Crisis de identidad de la derecha: entre la Biblia y las 50 sombras de Grey – Por G. Arenas, diputado de la UDI
“Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región”
Las declaraciones de la candidata presidencial de la centroderecha, (en su gobierno no se haría nada contrario a la Biblia), no dejaron indiferente a nadie, en especial, porque son el síntoma de una realidad mucho más profunda que afecta a toda la centroderecha en su conjunto: estamos viviendo una verdadera crisis de identidad.
La verdadera avalancha electoral del efecto Bachelet, ha dejado al descubierto esta crisis de identidad que se viene incubando desde que asumimos el gobierno en el 2010. Por primera vez tuvimos que dar cuenta pública de qué significa un gobierno de centroderecha y hay que reconocer que en esa prueba hemos salido al “debe”.
¿Qué es ser hoy día de centroderecha? Después de cuatro años de gobierno, en realidad nadie lo sabe.
Ha surgido la propuesta de una “nueva derecha”, cuyos impulsores la consideran como la gran novedad política del nuevo milenio: liberal en lo valórico, comprometida con la democracia y partidaria de una economía de mercado, pero bien espolvoreada de estatismo. El problema radica en que esa novedad tiene más de 70 años, porque es la descripción casi exacta de la derecha tradicional que se aglutinaba en el histórico Partido Liberal.
A su vez, el invocar la Biblia como argumento de políticas públicas y caer en una postura con aires confesionales, tampoco tiene nada de novedoso, pues es la encarnación del primo hermano del partido liberal, el también histórico Partido Conservador.
Así es como los intentos de la “nueva derecha” y la tentación de una especie de “Tea Party” criollo, no son más que la representación de las dos almas primarias de la centroderecha histórica y tradicional de nuestro país.
Ningún “remix” del Partido Liberal o Conservador tiene futuro en nuestro país y, por tanto, marcar la diferencia en las almas primarias del sector de hace 70 años resulta un error de proporciones.
La identidad de la centroderecha debe lograr incluir una síntesis liberal y conservadora, estableciendo lo que algunos llaman“consensos de contradicción”, es decir, determinar esferas en donde nos respetemos ciertas diferencias, sin utilizarlas como herramienta electoral para obtener una supuesta primacía dentro del sector. Eso sería conformarse solamente con ser “cabeza de ratón”.
Quedarnos en la encrucijada de liberales y conservadores, es una muestra de comodidad y flojera. Son identidades que tienen su pequeño nicho y por tanto resultan cómodas para quien las invoque. Sin embargo, nuestro verdadero desafío como sector político es superar esas identidades primarias de los años 30 y lograr una nueva síntesis, que nazca no de la comodidad o la pelea fácil de quedarse con el “el tercio”, sino que sea fruto de la convicción de qué es lo mejor para la sociedad que queremos construir a futuro.
Este desafío es más profundo que ser conservador o liberal y más drástico que repudiar o defender al gobierno militar. Dice relación con lograr que el ideario de la centroderecha sea compatible con una sociedad no excluyente y efectivamente meritocrática.
La centroderecha tiene muchas deficiencias históricas: su postura frente a las violaciones a los Derechos Humanos; su siempre tambaleante compromiso con la democracia; su carácter meramente defensivo; su tradicional desprecio por lo público y en especial por lo político, pero, en el fondo, nuestro mayor problema de futuro es nuestra incapacidad de generar un “arraigo social” de nuestras ideas y superar lo que Octavio Paz dijo tan acertadamente alguna vez: “La derecha no tiene ideas sino intereses”.