Carlos Rodrigues Brandao, antropólogo brasileño y ex colaborador de Paulo Freire: “La educación popular es un gran paraguas”

556

Por Laura Vales

Detrás de los anteojos bifocales, los ojos se le vuelven dos rayitas. “Cada vez me invitan más a hablar como un testigo de la historia y no como el educador que soy. Eso me alegra… ¡y me espanta!”, dice Carlos Rodrigues Brandao, y exagera su queja: “¡Incluso han llegado a llamarme ‘testigo ocular’!”. Es porque acaban de preguntarle por Paulo Freire. Antropólogo, doctor en Ciencias Sociales, psicólogo que nunca ejerció, este brasileño de 73 años trabajó con Freire en los ’60 y ya nunca dejó la educación popular. Como es de esperar, congreso al que vaya le preguntan por Freire. O por la época de Freire. O por las diferencias entre la época de Freire y esta época.

Rodrigues Brandao estuvo en Buenos Aires para participar del Seminario Movimientos Sociales y Educación Popular, organizado por la Universidad Nacional de Luján, la Red de Investigadores y Organizaciones Sociales de Latinoamérica y la Universidad de los Trabajadores (del IMPA). Se alojó, por supuesto, en el Hotel Bauen, donde –café y medialunas de por medio– habló con Página/12.

–En los últimos diez años, en la Argentina vimos cómo las organizaciones de desocupados alfabetizaron en los barrios, después las fábricas recuperadas organizaron bachilleratos populares, ahora se están armando universidades populares. ¿Es un fenómeno local o se dio en toda la región?

–Es algo más que un fenómeno local o regional: un fenómeno mundial. Acá los bachilleratos populares, en otros países latinoamericanos las escuelas de la pedagogía del campo, las universidades indígenas, las escuelas de los pueblos de la floresta en el Amazonas… En Escandinavia son pioneros en la creación de lo que ellos llaman también educación popular, que es llegar a la gente del pueblo, trabajar con ellos, letrarlos, alfabetizarlos y crear cultura propia, sobre todo en el caso sueco. Por todas partes surgen universidades libres, en una cantidad impresionante, algunas musicales, algunas de erudición cultural, algunas más centradas en un quehacer más concreto junto a obreros. Si hiciéramos un mapeo quedaríamos sorprendidos.

–¿Y a qué se debe?

–Son la expresión de un nuevo contrato social entre gente del pueblo movilizada y nosotros, de extracción universitaria, maestros, estudiantes. Y sin embargo, uno de los asistentes a este seminario que estamos haciendo nos comentaba un dato preocupante: “Hace diez años –decía– yo daba clases de Pedagogía I, y una lectura esencial era Paulo Freire. Hoy ya no se lee más a Freire en la universidad”. Es decir que algo que para nosotros es todavía muy importante y que nos reúne muy seguido, se estudia cada vez menos.

–¿Con qué está siendo reemplazado Freire?

–Con otras teorías, posmodernas. Casi todas europeas y norteamericanas que dicen “olviden las megametas, las ideologías, los imaginarios libertarios”. Ahora todo es una especie de criticismo de la realidad, algo del tipo “Vivimos en el peor de los mundos, somos colonizados por una dictadura universal que controla desde lo que hacemos en la cama a lo que hacemos en la escuela, y eso es tan aterrador que no podemos hacer más que hacer la crítica de lo que hacen con nosotros”.

–Pero la educación popular tampoco tiene todavía una teoría propia.

–Es que el mismo Paulo Freire tuvo siempre una dificultad muy grande en decir quién era. Por ejemplo: nunca fue marxista, solamente cuando viejo. En Pedagogía del oprimido utiliza a Mao-Tsé Tung, Marx, Martin Buber, que es un judío conservador, también a autores críticos pero no marxistas. Siempre, en toda su vida, fue muy ecléctico. Y por otra parte, las experiencias de educación popular fueron siempre muy diversas. Yo diría que aunque tuvimos un libro, claro, Pedagogía del oprimido, nunca hubo una única educación popular.

–¿Qué diferencias ve entre lo que fue la educación popular en sus inicios, con Freire, y lo que se hace ahora?

–En los inicios teníamos como horizonte una megameta. En mi juventud, tanto el militante de la iglesia como el del partido comunista en el Frente Amplio tenían el horizonte de la revolución socialista. Trabajábamos con grupos de alfabetización con el método de Paulo Freire, pero eso era el primer paso de algo que se concretaría en un modelo, Cuba, por ejemplo. Yo en aquel tiempo estudiaba psicología y mis compañeros me decían: “La psicología es una ciencia burguesa, la revolución está ahí, no habrá necesidad de psicólogos en un mundo socialista” (se ríe). Por eso dejé todo y me fui a México a estudiar educación comunitaria. Una segunda cuestión es que en aquel tiempo teníamos muchas ideas, muchos proyectos, pero no teníamos un pueblo, es decir, eran tiempos en que, más en Brasil que aquí, la gente del pueblo estaba muy desorganizada, tal vez las pequeñas ligas campesinas en el noreste, algún que otro sindicato… y nada más. Así que queríamos hacer una revolución popular sin pueblo.

–¿Y hoy?

–Tenemos una situación casi opuesta, es decir tenemos una pluralidad de horizontes, y la educación popular es como un gran paraguas que debajo tiene varios paragüitas.

–¿Por ejemplo?

–Bueno, el Instituto Paulo Freire tiene una educación ambiental popular, el Movimiento Sin Tierra tiene una experiencia de escuelas de la Vía Campesina, y una propuesta de educación del campo. Los movimientos de negros que luchan por sus tierras (en Brasil no solo hay una lucha de los indígenas por la tierra) tienen prácticas de movilización que se consideran una modalidad de educación popular. Entonces, no tenemos un horizonte unificado de megametas, sino que tenemos una pluralidad de mediametas, la emancipación de minorías, mayorías, mujeres, homosexuales, lo que sea, los frentes de lucha de los pueblos indígenas…

–¿Qué cambios ha provocado eso en la educación popular?

–La está cambiando. La educación popular no es más la que está escrita en la Pedagogía del oprimido. Tiene ahí sus raíces, pero es toda una pluralidad de experiencias. Nosotros estamos conmemorando cincuentenarios, el del primer encuentro nacional de cultura popular en Brasil, la primera experiencia de Paulo Freire. La pregunta es, después de tantos años de dictadura, movimientos de liberación, colonización neocapitalista, ¿cuál es el rol nuestro? Todavía no tenemos la respuesta, eso es de lo que venimos hablando en encuentros como éste. Vemos que los movimientos están siendo educadores de sí mismos. Los bachilleratos populares, la universidad andina… Es una cosa nueva con respecto a los principios de la educación popular y muy alentadora, muy significativa.

–¿Cree que los educadores populares tienen que trabajar con el Estado?

–Yo tengo una serie de artículos de los años ’70 y ’80 que pido que por favor que no lean (se ríe). Son muy radicales, uno de ellos, muy leído, se llamaba “De la educación fundamental a lo fundamental en la educación”, y establecía una dicotomía entre lo que llamaba la educación del sistema y las educaciones alternativas. Estábamos bajo dictadura, y no veíamos de ninguna manera la posibilidad de una educación popular gubernamental.

Pero de repente, Paulo Freire empieza su vida de educador en una institución empresarial, un servicio de empresarios de la industria. Trabaja ahí nueve años, después empieza a trabajar en la universidad de Recife, y ahí crea su método, luego es contratado por el Ministerio de Educación para trazar una campaña nacional de alfabetización. Luego se dio el golpe militar y se exilió en Chile. Paulo raramente estuvo vinculado con movimientos populares, pero sí con gobiernos populares. Cuando vuelve a Brasil es contratado e invitado para hacer un programa de alfabetización en la alcaldía de San Pablo. Es decir que practicando una educación para la liberación del pueblo, casi siempre trabajó para gobiernos de izquierda.

–Y fue secretario de Educación.

–Pero no estuvo más de seis meses, porque nos confesó “es imposible hacer cualquier trabajo con los militantes del PT”. Eran una patrulla ideológica muy fuerte.

–¿Qué es Rosa Dos Ventos?

–Aquí en Argentina hay núcleos de economía solidaria… Hay experiencias incluso mucho más importantes que en Brasil, como las fábricas recuperadas, que allá no tenemos, las cooperativas, que son mucho más fuertes aquí. Allá tenemos experiencias más pequeñas, algunas cooperativas en el campo, sobre todo en el sur. Yo tengo una finca allá, en una región muy bonita, en la que solo hay sierras y piedras, en el sur de Minas Gerais. Allí creamos Rosa Dos Ventos, una casa abierta, o posada abierta. Es un centro basado en la economía solidaria, y ahí están mis libros y discos, y todo lo que tengo. Es una experiencia muy bonita, que tiene ya 18 años. Me gustaría que eso se multiplicara: crear espacios donde la gente puede encontrarse y compartir vidas, porque hacemos todos juntos. Son unas siete u ocho casitas y es un poco una experiencia de una eco-villa, de esas sí hay muchas en Brasil, condominios de izquierda, grupos que compran una hacienda.

–La revolución en el patio.

–Es la idea de la economía solidaria. Ya que no podemos hacer una revolución socialista, vamos a comer por los fondos al sistema capitalista, vamos a crear experiencias cooperativas, de intercambio, modelos sociales. En Brasil, pocos lo saben, hay cuarenta y tantas monedas en curso. El MST está haciendo en el sur experiencias de agroecología y el mismo gobierno, que está muy condescendiente con el agronegocio, acaba de librar una guerra muy grande para estas experiencias de agricultura familiar y agroecología. Son espacios donde se asocia la lucha por la tierra con la producción verde, con la economía familiar y la agroecología. Experiencias muy esperanzadoras, como pequeñas islas intercomunicadas y libres. Y allí también estamos intentando crear una universidad popular.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-236859-2014-01-02.html

Más notas sobre el tema