Polanco y Calac entrevistan a Julio Cortázar

1.908

Comparando torturadores

Estamos como queremos o los monstruos en acción

Julio CortázarLa Maga

Una nota con historia. El escritor Eduardo Galeano quería una nota con el escritor Julio Cortázar, pero no podía ubicarlo. Cuando Cortázar se enteró, de puro juguetón, pero jugando en serio, usó a sus creaciones -Polanco y Calac, personajes aparecidos por primera vez en «62 Modelo para armar»- para que lo reportearan. La entrevista es de la revista «Crisis» No 11, marzo de 1974.

AUTORREPORTAJE

No es la primera vez que lo hacen, y me temo que no será la última, malditas sean, Estoy leyendo tu correspondencia cotidiana como me gusta, solo y fumando, y a veces miro la casa de enfrente donde numerosas palomas se pasean con las manos en la espalda como las vio Jean Cocteau, pero capaces de inventar unos ballets amorosos que nos estarían vedados a los humanos en tan incómoda posición. Justo al final de la pirámide postal encuentro una carta de Eduardo Galeano y otra de Vogelitis, y en el preciso instante en que me entero de que quisieran una entrevista para Crisis zas el timbre y son los monstruos una vez más, enfundados en sobretodos como para cruzar a pie el estrecho de Bering y ese aire de suficiencia que les conozco dema-siado.

Imposible negarles el café y el coñac que reclama la intemperie, con lo cual Calac se instala en el mejor sillón y empieza a mirar mis discos mientras Polanco elige los libros que se va a llevar como de costumbre sin la menor intención de devolverlos. Es fatal que la entrevista me la harán ellos y que yo me someteré con inútiles gruñidos, máxime cuando Polanco ha empezado de entrada a tomarme el pelo después de alcanzarme la fotocopia de una reseña sobre un libro mío publicado en Detroit. Michigan.

-Che ñato, -dice Polanco sirviéndose un segundo coñac de tamaño natural- ahora resulta que además de argentino Y francés, este, es el internaciona-lismo pagado por alguien, no me vas a negar.

-No le revolvás el facón en la buseca -aconseja Calac que parece decidido a elegir entre quince y diecisiete discos de excelente música barroca – ya bastante lo escorcharon cuando estuvo en la Argentina y a cada momento venían a explicarle que al fin y al cabo el harakiri dolía menos que la ver-güenza y que en el peor de los casos siempre estaban las pastillas o los pasos a nivel.

-Bah, eso no es nada -digo yo-, cada vez que me enarbolaban la enseña que Belgrano nos legó se vino a descubrir al cabo de cinco minutos que los muchachos simplemente no conocían el principio de la doble nacionalidad y que se quedaban más bien confusos, la prueba es que terminábamos siempre como ustedes y yo ahora, con la diferencia de que eran ellos los que pagaban el café y la caña seca.

-Hace alusiones insidiosas- le dice Polanco a Calac. -Como si uno pretendiera quedarse a almorzar -dice Calac-, y eso que ya más o menos vendría a ser la hora.

-Ha perdido toda originalidad, te das cuenta. En vez de invitarnos derecho viejo, pensar que le trajimos el recorte yanqui sacrificando nuestros propios archivos, che. -¿Vos por qué decís che? -pregunta inesperadamente Calac-. Justamente a éste otra de las cosas que le reprocharon cuando su último libro es que el che ya casi no se emplea y él en cambio dale que va. En esa forma le estimulás los atrasos lexicográficos, hermano, al final es un amigo, qué tanto, aunque esté en pie lo del almuerzo y esas cosas.

-Bah, si se trata de criticarme, lo del recorte es otro golpe bajo -les digo. -De lo que deberían convencerme ustedes es que el empleo de recortes revela el agotamiento de la capacidad creadora, y en cambio ya me han dejado poner uno de entrada en la entrevista.

-Resuella por la herida -le dice Calac a Polanco-, desde que le enseñamos esa señera reseña preñada de saña que sobre el Libro de Manuel le hizo en Clarín una nena que ya no me acuerdo.

-Yo sí -dice Polanco con sádica satisfacción-, y qué te cuento del pesto, madre querida. De los recortes le dijo que estaban pegados en forma desmañada, te juro que (sic), mirá en tu colección el ejemplar del 9/8/73.

-Y eso -digo yo- que los pegué con esa goma que huele tan rico a almendras amargas, olor que sin duda deben tener los pelícanos a juzgar por la etiqueta. La nena, como irrespetuosamente la definís vos, se llama Alicia Dujovne Ortiz, aunque andá a saber por qué una revolucionaria tan vehemente usa doble apellido, y se pasó tres columnas dándome consejos, el más importante de los cuales es que me vuelva a mi cuarto y a mi identidad pe-queño burguesa de «hombre de letras», puesto que jamás tomaré el fusil (sic). En esto no se equivocó, porque ni a mí ni a un montón de escritores se nos ha ocurrido que nuestros libros sólo pueden ser útiles si primero «nos agarramos a balazos con el imperialismo». La cosa ya es tan obvia que cansa repetirla, pero te voy a decir que como conozco excelentes poemas de esa chica (y me divierte que los haya publicado nada menos que en una editorial que se llama Rayuela), me da un poco de pena que siga pasando un disco tan escuchado. ¿No me creés, vos? Mirá este pasaje que voy a tratar de pegar de la manera menos desmañada posible para que Alicia no se enoje de nuevo.

-Mirá -dice Calac, más bien cabrero-, a mí tu libro no me pareció gran cosa, pero de ahí a llevar el masoquismo hasta el punto de dar a leer por segunda vez un ataque de tantos megatones, hacerme un poco el favor. ¿Somos argentinos o qué? -En fin -alcanzo a insertar-, que conste de paso que no estoy polemizando concretamente con Alicia, sino que a través de ella apunto a la legión de aristarcos más bien baratieri que en vez de mare sus propios goles se van a la tribuna tirarles botellas a los jugadores .que no hacen lo que ellos mandan.

-A lo mejor tiene razón -dice Polanco que siempre se pone de tu lado cuando me la arriman demasiado-. Es bastante insólito que en nuestros pagos un tipo no tenga úlcera ni se precipite al analista porque el presbítero Mujica. un tal Revol o esa nena lo sacuden contra las cuerdas.

O elogios o silencios: esa es la regla de oro.

-En el fondo es un vivo -resume Calac-. Saca a relucir ataques para contragolpear con la ventaja del que pega último, por escrito se entiende. Claro que la culpa la tenés vos, porque esta no es una manera de hacerle una entrevista.

¿Yo? -brama Polanco-. Fuiste vos el que empezó con lo del pasaporte, yo venía dispuesto a preguntarle después del almuerzo cosas tales como si los últimos escritos de Ronald Barthes repercuten en su traspasamiento espiritual o en su semiótica más estructurada.

-Mi respuesta es muy sencilla –digo-. No hay nada para almorzar. -Ya ves -protesta Calac-, hay que hacerles preguntas fáciles y en una de ésas quién te dice que saca los sándwichs. Yo por ejemplo le quería preguntar así nomás, blandito y sin forzar el ritmo del combate, cuáles son, maestro, sus actividades del momento. ¿Puede saberse sin indiscreción si prepara algo?

-Un libro de cuentos. -¿Otro más? -dice Polanco con delicadeza.

-Sí. Se llama Octaedro y va a salir muy pronto. -Qué bien -me felicita el desgraciado de Calac-. ¿Y puedo preguntar si esos cuentos continúan, vamos a decir así, la línea?

-¿Cuál línea? Ah, ya veo. No, son más bien cuentos fantásticos, de «una tersa escritura sabiamente burguesa que alcanzan el máximo nivel de lo correcto que suena a perfección, etcétera»; para el final de la descripción de mi estímulo mirá la reseña de que hablábamos.

-Te voy a decir una cosa -produce Polanco «Lo fantástico ha dejado de interesar en América latina, la realidad supera de tal modo a la ficción que tus cuentos van a caer como sopa fría. Ahora nosotros estamos en el tes-timonio, che, en las aportaciones al proceso geopolítico, somos los hijos de Sánchez. Ya es tiempo de que te enteres que el conde Drácula anda de capa caída, cosa que no le gusta ni medio aun vampiro porque pierde la pinta.

-A propósito de ficción me permito recordarte un libro llamado Cien años de soledad, del que se vendió un millón de ejemplares -digo astutamente-. Una cosa es rechazar lo imaginario o lo fantástico si se sospecha que encubre un escapismo fácil, y otra rechazarlo por sí mismo, casa que afortunadamente está lejos de suceder en nuestros países – Estos cuentos de que te hablaba no tíenen nada de escapistas; siguen buscando a su manera algunas raíces del bicho humano que creo inseparables de toda forma de conciencia revolu-cionaria en la medida en que se oponen los estereotipos fáciles, a las ideas recibidas, a todos esos itinerarios sobre ríeles de viejísimos, caducos sistemas. Mirá, si alguien admira la tarea que está llevando a cabo gente como un Rodolfo Walsh en la Argentina soy yo, che (dale con el «che», que ya no se usa); pero como conozco un poco a Rodolfo sé muy bien que cualquier trabajo imaginario que no sea un ejercicio de fuga cómoda le parecería tan necesario en una perspectiva revolucionaria como Operación Masacre, Y eso, que Walsh entiende tan bien, no quieren entenderlo los que en el fondo le tienen miedo a su propio inconsciente y prefieren prenderse con las manos del «contenidismo», el «compromiso» y otras comodidades a mano. Nadie se cree más comprometido que yo en lo que hago, pero como dijo alguien de El escarabajo de oro, hay más de cuatro comprometidos que harían mejor en casarse de una buena vez.

– Se largó- le informa Polanco a Calac que haciéndose el inocente maniobra las palancas de un grabador de bolsillo y pretende disimularlo detrás de la botella de coñac.

-De todos modos -dice Calac-, según muchos críticos sesudos, la cuota de fantástico, de lúcido o de humorístico en tu Libro de Manuel actuó en contra de tus intenciones que según vos eran buenas.

-Aunque no te niego la tentación de pegar aquí mismo cuarenta y cinco recortes que prueban otra cosa, me limitaré a decirte que sólo a los contrarrevolucionarios de la revolución se les paran los pelos apenas alguien toca estos temas sin el pathos que requieren sus apolilladas preceptivas literarias y políticas: no sólo hay pobres de solemnidad sino revolucionarios de solemnidad, que son precisamente contrarrevolucionarios que se ignoran y que se destaparán el arito apenas agarren la manija como se ha visto en tantos lados. Por suerte los creo en minoría, aunque tiendan a aglomerarse en el nivel de la crítica periodística, extraño producto en el que la suma de los dos factores tiende casi siempre al cero.

– Observa cómo nos veja – dice Polanco. -Es que me aburren, che.

-Vos dirás lo que quieras, pero cada vez se piensa más que lo fantástico puro huele a raje -dice Polanco que ha verificado la extinción del coñac y se venga como puede.

-Se puede rajar en muchas direcciones, viejo, y la fuga hacia adelante es casi siempre la mejor manera de salir del pozo. Te voy a contar una historia fantástica que empieza en Santiago de Chile. Fijate de paso que soy yo el que cita a Chile, porque ustedes hasta ahora parecen ignorar lo que pasa por ese lado, y eso que toda entrevista a un escritor latinoamericano debería partir de ahí aunque muchos argentinos pretendan que sus problemas son más importantes.

-Nadie pretende eso- dice Calac. -Sí, y todos los días, y no solamente en lo que toca a Chile sino que se llega a una tal inconsciencia del contexto continental que un señor que se llama Ricardo Otero y que es ministro de Trabajo ha podido decir en un discurso que el Che Guevara era un renegado (sic), ahí tenés el recorte de La Opinión de] 16/12/73. Yo seré un poeta ignorante de toda política, pero la frialdad de tantos argentinos con respecto a la -revolución cubana me parece no solamente suicida sino estúpida. En fin, dejame que te cuente la historia fantástica; empezó en casa de Salvador Allende una noche de febrero del año pasado. Éramos unos pocos, y entre ellos un viejito mexicano cuyo nombre no retuve y que apenas terminadas las presentaciones me dijo que aunque no era versado en letras había seguido con mucho interés una entrevista que me habían hecho en la tevé de su país. Le hice notar que se confundía pues jamás había aparecido en esas pantallitas hogareñas que como viejo y de modo que soy, me producen espanto. Insistió en su afirmación, sosteniendo que había visto una larga entrevista hecha por una muchacha de cabellos rubios, y que le había gustado mi manera de contestar las preguntas, aparte de mí manera de pronunciar las erres, etcétera. A riesgo de crear una situación incómoda tuve que reiterar mi negativa, y como éra-mos gente educada buscamos la salida por el lado de los sosías y de los dobles, nos reímos un rato y pasamos a otra cosa.

-Si le suprimís los dobles se desinfla como un globito -dice Polanco. -Esperá mientras te saco otra botella, porque ustedes dos están al borde de la deshidratación -les digo compadecido-. Hace apenas dos meses, en París, la mujer de Carlos Fuentes me pidió una entrevista para la televisión de su país. Como creo que una de mis obligaciones es la de hacer todo lo posible para ayudar a desenmascarar a la Junta que tiene muchos más partidarios de que ustedes se imaginan, acepté con la condición de hablar sobre Chile, y así lo hice. Filmaron la entrevista en casa de Fuentes y yo conté mi último encuentro con Pablo Neruda en la Isla Negra, hablé de] proceso chileno y de mis diálogos con Allende, y sólo mucho más tarde, mientras me volvía a mi casa, me di conscientemente cuenta de que la entrevista me la había hecho una muchacha de cabellos rubios.

-De donde se sigue que el señor de aquella noche había visto en febrero un equivalente de lo que vos hiciste ocho meses después. Supongo que ese cuento figura en tu nuevo libro, claro.

-No, estoy acostumbrado a queme pasen cosas así y me aburriría aprovecharlas literariamente.

¿Querés que te cuente otra historia fantástica? -Madre querida –dice Polanco. -Esta es más bien al revés. Yo empecé por escribir un cuento hace muchos años, y el otro día recibí una carta de uno de sus personajes, un tal John Howell. Aquí tenés el encabezamiento, le podés escribir si no me creés: -manda Calac-, desde hace un tiempo el inglés se mezcla con el sánscrito y otras lenguas antiguas en la que estoy sumido.

-Más bien te la resumo, porque si no Galeano se va a enojar por el papel que le traigo a Crisis. La carta consta de cuatro puntos. En el primero se dice que la persona en cuestión estuvo poco antes en París y que como hace años le gustan mis libros, aprovechó para comprar y leer Rayuela y los cuentos que se desarrollan en esta ciudad. A su vuelta a Nueva York leyó por casualidad una reseña de Todos los fuegos el fuego que acababa de publicarse en inglés, y se enteró de que contenía un cuento titulado Instructions for John Hoysell. Como segunda cosa apunta que hace rato que trabaja en un libro muy extenso, en el que la palabra «Instrucciones» tiene una resonancia especial para él. En tercer lugar, te acordarás de que el narrador de mi cuento va a un teatro donde lo inducen a improvisar un papel, el de «John Howell». Mi corresponsal visitó el año pasado a un amigo que dirige un teatro en Nueva York, y aunque jamás había trabajado como actor, aceptó participar en una obra que su amigo tenía planeada y que él podía ayudarle a completar desde el punto de vista del personaje:
así fue, y John Howell apareció durante tres meses en escena. El último punto de la carta es que mientras estaba en París, Howell empezó a escribir un cuento que de alguna manera tendía a reflejarme a mí dentro del contexto de la ciudad. Por eso decidió proceder sin rodeos, y el personaje de su cuento terminó llamándose como yo y siendo yo mismo. Por supuesto, Howell termina su mensaje confiándome su perplejidad, su sentimiento de lo que él llama «una ficción ampliada», y también «una magia estructural que de alguna manera se prolonga desde los libros a la vida».

En realidad -le dice Calac a Polanco-, nosotros no vinimos a preguntarle esta clase de cosas, vos fijate cómo se va colocando en el terreno que más le conviene, es el Archie Moore de la labia.

-Me gusta la imagen -le digo-. ¿Ustedes querían hablar de boxeo o era solamente una alusión? Cuando estuve en Buenos Aires, los muchachos de El Gráfico me invitaron a ver pelear a Castellani, y yo les escribí una opinión más bien fría de su performance. ¿Qué tal anduvo el muchacho desde entonces?

-Las preguntas las hacemos nosotros -dice Polanco-, pero para darte el gusto podés contamos qué te pareció Monzón frente a Bouttier. -No pude ir porque estaba con sinusitis.

-Mirá los nombres que tienen sus rebusques -dice Polanco a quien de cuando en cuando hay que dejarle hacer un mal chiste. -Pero la vi enterita en la televisión y te diré que algo no andaba en Monzón, ganó como quiso, claro, pero no estaba frente a Tony Mundine ni a José Nápoles. Si al final se hace la pelea con Nápoles, ojalá que el dicho famoso no se le aplique a Carlitos, lo deseo de todo corazón.

-No es necesario que te arrodilles ni llores -dice Calac conmovida-. Todo el mundo empezando por Monzón sabe que sos un hincha de veras, y va vas a ver que el pibe se porta. Pasemos a otros deportes: ¿Qué libros te han gustado en esta temporada?

-Gran parte de los que me está afanando Polanco -digo más bien hosco-, o sea ése, ése y sobre todo aquél de ahí.

-En efecto -dice Calac a quien jamás lo agarré desprevenido-, son excelentes, sobre todo ése y ése. ¿Y qué viste en el cine últimamente?

-Malas películas que a mí me parecen buenas, y viceversa. Casi me han golpeado por decir que Gritos y susurros no valía el gran Bergman de otros tiempos, y que en cambio una película erótica holandesa llamada Turkish Delights, que empieza de una manera perfectamente asquerosa, va mostrando una segunda intención que la agranda y la hermosea. Qué querés, sigo prefiriendo cosas marginales alas grandes máquinas tipo Doctor Jivago y Odisea del espacio, aunque hay que decir que en ésta la parte de los monos al principio era para llorar de risa, cosa que no abunda en estos tiempos pinochescos.

-¿Y El Último tango en París? -dice Calac como haciéndose el idiota. -Ah, esto es un caso especial porque le toca un poco personalmente. Uno de los primeros lectores del Libro de Manuel me hizo notar diversas y curiosas simetrías (sin hablar de la última, escandalosa y boca abajo, entre el libro y la película, digamos entre Bertolucci y yo. Como se trataba de un crítico profesional, cayó rápidamente en la trampa de las «influencias» sin las cuales estos muchachos andan medio perdidos, y pensó que la película había marcado la conducta de mis personajes. Pero aparte de que ese tango se tocó en París mucho después de terminado el libro, y que Bertolucci y yo no nos hemos visto nunca, las simetrías me parecen curiosas y significativas; una vez más siento como una figura, una red que de alguna manera nos incluye a los dos. ¿Te fijaste que la acción de la película empieza en la calle Julio Veme, que el protagonista es un americano en París, que la chica es una burguesita, que el héroe y el amante de su difunta mujer son quizá la misma persona y su doble?

-Al final no nos invitó a almorzar – dice Polanco recogiendo los libros después de una última selección que consiste en agregar siete u ocho.

Ya están en la puerta llevándose gran parte de mis pertenencias, cuando Calac me larga una mirada al bies y me pregunta: -¿Y cómo anda el boom, maestro? -Mejor que nunca -le digo satisfecho de que al fin me hagan una de las grandes preguntas del día-. Nos hemos organizado de la manera más perfecta, partiendo del principio general de llevar a la práctica Las fábulas que a lo largo de estos años urdieron esos intelectuales que tanto se preocupan del porvenir de los demás. Esto no lo publiquen: nos reunimos cada tres meses en hoteles de superlujo, eligiendo cada vez una ciudad diferente en la que podamos organizar nuestras orgías sin llamar la atención. García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Asturias, Carpentier, y yo (generosamente aceptamos de cuando en cuando a dos o tres más, cuyos nombres me callo para no herir a otros postulantes) discutimos la situación con nuestro gerente general, que nos fue recomendado por Lucky Luciano himself y que tiene certificados de Onassis y de Spiro Agnew. Nuestras acciones están dando dividendos satisfactorios; Feisal nos consulta para lo del petróleo, hemos comprado tierras y propiedades en todas partes, y de cuando en cuando donamos algún premio o algunos derechos de autor por aquello del qué dirán. Yo he agregado otros cinco pisos y dos ascensores a mi suntuosa residencia de verano en Saigon que, como se sabe, no es más que una manera de disimular que de allí estoy a un paso de mi yate en Marsella, que me lleva hasta el castillo que tengo en el sur de Italia y en el cual guardo secuestrada a una chica de quince años (algunos sostienen que es un chico, y me parece bien mantener el suspenso). Con eso y la salud, ya te darás cuenta.

-Nos arruinó el almuerzo -dice Polanco. -Son mentiras pero lo mismo te alteran el jugo gástrico -murmura Calac-. En realidad antes de retirarnos tendríamos que haberle preguntado qué piensa de la situación nacional, ¿no te parece?

– Hum -dice Polanco, y me mira despacito. -El error -digo yo sabiamente- es hablar de situación, palabra que da una idea de emplazamiento fijo, de cosa más o menos definida, situada, cuando por lo visto en la Argentina todo se desplaza, vira, tantea dentro de un panorama cada vez más moviente y complejo. Si este vocabulario les gusta, agregaré que el optimismo crítico que tantas veces marcó mis opiniones cuando estuve por allá en la época de las elecciones presidenciales, no se ha modificado en lo esencial, aunque el componente crítico tienda a tener mucho más a raya un optimismo que resultó prematuro.

En ese entonces creí (y mi fe en lo mejor del pueblo sigue siendo inquebrantable) que el proceso se iba a acelerar rápidamente en la dirección que ustedes saben: conmigo lo creyó también una cantidad de gente que hoy se ve obligado a un duro compás de espera y que incluso sigue en la obligación de apoyar un estado de cosas que ha de resultarle bien amargo. ¿Pero qué significa, en la historia como en la música, un compás de espera, sino esa tensión que duplicará luego la fuerza del avance de la melodía? Ya ves, no puedo pensar lo histórico sin imaginarlo en términos estéticos, es evidente que Pitágoras no ha muerto. Me acuerdo ahora de que en ese cuento mío que se llama Reunión, el Che sentía que un determinado cuarteto de Mozart contenía el dibujo de sus ideales y sus esperanzas. Y a propósito, supongo que saben que la Junta chilena me quemó un librito de bolsillo que incluía a Reunión entre otros relatos y que se iba a vender en los quioscos por unos centavos, como parte del formidable trabajo que estaba cumpliendo el gobierno en el plano de la cultura popular. Cuando leí que también los libros de Jack London habían caído en la hoguera me quedé estupefacto, pero después me acordé que mi cuento tiene un epígrafe de La sierra y el llano en el que el Che piensa en un personaje de London, y deduje que entre él y yo lo arrastramos a las llamas al pobre Jack, vos fijate las atrocidades de que es capaz la pérfida literatura marxista.

-Empieza a perder el aliento -dice Calac-, vámonos antes de que cierren los boliches. -No dijo gran cosa -observa Polanco-, y en cambio nos da todas estas fotos para llenar los penosos huecos de su pensamiento.

-Me las pidió Galeano, che. -¿Te pidió una con un hipopótamo en los brazos?

-Hipopótamo tu abuela. Es mi cronopio más querido, completamente verde y lleno de inteligencia. Entérense de que en Estocolmo hay un grupo de españoles de izquierda que hace más de diez años fundaron un Club de los Cronopios; nunca he podido ir a verlos pero no importa porque lo mismo estamos juntos, cosa que muchos no comprenden si no te ven la cara todos los días. Cuando Pablo Neruda volvió a recibir el Premio Nobel, me contó que los del Club le regalaron un cronopio de felpa roja, que él guardaba con cariño y que naturalmente le habrán quemado en Chile; unos días después me llegó un paquete postal; con un cronopio verde; creo que comprenderán ahora por qué lo tengo en los brazos, por qué lo guardaré siempre conmigo, y comprenderán también este texto de Pablo que nació de una hoja de libreta, se agrandó hasta dar un póster del Club, y volverá a reducirse para que Crisis pueda mostrarlo.

-En fin -dice Calac-, las cosas más interesantes las venís a eruptar cuando ya estamos en la escalera. -Aprendan a hacer entrevistas, qué joder. Les podría decir muchas otras cosas, pero no falta gente que las está gritando desde los cuatro rincones del planeta y no hace tanta falta que yo las repita. Tomá, por ejemplo, llevate esta página de La Opinión del 2 de enero, donde Miguel Cabezas cuenta la forma en que los militares chilenos mutilaron y asesinaron a Víctor Jara. Ya sé, ni ustedes ni yo podemos echar abajo a la Junta; pero en cambio podemos luchar contra el olvido fácil, la vuelta de hoja de todo lector de la historia. ¿No les ha llamado la atención que de todos los que escriben en pro o en contra de mi Libro de Manuel, NINGUNO se ha referido concretamente a las muchas páginas finales donde, en columnas paralelas, se detalla el horror de las torturas en la Argentina y en Vietnam? Dan ganas de elegir entre varias hipótesis: 1) Que poco les importa puesto que no les tocó a ellos; 2) Que los jode que yo haya equiparado a los torturadores argentinos y a los yanquis, mostrando que no hay ninguna diferencia esencial; 3) Que los archijode que les jabonen el piso literario con evidencias históricas o, viceversa, que les jabonen la historia con una novela que no niega su condición de tal. Elijan nomás, yo pienso en Víctor Jara, en el caso Garretón, en tanto de lo que sigue pasando en casa y fuera de ella. Aquí, en todo caso, estamos haciendo lo posible para que en Europa se siga con la vista fija en Chile; sólo así se irán dando las condiciones para poder terminaren un día no lejano Con esa ralea de asesinos y de fascistas. Ya ves, el póster de Pablo no era una fantasía de poeta. Detrás de su liviana broma estaba latiendo la premonición de lo que iba a suceder muy poco después: los dogmáticos, los siniestros, los acurrucados, los implacables. Claro que no quisiera que tomen frío en la escalera, de modo que buen provecho y todas esas cosas.

http://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/cortazar_monstruos031100.htm

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