5 de Octubre: alegría tardía es rabia y urgencia – Por Patricia Politzer

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Fue una jornada larga, larguísima, con múltiples emociones hasta culminar en la madrugada, llevándose a casa la portada del Diario La Época —“Amplio Triunfo del No”— como para asegurar que esto no era un sueño sino realidad pura y dura. Habría que esperar todavía una semana —sin que hubiera marcha atrás- para que aflorara el humor de Alberto Gato Gamboa con su inolvidable titular en Fortín Mapocho: “Corrió solo y llegó segundo”.

El triunfo de ese NO rotundo no fue cosa de un mes, de una franja televisiva, ni de un puñado de iluminados. Fue la culminación de un conjunto de actos más o menos heroicos que comenzaron el mismo día del Golpe. Son miles de hombres y mujeres que de infinitas maneras aportaron a la resistencia contra una dictadura sanguinaria. Al cumplirse 25 años del plebiscito que impidió que el dictador se mantuviera en el poder, es hora de ampliar la mirada y reconocer la grandeza moral de muchos compatriotas anónimos.

Algunos pasaron inmediatamente a la clandestinidad para reorganizar sus partidos y reemplazar a sus dirigentes muertos, encarcelados, exiliados o escondidos. Otros acudieron al llamado de las iglesias y se integraron al Comité Pro Paz y luego a la Vicaría de la Solidaridad, dispuestos a trabajar por el prójimo en peligro, a sabiendas que esta labor podría costarles la vida. Durante los primeros meses en las oficinas de calle Santa Mónica, cada mañana se contaba cuántos eran para detectar si alguien faltaba…

Ollas comunes en las poblaciones, talleres de arpilleras, organizaciones sindicales, profesionales y estudiantiles fueron armándose poco a poco para apoyarse, sobrevivir, resistir e intentar terminar con la dictadura. Los menos optaron por el camino violento, la mayoría por la resistencia pacífica, logrando que cada día fueran más los que participaban en las acciones contra Pinochet. Había que superar el terror, la tristeza, el cansancio y, sobre todo, aferrarse a la ilusión de ser capaz de derrotar al poder cívico-militar y al poder económico, unidos en el gobierno.

Si bien al conmemorarse los 40 años del Golpe se reivindicó como nunca antes a las víctimas del horror, quedó pendiente el homenaje a esas miles de personas que jamás olvidaron los valores democráticos, la utopía del ex Presidente Allende, la idea de una sociedad más libre, más igualitaria, justa y generosa. Son innumerables las organizaciones que merecen ese reconocimiento como la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas —FASIC—, el Grupo de los 24, Mujeres por la Vida o el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, que desde 1983 denunció mes a mes las cárceles secretas. También aquellos pocos medios de comunicación, cuyos periodistas nunca dejaron de informar, buscando la verdad sin rendirse cómodamente antes las versiones oficiales.

Bien entrada la década del 80, fue creciendo el liderazgo de aquellos dirigentes que —en acto de osadía política— decidieron validar ese camino espurio que era el plebiscito inventado por la derecha gobernante. Millones se inscribieron en los registros electorales y miles se capacitaron como apoderados para cuidar cada voto e impedir el fraude. Así ganó el NO, después de 16 años de resistencia activa. La euforia fue total.

Pero luego vino el realismo, el pragmatismo, la negociación, el calabaza calabaza para los movimientos sociales, el descubrir que el miedo seguía allí, que Pinochet no sólo mantenía el poder de las armas y su colusión con los civiles golpistas sino que, además, era invitado a las cenas oficiales del gobierno democrático como un señor decente. Todo esto empañó la alegría que debía llegar.

¿Qué significaba que llegara la alegría? Supongo que la mayoría —ingenua quizás— imaginaba una nueva constitución con un régimen político democrático, sin binominal, sin senadores designados, sin Consejo de Seguridad Nacional; una revisión de la privatización de empresas públicas, las Isapre y las AFP; el procesamiento de los agentes de la DINA y la CNI para saber la verdad y hacer justicia; nuevas leyes laborales y una sociedad civil con espacios de participación efectivos.

Todo esto fue pasando lenta, muy lentamente. Recién 25 años después de ese épico 5 de octubre, empezamos a vivir ese sueño de manera más plena.

Quizás era necesario que pasaran 40 años desde el golpe militar. Ese número cabalístico indica un tiempo de prueba y reconversión. El diluvio duró 40 días y 40 noches, 40 años anduvo del pueblo judío en el desierto, 40 días predicó Jesús entre los hombres después de su resurrección. Cuatro décadas son dos generaciones, es quizás el tiempo necesario para que los nietos no sientan la necesidad de cargar con la mochila de sus abuelos.

Alemania recién debatió abierta y masivamente sobre el nazismo en enero de 1979, cuando se estrenó la serie televisiva “Holocausto”. Francisco Franco murió en 1975, y los españoles comenzaron recién hace unos años a revisitar su dictadura. En Chile, los movimientos sociales, especialmente los jóvenes, invadieron las calles sin temor para exigir sus derechos. Y, en la otra vereda, una nueva generación de dirigentes quiere romper definitivamente los lazos pinochetistas y crear una nueva derecha, liderada —por ahora— por el Presidente Piñera.

Al cumplirse 25 años del plebiscito, la alegría tardía se vive como frustración, rabia y urgencia. La conmemoración de los 40 años del Golpe parece marcar definitivamente el comienzo de una nueva etapa. Hacer sentir esta transformación es el desafío del próximo gobierno.

La memoria no es asunto del pasado sino del presente para determinar el futuro. Por eso, es indispensable reivindicar este plebiscito como realmente ocurrió: con todos sus actores. Para muchos —me incluyo— fue el día más feliz de sus vidas.

http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/10/04/5-de-octubre-alegria-tardia-es-rabia-y-urgencia/

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