El mayor desafío que enfrenta Bachelet – Por Carlos Hunneus

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La contundente victoria de Michelle Bachelet sobre Evelyn Matthei, con 22 puntos de distancia, superior a la que separó a Sebastián Piñera de Eduardo Frei Ruiz-Tagle el 2009, ha sido opacada por desprolijidad de quienes, en su comando y en los partidos de la Nueva Mayoría, aseguraron que ganaría en primera vuelta. Se dio una sensación de triunfo que la perjudicó, un escenario esperable para políticos con una amplia experiencia electoral que guardaron silencio.

Los dirigentes de la Concertación creyeron que, cambiando de nombre el conglomerado a “Nueva Mayoría” e incorporando al PC, lograrían recuperar la confianza ciudadana gracias a la popularidad de Bachelet, que se traspasaría a sus candidatos al Congreso. No importaría que no se hubiesen renovado, sin tener caras nuevas y nuevas propuestas, ni tampoco el hecho de no estar presente en el movimiento estudiantil, sindical y social. El “fenómeno” Bachelet estaría por encima de toda otra consideración y permitiría seguir avanzando cuatro años más.

El resultado de esa estrategia está a la vista: el continuismo de los rostros y discurso de los candidatos de los partidos de la Concertación tuvo costos para la postulación de la ex mandataria, que le impidió ganar en primera vuelta. Además, los partidos de Nueva Mayoría obtuvieron un débil triunfo en las elecciones a diputado, un 47,73%, superior apenas en 3 puntos respecto de 2009, pero 13 puntos menor que las de 1993 –55% la Concertación y 5% el PC–, que son con las cuales se deben comparar los comicios, pues la derecha estaba tan debilitada como hoy.

La derecha, por el contrario, obtuvo una aplastante derrota en los comicios presidenciales, pero un resultado razonable a nivel parlamentario, 36.17%, idéntico al alcanzado hace 20 años. Los partidos tienen menos debilidades, aunque apenas un mandato presidencial, mientras que la Concertación se desplomó el 2009 después de cuatro gobiernos.

El hecho que haya votado menos del 50% del padrón electoral, el más bajo desde 1988, que convierte a Chile en el número uno en baja participación electoral en América Latina, es una pésima noticia para un país que llegó a la democracia derrotando al dictador en las urnas y debilita a la próxima mandataria, que saldrá elegida, en el mejor de los casos, con el apoyo de un tercio de los electores. Este es un bajo apoyo para llevar adelante reformas indispensables para fortalecer la democracia y lograr que el crecimiento económico “chorree” a todos, y no a una minoría.

El restablecimiento del voto obligatorio es una necesidad ineludible, porque no se puede permanecer indiferente a la caída de la participación, que seguramente ocurrirá en la segunda vuelta del 15 de diciembre. ¿Cuál es el piso de la participación para elegir un Presidente que pueda impulsar reformas? ¿40%, 30%, 20%? ¿Seguiremos esperando, sin hacer nada?

Para iniciar un “nuevo ciclo” se necesita un amplio apoyo ciudadano. En el iniciado en 1990, ello fue posible porque Patricio Aylwin ganó en primera vuelta con el 53% de votos, que representaba el 46,7%  de las personas en edad de votar.

MB obtuvo apenas el 22,6% del padrón.

El debilitamiento de los partidos de la Concertación ha ido acompañado de una personalización de las campañas parlamentarias, en un contexto más amplio de caudillismos de parte de legisladores que durante muchos años han construido redes de poder local y con el gobierno central, con autonomía de los partidos. En las bancadas oficialistas predominarán liderazgos individuales, que harán muy difícil llevar adelante las reformas, como la tributaria, por la baja autonomía de la política respecto del poder económico, con campañas millonarias, no sólo en la Alianza.

Michelle Bachelet, en síntesis, enfrenta un segundo gobierno más difícil que el anterior, con partidos más debilitados y con personalismos más acentuados en las bancadas que la apoyan. Si a esto agregamos que el Congreso se ha fortalecido con las reformas constitucionales desde 1989, la mandataria deberá empeñarse directamente en la tramitación parlamentaria de sus reformas emblemáticas, una labor que los presidentes chilenos han descuidado, a diferencia de los EE.UU., en que los inquilinos de la Casa Blanca se involucran activamente en ello. No bastan los ministros, ni tampoco la acción de los “operadores” que están fuera del gobierno, con sus empresas de consultoría o lobby, guiados por sus intereses de poder y ateniéndose a los intereses de sus clientes, que recurren a ellos, convencidos de ser una vía eficaz para lograr decisiones ventajosas.

Las debilidades del apoyo electoral pueden suplirse con un eficaz liderazgo, negociando con la oposición, especialmente con RN, que ha obtenido un buen resultado. Las principales reformas planteadas en el programa de la Nueva Mayoría no se pueden aprobar sin negociar con la oposición.  No es porque lo exijan las “supramayorías”. Es más que eso. Una nueva Constitución o una reforma en la educación requieren consensos amplios, no se pueden imponer “mayorías fabricadas”, como lo permite el binominal. El debilitamiento de la UDI hará más posible que haya una oposición constructiva y no rígida, como fue hasta el 2010.

A diferencia del deporte, en que jugar de local sería más fácil, en la política es a la inversa: cuesta poco llegar a consensos con el adversario en torno a sus ideas. Por tanto, no se trata de restablecer la “democracia de los acuerdos” del gobierno de Aylwin, en la cual los acuerdos fueron preferentemente en torno a temas de la derecha, sin interpelar al sistema económico, con la radicalización de la privatización del sistema educacional con el “financiamiento compartido” acordado entre el ministerio de Hacienda y la derecha. Se debe buscar un acuerdo con la oposición a partir de las reformas en torno a las propuestas de la Nueva Mayoría.

La presidenta tiene la compleja pero inevitable tarea de convencer al país de la necesidad de las reformas que propone, porque las necesita el país. Ese debería ser el eje de su discurso en la segunda vuelta. El liderazgo presidencial consiste en persuadir a la ciudadanía y a las élites de la conveniencia de apoyar las políticas. Esa tarea de persuasión debiera comenzar en la campaña de la segunda vuelta, dirigiéndose a los votantes de la derecha.

Michelle Bachelet comienza su trabajo como la sexta Presidenta de Chile después de Pinochet ahora y no el 11 de marzo. El resultado de la segunda vuelta es irrelevante, porque está decidida la composición del Congreso y, además, en una elección presidencial con ballotage, el apoyo efectivo del mandatario es el de la primera vuelta.

Y los partidos de la Concertación debieran desde ya comenzar con su renovación, corrigiendo los errores, para ayudar a que Michelle Bachelet tenga un gran gobierno. Sus viejos estandartes deben dar un paso al lado a favor de los jóvenes, muchos de los cuales fueron derrotados por políticos con “más experiencia”. El PC les da una lección: “un tercio” de su bancada en la cámara fueron presidentes de federaciones estudiantiles. Los partidos de la Concertación deben involucrarse en el movimiento estudiantil, sindical y social.

http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/11/19/el-mayor-desafio-que-enfrenta-de-bachelet/

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