Elena Poniatowska, escritora mexicana, reciente ganadora del Premio Cervantes: «El periodismo te suelta la mano»
NACIDA EN París, hija de una mexicana, Paula Amor, y del descendiente del último rey de Polonia, el príncipe Jean E. Poniatowski, Elena Poniatowska se radica en México en 1942 y se naturalizó mexicana en 1969. Es autora, entre otros libros de cuento, novela y crónica, de Hasta no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco, De noche vienes, Fuerte es el silencio, Nada, nadie: las voces del temblor, La piel del cielo (Premio Alfaguara), El tren pasa primero(Premio Rómulo Gallegos), Amanecer en el Zócalo y Leonora (Premio Biblioteca Breve, 2011). El 23 de abril, hace dos días, recibió de manos de los Reyes de España el Premio Cervantes -dotado con 125 mil euros- en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. A modo de homenaje, El País Cultural le pidió a la periodista Adriana Cortés, redactora del suplemento cultural de La Jornada de México, que seleccione algunos diálogos de su libro Zona cero, entrevistas con escritores (Dirección de Literatura, UNAM, 2012), que reúne varias entrevistas realizadas a Elena Poniatowska publicadas en las revistas Siempre y La Jornada Semanal. A continuación, una selección de esos diálogos:
MUJER PERIODISTA.
-Elena, ¿cuáles fueron las fronteras que tuvo que cruzar para ser periodista?
-Las fronteras de mis limitaciones, de mis miedos, de mis temores, de mis inseguridades, aunque cuando eres joven eres muy aceptable, muy potable, los demás te aceptan con mucho más facilidad porque les causa risa. Cuando me inicié en el periodismo había muy poquitas periodistas. Rosa Castro, de Costa Rica, y Ana Cecilia Treviño, esposa de Alberto Gironella, el pintor. Era un ir caminando a hacer las entrevistas, encontrar a los entrevistados y luego escribir sin repetirse y encontrar nuevas palabras, encontrarle un nuevo sentido a las preguntas, ir aprendiendo poco a poco.
-¿Qué le decía su familia?
-A mi familia no le gustaba nada. Decían que les jeunes filles bien rangées no aparecían en los periódicos, que aparecían en los periódicos quienes querían vender algo: “vende caro tu amor aventurera”. Era exponerse, exhibirse, decían que la gente bien educada aparece en el periódico el día que nace, el día que se casa y el día que muere, pero todas esas secciones de sociales en que los políticos exhibían a sus hijas casaderas, así como si fueran un kilo de carne molida o de manteca para ver si las querían, eso a mis papás les parecía bastante espeluznante.
-De pronto se lanza al periodismo.
-Me lancé haciendo periodismo con una entrevista casi a diario, hice trescientos sesenta y cinco entrevistas para la sección de sociales y luego muchísimas crónicas de sociales. En 1954 salió mi primer libro que inició la colección de Los Presentes que se llamó Lilus Kikus, que relata desde el punto de vista de una niña pequeña.
-¿Cree que la narrativa femenina en México ha sido lo suficientemente valorada?
-Yo creo que las mujeres en general, en México, se barre la calle con ellas porque no interesan un pepino. Salvo sor Juana Inés de la Cruz que vivió hace 400 años, realmente son las grandes olvidadas de la historia. Dicen así: “lloran su amor como un sauce”, como Frida Kahlo que decía que ella era la rivera del río, y ese río era Diego Rivera.
-Pero usted ha sido valorada.
-Bueno, Elena Garro y Rosario Castellanos también fueron reconocidas aunque no en el grado en que eran reconocidos sus contemporáneos hombres.
-¿Se considera una mujer convencional?
-Yo vivo la vida muy convencional. Estoy fuera del rock y de esas cosas, aunque siempre me han interesado porque finalmente tengo hijos y he hecho reportajes sobre esos temas.
-Algunos críticos opinan que en su obra prevalece el periodismo sobre la literatura.
-Yo he recibido a lo largo de mi vida muchísimas críticas. Muchos artículos incluso insultantes y hasta ofensivos. En muchas épocas artículos llenos de odio o de saña. Pero aquí estoy todavía vivita y coleando. Y se va a seguir diciendo. Se va a decir ahora que, probablemente para escribir La piel del cielo regresó mi marido, Guillermo Haro, para dictármela, o que probablemente lo hizo mi hijo. Siempre se me va a negar el crédito. Ya estoy marcada con un sello de fuego.
ENTREVISTANDO EN LA CÁRCEL.
-¿De qué manera le hizo más consciente el periodismo?
-Antes de ser periodista, cuando era chica, me llamó mucho la atención que sacaran a unos rusos de México acusándolos de espías. No me acuerdo qué año era, lo leí en el periódico y dije: ¡ay! ¿qué pasó aquí? ¿qué habrán hecho esos rusos? Y mi mamá era completamente anti comunista, entonces yo pensaba, ¡ay, esos rusos! ¿en qué se meten? ¡malvados! Después, en 1959, fui por primera vez a Lecumberri y la cárcel fue para mi una gran escuela. Allí vi a los ferrocarrileros presos: al hijo de Filomeno Mata, a un hijo de José Guadalupe Zuno, que también estaba preso, a Alberto Lumbreras, a Demetrio Vallejo, a Valentín Campa, a Gilberto Rojo Robles. Empecé a hablar con ellos, me contaron parte de su vida. Diez años más tarde entrevisté a Vallejo que llevaba ya once años en Sta. Martha Acatitla, donde es la cárcel ahora. Muchas veces fui a su celda a entrevistarlo donde él hacía una huelga de hambre desde hacía años. Todo eso me hizo consciente del problema social. También hice un libro con Alberto Beltrán sobre lo que hacían los mexicanos más pobres los domingos: Todo empezó el domingo. Ya en el 68 volví a ir a la cárcel a ver a los estudiantes presos, después en el 85 anduve tres meses en la calle haciendo reportajes. Y así he seguido.
-¿Qué más recuerda sobre las visitas que hizo a distintos personajes en la cárcel?
-También el astrónomo Guillermo Haro, quien era mi esposo, fue a buscar a Siqueiros a nombre de El Colegio Nacional y sacó un retrato que le hizo a Alfonso Reyes que parecía un sátiro, ¡bueno no!, un fauno, tenía una enorme sonrisa, toda la vertiente lúdica de don Alfonso está allí captada y Guillermo fue a recoger ese cuadro allá a Lecumberri. Y después en varias ocasiones fuimos juntos a ver a Eli de Gortari. Guillermo era también muy amigo de José Revueltas, lo íbamos a ver al Polígono que era una especie de redondel más chiquito que le gustaba mucho a Revueltas porque podía subir, había como una escalerita y él se quedaba muchas horas viendo el cielo, y viendo la cárcel como una inmensa estrella caída del cielo porque era así de cinco picos o de seis y cada uno de los picos era una crujía donde estaban allí los presos, estaba la jota, que era la de los homosexuales. Revueltas subía y yo creo que allí pensó en su novela El Apando, y recuerdo que fui a ver a Octavio Paz.
-¿De todas las entrevistas que ha hecho cuál recuerda con más emoción?
-Una que le hice a Luis Buñuel porque nos hicimos muy amigos después. Me invitaba a comer a su casa, nos veíamos con cierta frecuencia. Un día me dijo que tenía un frío horrible y tenía una chimenea en su casa, entonces le fui a buscar leña, siempre me llamaba “la muchacha de la leña”. A él le encantaba ir a ver los ratones hamster, de allí nuestra gran amistad. También recuerdo con mucha emoción la entrevista con Guillermo Haro y a muchas personalidades.
-¿Cuál ha sido su mayor reto como periodista?
-Bueno, tienes que enfrentar la indiferencia, que te dicen que nunca te van a mandar a hacer tal o cual reportaje, nunca te van a pagar un boleto de avión para hacer un viaje, porque eso es para los hombres, porque las mujeres trabajan mientras se casan y que no hay que invertir en ellas, que no se cree en general en las mujeres. Yo creo que eso ha sido una forma de ninguneo de las mujeres, pero ahora, como venganza, hay muchísimas mujeres en las redacciones de los periódicos y también en la edición.
-¿Por qué dice que el mejor estado de una mujer es la viudez?
-Porque es cuando me he sentido más libre, más segura de mí misma, ya mis hijos son grandes. Aunque claro, yo tenía la responsabilidad de mi madre, pero ella se bastó a sí misma hasta el último día de su muerte a los 92 años.
SOBRE LEONORA CARRINGTON.
-En 2011 obtiene con Leonora, novela basada en la vida de la pintora Leonora Carrington, el Premio Biblioteca Breve Seix Barral. ¿Su vida y la de ella se miran en un mismo espejo?
-Con Tina Modotti, por ejemplo, para mí era imposible identificarme. El mundo de Leonora, sin embargo, es para mí totalmente comprensible. Mi papá fue un soldado en la Segunda Guerra Mundial. No fue el dueño de un gran emporio ni tuvimos la fortuna de los Carrington pero sí el tipo de vida: las buenas maneras, el té de las cinco, tener intermediarios entre los niños y los adultos. Lo que me pareció muy sorprendente fue su rebeldía, su audacia.
-Pero usted también ha sido rebelde.
-Yo creo que he sido muy dócil toda la vida. Soy rebelde cuando escribo pero lo que escribo no responde a mi vida. Finalmente llevo una vida dentro de las normas. No soy convencional pero creo que lo soy muchísimo más que Leonora. Además ella tiene una fe absoluta en sí misma. Si yo hubiera tenido más fe en mí misma hubiera sido escritora desde el primer momento, y fui periodista. He hecho preguntas toda mi vida porque finalmente no tenía ni una sola respuesta y además porque no tuve una formación académica ni universitaria, que es una de las cosas que más extraño en mi vida. Si hubiera ido a la universidad tendría una metodología que no tengo, todo lo que hago me cuesta el triple de trabajo. Seguí cronológicamente la vida de Leonora pero no tenía la menor idea de cómo iba a acabar. La terminé con una muchacha mucho más joven, Pepita, que la va a entrevistar porque la admira.
-Max Ernst le descubre a Leonora el mundo del arte.
-Sobre todo la pintura, además de que le descubre el amor, fue su amante. Max Ernst liberó en ella muchísimas fuerzas que no habrían salido si Leonora no hubiera vivido con él pero ella pinta sus cuentos celtas.
-¿Quién le descubre a usted el mundo de la literatura?
-Yo creo que cuando empecé a leer en el liceo. A los escritores católicos, Diario de un cura de campaña, leí a Claudel, a Péguy, a los poetas, a Jacques Maritain, pero la literatura mexicana la leí cuando empecé a entrevistar. A Rulfo, cuando publicó El llano en llamas. Era un Rulfo gordito y siempre fue serio.
-¿Y Alberto Beltrán, grabador y dibujante?
-Él sí para que veas me abrió un mundo aunque antes me lo habían abierto las muchachas en mi casa. Él me abrió el mundo del México más pobre porque salía los domingos con él y mi hijo Mane que ya había nacido, a ver lo que hace la gente más pobre los domingos. Y luego un preso en Lecumberri que se llamaba Jesús Sánchez García me escribió que había una obra de teatro que quería que yo fuera a ver, así que entré al mundo de la cárcel cuando era súper joven. Fue antes de cumplir los treinta años. Usar zapatos de plan quinquenal, el andar en autobuses de arriba para abajo: todo eso me metió a un mundo al cual seguramente no habría entrado sin Alberto Beltrán; él tenía más prejuicios contra mí que los que yo podía tener contra él porque yo soy una gente que no está en la realidad, no veo las cosas tal como son. Para mí era más fácil lanzarme, a pesar de todos los prejuicios, que para él aceptar mi modo de vida y el hecho de tener todo un árbol genealógico de familia.
-El escritor Alberto Ruy Sánchez dice que Leonora es una novela sobre el amor. Leonora se enamora de quien ama, no de quien sus padres quieren que se enamore. ¿Usted y ella cruzan como Alicia en el país de las maravillas -libro de Lewis Carroll muy citado en Leonora– al otro lado del espejo?
-Pero yo creo que Leonora se lanzó mucho más que yo porque ella no quería quedar bien con nadie y yo no quería fallarle a mis papás. Yo fui muchísimo más clandestina que Leonora. Juan Soriano decía que todas las mujeres tienen en su vida, como Lady Chatterley, un guardabosques.
-Me da la impresión de que usted sí ha alcanzado la felicidad…
-Leonora se lanzó sola a Nueva York, a Canadá, a Irlanda, a Inglaterra con los hijos. Yo me lancé a hacer periodismo, a viajar como periodista pero lo hacía mucho en contra de mí misma. Me he obligado a hacer una serie de cosas que no eran lo mío.
-¿Así lo cree?
-Por lo menos así lo creo, pero también lo veo. Por ejemplo, por inseguridad, toda la vida utilicé las muletillas del periodismo. Decía: «Guillermo, mi marido dice. Carlos Monsiváis dice». A mí me decían:“bueno, Elena, y tú ¿qué dices?”
-¿Cuándo encontró su propia voz?
-Aún no la encuentro. Bueno, tengo un libro súper triste que tengo guardado. Todo lo que digo allí es mío totalmente. Es un librito chiquito que no llega ni a las cien páginas. No es novela, son las cosas que yo sentía en determinado momento.
-Siguiendo con las semejanzas entre la vida de Leonora y la suya. Hay un capítulo tristísimo en la novela: cuando le suministran Cardiazol en el manicomio a donde es enviada con la autorización de su padre. Recuerdo que alguna vez manifestó su temor a la locura, ¿por qué?
-Sí, porque una empieza a girar y a no saber por dónde está la salida. ¿Tú nunca has tenido miedo a la locura?
-Parecería que el destino de Leonora es el de Casandra. En la novela escribe que en su familia decían que veía visiones. ¿Usted se identifica con Casandra o con Antígona?
-Creo que todas las mujeres somos un poco víctimas. Cuando no somos víctimas de nuestra familia somos víctimas de un orden social que nos victimiza. Rosario Castellanos fue víctima de la soledad, del abandono de su marido, de que no supo imponerse a una sociedad muy cerrada que es la chiapaneca. Incluso cuando vino a México estuvo muchísimos meses en un sanatorio porque adquirió tuberculosis. Creo que Elena Garro en cierta manera se victimizó a sí misma, tenía complejo de persecución y pensaba que todo lo que le sucedía era culpa de los demás. También yo soy un poco el resultado de mi inseguridad que me hizo siempre recurrir al periodismo.
PERIODISMO COMO GÉNERO LITERARIO.
-¿El periodismo bien escrito es un género literario?
-Te suelta la mano. No estás sentada esperando al ángel que te va a lanzar a escribir. Tienes que entregar, tratas de que esté lo mejor posible pero si no está lo óptimo por lo menos ya lo hiciste.
–Leonora es una mezcla de crónica y ficción, está allí su ojo periodístico en el retrato que hace del México de los 50 hasta el de fines del siglo XX. Hay una serie de personajes, amigos de Leonora en México, a donde llega con Renato Leduc. ¿Conoció a Kati Horna?
-Quise mucho a Kati Horna. Era para mí mucho más cercana que Leonora, quien tenía un ojo muy crítico. Yo coincidí con Kati varias veces porque era fotógrafa. A veces yo hacía el reportaje y ella la fotografía. Luego me pedía que posara porque le servía para estar en algunas revistas de la época, en Mujeres, que dirigía Magdalena Mondragón. Me tomó muchas fotos. Kati se mataba de trabajo, tanto que a veces le faltaba el rollo en su cámara porque del cansancio se le había olvidado ponerlo.
-Leonora tiene una gran afinidad, en la novela, con Laurette Sejourné, ¿usted la conoció?
-Era esposa de Arnaldo Orfila. La conocí por la editorial Siglo XXI, escribía sus libros de antropología pero no la traté mucho. También viUn hogar sólido de Elena Garro y vi cómo estaba contento Octavio Paz por el triunfo de su mujer. Las funciones eran en los teatros del Seguro Social.
-En la efervescencia cultural de los años 50 incluye a la galería de Inés Amor, su pariente por el lado materno, quien impulsó el arte de Leonora.
-Impulsó a muchísimos pintores en su galería. Pero el que más la ayudó fue Edward James, excéntrico, creativo, inglés, multimillonario. Nunca destruyó el mito de que era el hijo de Eduardo VII de Inglaterra, no se sabe, pero le convenía el rumor.
-¿Es verdad o ficción que llegaba a la casa de Leonora con boas y animales excéntricos?
-Todo eso es verdad.
LA MATANZA DE TLATELOLCO.
-Usted vivió de manera muy intensa en las revueltas estudiantiles del 68 que llevaron a la matanza de Tlatelolco, y al cual usted dedica uno de sus libros (La noche de Tlatelolco). En ese movimiento participaron los hijos de Leonora: Gabriel y Pablo Weisz. Cita una frase de José Alvarado: “Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos (…) Querían hacer de México morada de justicia y verdad, la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados”.
-Los hijos participaron mucho menos que en la novela. Por el miedo a esta participación y cuando Elena Garro empezó a denunciar a todos los intelectuales –por venganza personal o porque Octavio Paz los quería- a Leonora le entró un miedo espantoso y sale de México.
-Cuarenta y tres años después del 68 muchísimos jóvenes son asesinados en México.
-Yo creo que nuestra situación ahora es mucho peor que la del 68. El número de desaparecidos y de muertos es enorme.
-A lo largo de la novela percibo su voz. Por ejemplo, en esta frase (p. 414): “Cuántos actos en contra de sí mismo comete este país. Ahora todo es polvo”.
-Es algo que a mí me sale bien espontáneo decirlo.
-En la presentación de Leonora, en Bellas Artes, un hombre de barba larga se levantó entre el público para decirle que recordaba cómo iba a la cárcel a entrevistar a los presos durante el 68. ¿Quién es?
-Martín Dosal: un estudiante que a raíz del 68 estuvo preso. Fue compañero de celda de José Revueltas, incluso creo que le dio manuscritos regalados que autografió. Cuando se murió Revueltas, Víctor Bravo Ahuja, que era el secretario de Educación Pública, se presentó al entierro y Martín Dosal se puso más altito sobre una tumba y le dijo: “¿no entiende, señor, que no lo queremos aquí?” Bravo Ahuja estaba con sus guardaespaldas y se hizo pato. Dosal repitió: “no lo queremos aquí”. Me pareció un acto de valentía.
-¿Cómo era Leonora?
-Tenía mucho sentido del humor y mucha capacidad para encontrarle a los demás su estupidez.
-Leonora en la novela siempre recuerda a Tártaro, su caballo de madera, al que destruye su padre por considerar que ya no era una niña para jugar con él, y se identifica con un caballo indomable. ¿Es una metáfora?
-En la novela está súper exagerado pero es verdad. También creo que los padres fueron menos severos y distantes de lo que yo pongo allí.
-Su pasión era la alquimia. ¿Entiende la muerte como una transfiguración?
-Creo que Leonora sí tiene miedo a la muerte. Yo también, nunca sabemos qué hay, uno puede pensar que va a estar con sus seres queridos.
-O que existe el cielo y el infierno…
-Pero después de Darwin es bien difícil pensar eso.
http://www.elpais.com.uy/cultural/poniatowska-cortes-koloffon-leonora-mexico.html