Desafíos del ganador – Por Periódico El Libertador
Nunca antes como ahora tanto pueblo hondureño se ha mostrado resuelto a revertir su trágica vida; ocurre después de siglos, al haberse acumulado una historia amoral; tan dura, que hace ver trivial el Viacrucis de Jesús o un relato nada sorprendente el inframundo infernal imaginado alguna vez por Dante en la Divina Comedia.
La mayor traba a este proyecto es una clase económica-política peligrosa para la seguridad nacional, acostumbrada a vivir de los recursos públicos que en los últimos treinta años le permitieron acumular treinta billones de dólares; esta élite creció bajo la tutela irresponsable del Estado neoliberal, al que ahora domina, y fuera de ese modelo no halla cómo mantener sus negocios y alimentar sus capitales. Por eso es nociva y ataca la exigencia de un nuevo pacto en las relaciones de poder y riqueza en el país.
El candidato presidencial ganador de las elecciones del 24 de noviembre ya no tiene maniobra en el engaño, excepto, que quiera alcanzar el desprecio cuando reprima sin cuartel, el descontento de quienes lo hicieron gobierno y, al final, cargar con el costo de la lucha por la existencia que irá brotando en un pueblo sin salida, cercado por la muerte, el hambre y la traición.
Honduras es una de las naciones del continente americano con los peores indicadores sociales y económicos. Está harto demostrado en cientos de estudios, conocidos por todos los gobiernos, lo que ha faltado es voluntad para erradicar los males.
Una reseña breve del país indica que el hambre infantil crónica afecta a más de 300 mil menores de cinco años, y en la capital seis mil niños y niñas viven en la calle.
Más tres millones de hondureños están muriendo por indigencia, y otros dos millones arrastran problemas de empleo. La violencia aporta su increíble cuota, Honduras exhibe una tasa mundial de homicidios de 85 por cada cien mil habitantes.
La crisis inquieta en todo campo, alrededor de 200 mujeres fallecen cada año por dificultad en el parto, esta insólita cifra de mortalidad materna la registran países muy empobrecidos.
La superioridad de Honduras avasalla en ordinario, primer lugar en corrupción en América Central y el cuarto en América Latina. Habitamos una de las naciones que puntea el ranking de injusticia, el 80 por ciento de nuestra población, unos siete millones son pobres y miserables, pero también tenemos 215 personas parecidas a sultanes y emires.
Tanto, que el 12 por ciento de la población más rica del país absorbe el 75 por ciento del total del consumo nacional de bienes y servicios. Apenas el cinco por ciento de la población puede costearse viajes fuera del país, y sólo uno de cada siete jóvenes que sale de secundaria entra a la universidad. El promedio de escolaridad del pueblo es bajísima, se queda en primaria. El 40 por ciento de trabajadores gana menos de 900 lempiras mensuales.
Aparte de sueldos precarios y devaluación del lempira, a la gran empresa también la favorece no pagar impuestos, porque los evade, los traslada a los consumidores o el Estado la exonera de pagarlos y pasa la carga a la pequeña y mediana empresa.
El Estado hondureño ha creado una burlesca rueda de la suerte que invierte 18 lempiras diarios por niño, y perdona unos 30 mil millones de lempiras anuales en impuestos a un incompetente grupo de empresarios. Haciendo nuestras las palabras de Whitman afirmamos: hoy, los hondureños somos fantasmas cantándole al terror.