Desafíos para la integración de Chile y América Latina – Diario La Tercera, Chile
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región
EL RECIENTE diferendo marítimo con Perú ha sido aprovechado por algunos sectores para levantar cuestionamientos sobre la política exterior chilena, en particular, lo que constituiría un deterioro en sus relaciones políticas con buena parte de los países de América Latina. Es frecuente escuchar que “Chile se ha quedado solo” o que se han perdido aliados estratégicos, como Ecuador o Brasil. El complejo entorno geopolítico de la región obliga a un análisis meditado sobre el tipo de políticas que al país le interesa promover y cultivar, pero ello debe realizarse sobre la base de no renunciar a la defensa de principios que Chile considera sustanciales, como el respeto a la democracia, la apertura comercial, el apego a una institucionalidad estable y la no intervención en otros países que no sea en asuntos de estricto interés internacional.
Para cualquier observador resulta evidente que la realidad geopolítica de la región se ha hecho cada vez más compleja, donde conviven distintos proyectos ideológicos y realidades socioeconómicas que han terminado por crear una suerte de subcontinentes. Los países del Caribe constituyen una realidad en sí misma; Venezuela y el llamado “eje bolivariano” aparecen como un frente que ha optado por un modelo hostil hacia aquellas políticas que favorecen la apertura de los mercados; está en proceso de consolidación la Alianza del Pacífico, donde confluyen países que promueven economías abiertas al libre mercado, al cual Chile adscribe. Brasil constituye una realidad que en sí misma presenta muchos matices, pues en su condición de potencia económica mundial abre enormes potencialidades, pero a su vez convive con una serie de políticas proteccionistas y mantiene estrechos vínculos políticos con países como Cuba. Algo similar ocurre con Argentina. Todas estas realidades son una prueba de que el cultivo de vínculos más estrechos con algunos países de América Latina está lejos de descansar en una política meramente proactiva de Chile, ya que innegablemente se han producido distancias difíciles de ignorar.
Este complejo cuadro que vive la región representa un importante desafío para la política exterior chilena y, posiblemente, la vertiginosidad con que se han dado estos procesos ha llevado en ocasiones a cierta confusión y rezago en la forma de abordar estas complejidades por parte de Chile. Sin embargo, resulta inexplicable que se cuestione la política de apertura comercial que ha emprendido el país en las últimas dos décadas, la que ha llevado a que con buena parte de la región existan tratados de libre comercio o acuerdos de complementación económica. Se trata de un logro significativo y que va en directo beneficio del bienestar de la población, facilitando no sólo el comercio, sino también las inversiones y la migración. Ello es un avance concreto en la integración regional que ha probado superar lo retórico o el idealismo vacuo.
Chile ya se ha convertido en un actor relevante dentro de la región y está llamado a ejercer también una influencia activa. Su participación en instancias como la Celac o en Unasur debe ser aprovechada para trabajar desde allí nuevos espacios de influencia y contribuir a la defensa de principios que para el país han sido el eje de su desarrollo y que en otros tiempos fueron un faro para el resto de la región. La prioridad que ha colocado el futuro gobierno de Michelle Bachelet en estrechar los vínculos con la vecindad regional es un objetivo perfectamente válido y no hay razones para no perseverar en ello, pero tal propósito no debería concretarse a costa de silenciar aquellos aspectos donde existen legítimas diferencias