El fracaso de la revolución en Granada y sus enseñanzas – Por Julio Fornelli
El 13 de marzo se cumplió un nuevo aniversario de la revolución granadina de 1979, encabezada por un reducido grupo de militantes que se hicieron del poder de esta pequeña isla del caribe y emprendieron un original proceso de transformación social con perspectivas socialistas. El impulso de las manifestaciones culturales locales contra las condicionalidades externas, la expansión de la educación popular bajo los métodos pedagógicos liberadores, la construcción de una economía sustentable y autogobernada fueron los ejes sobre los que se intentó en solo 4 años consolidar un proceso de transformación social que junto con la revolución sandinista abrían un nuevo proceso en el caribe y toda Latinoamérica. Las promesas de ambas revoluciones de garantizar una apertura democrática, que cortaba de cuajo con sendas dictaduras de Somoza y Gairy, eran receptadas por los sectores populares con gran esperanza.
Los problemas inherentes al desarrollo económico en los países dependientes y en estos dos casos en naciones pobres y con una estructura industrial prácticamente inexistente, no dejaban de condicionar, las aspiraciones liberadoras de esos socialistas que soñaban con sentar las bases de un régimen sostenible en el tiempo.
La solidaridad de la revolución Cubana se hacía presente en Granada con la construcción de un aeropuerto moderno que le permitiera a la pequeña isla un flujo mayor de comercio y el impulso del turismo que le daría al Estado los recursos necesarios para sostener la inversión estructural y social que los postulados de la revolución proponían.
El líder popular granadino Maurice Bishop era conciente del equilibrio que debía lograr entre las posibilidades materiales concretas, siempre atrasadas con respecto a las aspiraciones transformadoras y las ínfulas discursivas revolucionarias, de quienes confundían sueños con realidad.
El partido revolucionario, la Nueva Joya de Granada, se enfrascó en debates estériles, en cuyo reducido ámbito ganaron espacio personas sectarias encabezadas por Bernard Coard, que llevaron el debate hacia posiciones sin retorno, equivocadas pues no eran consistentes en el marco de la guerra fría, de las condiciones internas precarias en la isla y las dificultades para el desarrollo económico propio en una sociedad minúscula y pobre del caribe.
Los intentos de Bishop de atraer la atención de las naciones mundiales, de mantener relaciones internacionales con una mirada amplia y de avanzar sobre pies sólidos choco contra actitudes stalinistas que querían hacerse con el poder, como lo terminaron haciendo, nada más y nada menos que asesinando al propio Bishop. Era lo que necesitaba la CIA para justificar una invasión que se concretó en octubre de 1983 y terminar en un trámite sencillo con esta experiencia de transformación social inédita.
Los errores propios deben buscarse, quizás, en la incapacidad para movilizar al pueblo y consolidar instituciones de participación política que le dieran solidez al proceso y en relación a esto aislar al MNJ y mantenerlo en un círculo cerrado sobre sí mismo. Muy pocas personas tenían el timón del barco en sus manos y cuando el sectarismo se ensaño, ya era poco lo que se podía hacer. La desesperación de Bishop ante la traición de sus camaradas era la muestra de una forma de concebir la organización partidaria y la lucha por la transformación social que fracasaba en el resto del mundo. La lección de Granada es aleccionadora en este momento donde la izquierda gobierna en la región, desde otras coordenadas, más democráticas y plurales aunque igual de complejas. El liderazgo de Bishop debe ser rescatado como ejemplo de tolerancia y amplia visión histórica.
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