Lo sabíamos pero no hicimos nada: Cultura y clientelismo porteño ante el trágico incendio – Por Sebastián Sepúlveda Manterola
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región
¿Teníamos antecedentes? Si por supuesto, y muy antiguos, de hecho el Valle de Quintil era conocido como Alimapu, “tierra quemada”, por su población originaria. ¿Diagnósticos detallados? También y muchos, hechos por diversas universidades. ¿Alertas? Muchísimas, después de 5 años de sequía y con un año 2013 que fue el tercer año más seco desde que se tiene registro (1866) esta temporada fue especialmente intensa en incendios forestales y el año pasado tuvimos el incendio en Rodelillo con casi 300 casas destruidas. ¿Advertencias a largo plazo? Claras, contundentes y de organismos certificados. La ONU ha informado a los gobiernos y difundido ampliamente informes detallados advirtiendo a cada país sobre los impactos específicos que tendrá y está teniendo el cambio climático en sus territorios.
El fondo del asunto es que nadie, menos el gobierno central y local, se puede dar por sorprendido con el espantoso incendio que ha asolado más de 2000 casas en Valparaíso. Lo que sí nos debe sorprender, si es que eso es posible a estas alturas, es la indefensión en la que se encuentra el Estado de Chile y en particular Valparaíso ante esta tragedia. Un país miembro de la OCDE que alardea de que su ingreso per cápita se acerca a los 20 mil dólares no es capaz de controlar en casi 48 horas un incendio que se inició como forestal en la segunda área urbana más importante del país. Movilizando recursos nunca antes vistos, provenientes de toda la zona central, la más poblada y aprovisionada de Chile, el incendio ha superado todos los esfuerzos y nadie se atreve a anticipar cuando se controlará.
Pese a los enormes esfuerzos movilizados, en realidad, ha sido fruto de la providencia, la buena suerte o la devoción religiosa porteña que las llamas no se hayan extendido al plan o al resto de la ciudad. Evidentemente eso es impresentable en un país que quiera llamarse desarrollado y una vez más expone los pies de barro de nuestros alardes.
Dos causas interrelacionadas están en la base de esta impresentable situación. La primera, lo hemos dicho en varias ocasiones, una vez más, es la falta de planeación, planificación y gestión del territorio. Con todos los antecedentes e información disponible ¿Cómo es posible que el Camino La Pólvora, rediseñado y ampliado completo hace sólo 6 años, no se haya considerado como un efectivo cortafuegos que proteja a la ciudad, con el ancho adecuado, con equipamiento de control de incendios, estanques de agua, etc.? ¿Cómo es posible que la normativa municipal no considere, como en cualquier país medianamente desarrollado con clima mediterráneo, adecuadamente las distancias mínimas necesarias entre las construcciones y con las zonas forestales, densidades máximas en zonas vulnerables, materialidades y criterios mínimos de diseño urbano y arquitectónico? ¿Planes sistemáticos de limpieza de quebradas? ¿Manejo eficiente de basura, sobre todo en las zonas de alto riesgo? ¿Revisión periódica de redes de agua y grifos? ¿Manejo adecuado de cuencas y quebradas para que actúen como cortafuegos o mitigadores del mismo? ¿Una estructura vial mínima que asegure el rápido acceso a las zonas de mayor riesgo? ¿En realidad es mucho pedir?
Como antecedente, el estanque de agua del cerro Cárcel se construyó en los años 20 para facilitar a los bomberos el combate de los incendios de la ciudad y dejó de usarse con el terremoto del año 1985. Este estanque es expresión palpable de una cultura, material e inmaterial, que conocía su entorno, sus características y riesgos y frente a los cuales generó respuestas efectivas y eficientes de adaptación, prevención y manejo. Hoy a casi 100 años de su construcción y 30 de su abandono, con un ingreso per cápita 6 veces superior al año 85, no tenemos estructuras similares de respaldo en la provisión de agua para combatir los incendios en la parte alta de los cerros.
La segunda, retroalimentada con la anterior es el clientelismo porteño que bajo la mirada politiquera de corto plazo ha hecho, por décadas y sistemáticamente, la vista gorda con situaciones de alto riesgo para los habitantes de la ciudad. Evitando fiscalizar, incluso facilitando, situaciones urbanas y arquitectónicas suicidas por parte de la población. Y, quizás más grave, desarticulando las bases de organización autogestionada y autónoma de la sociedad civil. ¿Cuándo fue la fundación de la última bomba de bomberos en la ciudad de Valparaíso? La fecha no es menor; fue hace más de 40 años en 1973. ¿Coincidencia? Para nada; tanto la dictadura como los gobiernos de la Concertación se encargaron sistemáticamente de destruir la base organizativa de la sociedad civil porteña que era una enorme tradición (cultura) que, entre otros aspectos relevantes, había generado todas las compañías de bomberos que por más de un siglo han salvado a Valparaíso de sus incendios. Pese al despoblamiento del plan y el aumento de población en los cerros, en más de 40 años no se ha inaugurado ningún nuevo cuerpo de bomberos en la parte alta de la ciudad.
Además de ello, en este particular pacto social clientelista porteño la norma ha sido el “laissez faire” en donde todo está permitido. Como hemos dicho, parafraseando a Nicanor Parra, “en Valparaíso no se respeta ni la ley de la selva”, menos las leyes de la naturaleza, y tenemos casas que no respetan ninguna normativa, instaladas profusamente en zonas de evidente riesgo de derrumbe en invierno y de incendio en verano, casas a escasos metros de bosques y quebradas de alta combustibilidad, casas que se han destruido y construido varias veces en las mismas zonas de riesgo y la autoridad no hace nada, por el contrario, facilita su reconstrucción.
Como dice Ibán de Rementería en columna publicada en este diario “no hay nada más protector ante estos eventos adversos de gran magnitud –catástrofes- que la capacidad de las poblaciones locales para identificar sus riesgos y peligros, así como tener capacidad de respuesta ante ellos.”
Debemos agradecer la capacidad de respuesta, improvisada por cierto, de las personas en los cerros afectados. Sin ellas tendríamos muchísimas más muertes que lamentar. Pero esas comunidades no tienen ninguna capacitación, ni herramientas para tener una respuesta rápida y efectiva que, en dado caso, puedan contener incendios locales mientras llegan los bomberos, o, en otro caso, disponer una efectiva y ordenada evacuación. No existe ningún programa gubernamental, ni educación mínima en los colegios sobre aspectos básicos de civismo antes estos desastres naturales. Por ejemplos mínimos: enseñar a los conductores que dejen pasar a los carros de emergencia o a tener siempre a mano un sobre con los documentos más importantes para tomarlos rápidamente en caso de emergencia.
Debemos dar las herramientas, instrumentos y habilidades para facilitar el efectivo empoderamiento de esas comunidades en el manejo de los riesgos y reducción de daños a los que están expuestos después de décadas de activa desarticulación por parte del gobierno de turno.
Debemos recuperar la tradición de los cuerpos de bomberos en Valparaíso que fue justamente eso, una respuesta cultural efectiva y eficiente ante un riesgo natural concreto. La autoridad ha hecho evidente su incapacidad para lidiar con estos desafíos. Se requiere, lo decimos una vez más, pasar de un modelo de gobernabilidad urbana (vertical, autoritaria) a un modelo de gobernanza urbana (horizontal, colaborativa) de cogestión de los territorios, con ejercicio compartido de derechos y responsabilidades.
Lo que no podemos aceptar, es que una vez más el alcalde de Valparaíso diga “es increíble pero pareciera que los incendios pasan por los mismos lugares” porque eso no es increíble eso lo sabemos, ha sido debidamente estudiado y la cultura como construcción social mínima que caracteriza a la humanidad se basa justamente en entender el comportamiento de la naturaleza y hacerse cargo de la misma para sobrevivir y sobreponerse a sus avatares. Lo que actualmente se llama resiliencia y que no es nada más ni nada menos que lo que históricamente se hizo en Valparaíso y que hizo de su cultura algo singular digno de ser inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial.