Jacobo Árbenz, cien años – Por Virgilio Álvarez Aragón
El 14 de septiembre, Jacobo Árbenz Guzmán estaría cumpliendo cien años. Ningún otro presidente del país marcó tanto nuestra historia como este militar que, a los 31 años participó en el levantamiento que trajo por tierra al gobierno dictatorial de Ponce Vaides y con apenas 37 llegó a la Presidencia de la República. Su nombre y figura se han utilizado para dividir al país, a pesar de que una de sus principales metas fue construir un país vivible y disfrutable para todos. Fue por proponer “luchar por desarrollar las posibilidades industriales del país (…) aumentar la capacidad de compra de los hombres del campo”, que se le acusó de comunista, porque para lograr esos objetivos consideraba que las tierras públicas y privadas que no estaban produciendo podían y debían ser distribuidas entre los que no tenían tierra, pagándose lo legalemente establecido a los propietarios privados.
Inmersos en la disputa crucial de la guerra fría, los terratenientes recientemente enriquecidos –a finales del siglo XIX– con el reparto de las tierras que anteriormente habían sido de la Iglesia Católica o de algunos conservadores, vieron en ello el demonio del comunismo, ideología y concepción que aún ahora sus descendientes detestan y abominan sin siquiera entender y con la que etiquetan a todo aquel que, aún promoviendo el capitalismo como lo hacía Árbenz, busque alternativas que permitan a los secularmente empobrecidos “comprar más, consumir más” y así vivir un poco mejor.
Los propósitos de la Revolución de 1944 unieron por única y corta vez a demócratas de derecha y de izquierda y, en el gobierno de Juan José Arévalo, los primeros tuvieron espacios. Sin embargo, en las elecciones de 1950, la derecha conservadora, desde entonces fuertemente infiltrada por el fascismo, polarizó el proceso, inhibiendo y marginando a la derecha democrática que, desde entonces, apenas si ha tenido algunos repuntes cuando la DC, de Cerezo; el PAN, de Arzú, o la UNE, de Colom, llegaron al poder. Sin embargo, el desarrollo del capitalismo no se ha logrado, a pesar de que, como lo propuso Árbenz en su momento, lo importante es ampliar la masa de propietarios, así como “atender y mejorar las carreteras (…) convirtiéndolas todas en carreteras modernas, (…) ayudar a los finqueros a expeditar el transporte de sus productos”.
Perseguido impunemente, su exilio fue un ir y venir por distintos países del continente, siendo siempre acosado, calumniado y atacado por los servicios secretos norteamericanos que se compraron la idea de que era una amenaza para el capitalismo en la región. Sin embargo, siendo un convencido de la urgente necesidad de cambios económicos y políticos en el país, no apoyó las luchas guerrilleras, considerando siempre que era a través de la lucha democrática que esos cambios podrían ser logrados.
Con motivo de su centenario, varias organizaciones e instituciones se dieron a la tarea de revitalizar la discusión sobre sus aportes y sus luchas, sobre su persecución y padecimientos. Conciertos de la Estudiantina de la Usac en Quetzaltenando, mesas redondas en la Biblioteca nacional y en la Usac son algunos de esos actos.
Este miércoles 11, a las 17:00 horas, en el Salón Mayor de la Usac, se discutirá el libro Bajo vigilancia, la CIA, la policía uruguaya y el exilio de Jacobo Árbenz, del historiador uruguayo Roberto García Ferreira, y se presentará la revista Árbenz, la Palabra viva”, de Óscar Peláez, documento de una magnífica calidad documental y gráfica, de la que hemos extraído, precisamente, las frases de Jacobo Árbenz aquí citadas, y que definitivamente será de ahora en adelante un documento indispensable para entender al expresidente.
El jueves 12, a las 11:00 horas, se presentará en Flacso el nuevo libro de García Ferreira,Operaciones en contra: La CIA y el exilio de Jacobo Árbenz, en el que luego de una exhaustiva investigación en Uruguay, Brasil, México y Cuba nos muestra las evidencias de todo el entramado de persecución y ataque que la supuesta inteligencia norteamericana organizó contra Jacobo Árbenz durante el resto de su vida. Este libro que también resulta indispensable para entender no solo la figura de Árbenz, sino la inquina gratuita que la gran potencia tuvo siempre en contra suya y, en consecuencia, contra todos los que no han apoyado el fascismo con ropajes de democracia que desde 1950 han impulsado.
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