar, los candidatos que se presentaron en esta instancia lograron cifras de apoyo casi ridículas. Por ejemplo Tabaré Vázquez, el dirigente más votado el pasado domingo, no llegó al 10% de los sufragios, y su desafiante, Lacalle Pou, un 8%. Como se ve, será mucho lo que deban remar estos aspirantes a la Presidencia para convencer al resto de los ciudadanos de que son los más aptos para tan alto cargo.
Si se quiere emplear la «estrategia Bonomi», siempre se puede decir que otros países tienen números peores. Por ejemplo la última primaria de Estados Unidos tuvo un promedio de asistencia a las urnas del 17%. Y en Francia, para citar un país con una cultura política más parecida a la nuestra, la primaria socialista que entronizó a Francoise Hollande, considerada por todos los analistas como un éxito resonante de participación, solo movió a un 6% de votantes.
Pero nuestra preocupación es Uruguay. Un país con una tradición de participación ciudadana en política muy alta, que lidera siempre todos los rankings regionales de apoyo a la democracia. Que tanta gente se sienta por fuera de sus definiciones importantes, debe ser un motivo de inquietud prioritario para todo el sistema político. ¿Por qué pasa esto? Se han ensayado distintas explicaciones. Algunos hablan del relativo buen momento económico. Otros de la falta de discursos removedores en los candidatos. Incluso se ha manifestado que esta apatía puede tener base en la escasa importancia que la TV da a la política hoy.
En todo hay un poco de razón. Especialmente esto último cuando se ve que de 3 canales privados de TV hay solo 2 que tienen algo parecido a un programa de periodismo político donde la gente conozca a sus dirigentes. Y no están ni cerca en los horarios más adecuados.
Pero en esas explicaciones hay algo también de buscar culpas afuera. No puede ser, por ejemplo, que los candidatos por pequeños cálculos estratégicos, se nieguen a debatir públicamente y a exhibir ante la ciudadanía sus propuestas y mensajes. Que todo lo que la gente reciba de sus líderes sea lindos jingles y discursos huecos de campaña. Urge exigir a los dirigentes políticos que respondan a este desdén ciudadano con firmeza y valentía, y que salgan a la palestra a presentar programas y confrontar ideas. Sino, después no hay derecho a queja cuando la gente no se siente identificada con sus proyectos.
Pero hay algo más profundo que debe ser analizado y resuelto. ¿Alguien cree que los uruguayos más capacitados de las nuevas generaciones se están vinculando a la política? ¿Estimula el sistema tal cual está planteado a que los más valiosos, los mejor formados, se involucren en la cosa pública? La respuesta parece clara, y exigirá mucho trabajo encontrar la forma de solucionarlo. El tiempo, a este paso, no parece sobrar.
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