El Mercurio, sus compinches y la impunidad mediática durante la dictadura de Pinochet

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El Mercurio, su propietario, directivos y periodistas fueron promotores y partícipes de una campaña de deshumanización del oponente o enemigo político durante al menos seis años a partir de septiembre 1973.

Conviene plantear a la luz de lo sucedido estos últimos años que los periodistas y las empresas que los emplean no deben ser considerados como comentadores neutros sino como actores comprometidos, portadores de intereses específicos y visiones del mundo particulares. Es una conclusión de los estudios acerca de los medios.

Hay pruebas acerca de las responsabilidades de El Mercurio. Estas nunca son abordadas en la esfera pública de debates, en la cual el mismo periódico de Agustín Edwards es un actor clave.

En su tiempo, Pinochet, El Mercurio y Jaime Guzmán, junto con los “Chicago boys” Carlos Cáceres y José Piñera (por citar sólo algunos nombres de los tecnócratas neoliberales) formaron parte de una trenza de poder mediático-cívico-militar que aplastó primero la democracia en Chile, usurpó luego su soberanía política y preparó sin reparos el asalto a la economía para, durante los primeros años del régimen dictatorial, entregarle el poder económico a algunos conglomerados e individuos (1). Una burguesía, que en palabras de David Harvey, practicó la acumulación de capital por el método de la desposesión o expropiación de bienes sociales y comunes. Un asalto a mano armada contra lo común y lo social. Es el insoslayable contexto y marcador histórico.

El Mercurio: impera, pero no necesita gobernar

Sin embargo, El Mercurio nunca ha pedido perdón al pueblo de Chile por haber, de manera artera y en situación de poder, instigado a la violencia política como método de resolución de conflictos durante el gobierno democrático del Presidente Salvador Allende. Tampoco lo hará por haber, como medio de prensa, con influencia social y política en la llamada opinión pública, contribuido a crear con sus titulares e «informaciones» un clima de terror y persecución ideológica-política en el cual la Dictadura cívico-militar de Pinochet tuvo las manos libres para secuestrar, desaparecer, asesinar y torturar ciudadanos y ciudadanas.

Al que le gusta hacerse llamar el «Decano de la prensa chilena» se le podría aplicar hasta hoy la frase acuñada por el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger en los 70. En un estudio acerca del periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung el pensador europeo escribía: “Danza con elegancia por encima de los huevos como si no quebrara ninguno”.

El Mercurio ocultó la verdad, mintió por omisión y de concierto con altas autoridades de una potencia extranjera (los EE.UU) conspiró con el fin de crear las condiciones políticas y subjetivas para romper con el orden constitucional vigente en 1973. Esto es una evidencia histórica.

Según el destacado investigador y académico estadounidense Peter Kornbluh, autor del libro “El Expediente Pinochet”, Henry Kissinger (el Secretario de Estado de Richard Nixon) y Agustín Edwards deberían reunirse y dar una disculpa juntos”. “La evidencia es clara —añade el responsable de la sección correspondiente a Chile de la National Security Archive— Agustín Edwards fue una de las personas más involucradas como conspirador y colaborador de la CIA y los militares. Tenemos los documentos desclasificados para probarlo”.

Cerca nuestro, Natalia Arcos, historiadora del arte y demócrata de convicciones, renunció el 24 de abril pasado a su cargo de directora de ARTV. No aceptó que se censurara de su programación el film «El diario de Agustín» de Ignacio Agüero y Fernando Villagrán, el cual narra la historia de Agustín Edwards, El Mercurio y su complicidad en las violaciones a los derechos humanos durante el régimen de Pinochet.

Natalia Arcos sostuvo con temple, en su momento, que Luis Venegas, propietario de la señal ARTV le comunicó “encolerizado” y “a gritos” que el documental no se mostraría debido a lo delicado de su contenido. El brazo de El Mercurio es largo y sus cómplices sumisos y expeditivos.

Así y todo el diario de los Edwards sigue presentándose día tras día como un periódico serio destinado a un público culto. Colgado en los quioscos se le lee la ambición de ser un diario de “referencia” como lo sonThe New York Times, Le Monde, Le Devoir, Los Angeles Times (2). En las páginas editoriales de El Mercurio escriben plumas de la upper class que distilan su propia ideología pro capitalista liberal, de orden y conservadora. Allí libran a su manera la lucha ideológica, elemento inseparable de la lucha de clases en la cual son eximios. Banqueros, mánagers y economistas neoliberales, filósofos del Opus Dei y de la PUC que huelen a naftalina defienden en sus páginas la naturaleza “egoísta, competitiva y belicosa de la criatura humana”. Por supuesto los hay liberales, más posmodernos, seguidores de las escuelas “libertarias” del capitalismo, además de políticos oficialistas y neoconcertacionistas que han contribuido a construir el poder mercurial (E. Tironi) siempre listos para encontrar fórmulas de «convivencia» en el respeto de los sacro santos principios de la libertad de empresa y de la inviolabilidad de la propiedad privada.

Cabe la siguiente hipótesis que no es desconocida por las «blancas palomas» que siguen escribiendo columnas en El Mercurio y poniéndose en la foto con su propietario: si El Mercurio hubiera editorializado durante los meses siguientes al golpe cívico militar del 11 de septiembre de 1973 acerca de la magnitud del Terror y la Barbarie que estaban ocurriendo en Chile, otra cosa hubiera sido para el presente y futuro del país. Quizás hasta pudiera haber «reconciliación»… Si se hubieran reporteado de manera “profesional” las desapariciones y las torturas y si se hubiera dado credibilidad oportuna a las denuncias de los familiares, los mismos jueces no hubieran curvado tanto la espalda y hecho oídos sordos al clamor del rumor ciudadano de la época.

Si se le aplica a El Mercurio la misma norma que a los otros poderes que colaboraron con el fascismo pinochetista, habría que actuar en consecuencia. Impresiona el doble estándar y la indulgencia de muchos con el medio en cuestión. En parte, se debe a la capacidad mimética y estrategias de los medios dominantes, pero también a la falta de educación en la crítica de los medios. Un tipo de analfabetismo del cual adolecen intelectuales y élites que se consideran “educadas” y que hay que diferenciar del sentido común o del instinto de clase de las clases subalternas y movimientos sociales antineoliberales. Ahí donde estas no se equivocan los medios universitarios se enredan en sus prejuicios favorables a los medios dominantes y a la ideología de la “libertad de prensa”.

Si la figura de crimen de lesa democracia y ciudadanía existiera (habría que construirla a fuerza de lucha de ideas), El Mercurio, sus directores, periodistas y propietarios tendrían que ser juzgados. Se necesitaba algo simple y elemental como medio influyente: respetar los imperativos de la libertad de informar y su contraparte, el derecho ciudadano de estar bien informado, aún durante una dictadura. Ni siquiera hubiera sido necesario un código ético o de deontología que dejara claramente establecido que un medio cualquiera o que aspira a ser de «referencia» debe optar por el respeto y la defensa de los Derechos Humanos (2). Lo que nunca hizo el diario de los Edwards.

Pura ficción. ¡Cómo le vamos a pedir peras al olmo! Como lo acabamos de ver era imposible que El Mercurioasumiera un rol de mediador democrático porque tal como lo demuestran las investigaciones su propietario era un actor clave en la conjura junto con Kissinger, Nixon y Cia para derrocar al presidente legítimamente electo de Chile en septiembre de 1970.

El Mercurio: semiología de la imagen y complicidades

A decir verdad, no nos preocupa que El Mercurio y sus satélites impresos asuman o no sus responsabilidades como actores políticos à part entière en la fractura política que dividió al país y el papel que les correspondió en la construcción del enemigo al punto de deshumanizarlo y transformarlo en «ratas». Lo que nos interesa es mostrar la espiral de silencio cotidiana en torno a las estratagemas de El Mercurio, para que, pese a las críticas actuales, siga estando por encima de toda sospecha con respecto a su papel de instrumento incitador a las más brutales violencias cometidas por un régimen político de dictadura y que apoyó sin titubeos implantar de manera totalitaria un modelo económico neoliberal.

Ya es tiempo de mostrar su juego y revelar no sólo los poderosos intereses que se esconden detrás de La Empresa Periodística El Mercurio (archiconocidos), sino que lo que es más importante para una esfera pública no contaminada, poner en evidencia la actitud cínica de quienes escriben en él como columnistas, aceptan las entrevistas de sus periodistas y dejan publicar sus fotos. Algunos para confundir y otros para distorsionar la historia y eludir sus responsabilidades.

Un ejemplo contundente. El domingo 1 de septiembre recién pasado, en la página D 15 de la sección Reportajes, El Mercurio presenta una entrevista realizada por uno de sus periodistas a Oscar Guillermo Garretón, ex Subsecretario de economía del Presidente Allende. En la página hay en total 7 imágenes (demasiadas: debe ser para significar ese “algo” construido o plus de significación; los medios de referencia utilizan pocas). Las tres fotos alineadas en la parte superior corresponden al período de la Unidad Popular donde las dos primeras lo representan como dirigente y militante de la UP y del Mapu. En la tercera es un joven y elegante funcionario del Gobierno del Presdiente Allende. Las otras, en vertical, son en posdictadura y lo muestran con jerarcas concertacionistas, el Rey de España y en otra sonriente y caminando con Michelle Bachelet. En la cuarta foto de izquierda a derecha, puesta en horizontal y rompiendo con la lógica de las otras imágenes, se ve la portada de El Mercurio de los primeros días de la feroz represión del 73. Allí, Oscar G. Garretón aparece junto a otros políticos “buscados”, (flanqueado con la fotografía de Miguel Enríquez . El Mercurio titula “Ubicar y detener”. Justo al lado, y con toda la carga de violencia de ese pasado puede leerse “Arsenal Descubrieron En Lota”. Escalofriante. El vínculo es claro entre “los buscados” y las armas ocultas.

En efecto, El Mercurio no reniega hoy de su pasado. Muestra orgulloso su historia de colaboración con la dictadura pinochetista en la persecución de dirigentes de Izquierda, desatando no sólo una caza de brujas sino creando las condiciones mentales para deshumanizar al perseguido facilitando así las peores violaciones de los derechos cívicos que conozca la historia.

El Mercurio, sin distancia autocrítica ni comentario alguno trae el pasado de sus en archivos con esa imagen de su primera página que rompe con la lógica de la justicia hasta ese momento imperante en democracia y que en el presente le sirve para justificar el proceder que tuvo. En un montaje de fotos y texto, con la entrevista de un ex perseguido, El Mercurio se auto redime y justifica por el montaje de construcción de sentido. Así se auto refiere a sí mismo para construir SU historia y de paso se afirma como medio. “Soy la transparencia de lo que pasó”. Lo hace sin profundizar. Aquí la historia es lisa y llana. “Lo dice el diario”, El Mercurio”. Con la legitimidad otorgada por el mismo “buscado” Oscar Guillermo Garretón que quiere expiar sus culpas en las páginas del mismo El Mercurio del 73, cuando éste era el brazo propagandístico de Pinochet. El diario que hoy continúa dando su versión de los acontecimientos y portándose como un períodico que da cabida a antiguos perseguidos.

Maniobra de lavado de imagen recíproca. Dudamos con razones que a Garretón y a los otros se les “buscara” para ser juzgados en un juicio imparcial.

¡Pero si esa imagen de El Mercurio (sería bueno saber quién la diagramó, si el mismo diario o los militares) donde “se busca” es la misma del afiche de la película de los cineastas Ignacio Agüero y Fernando Villagrán!

El mensaje del medio sólo puede ser uno: “estoy por encima de la ley y de la ética.”

Un último botón de muestra son las columnas de Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales (UDP). El opinólogo dominical acaba de escribir una carta a El Mercurio contra Jaime Guzmán. Cabe hacerlo, pero éste ya fue juzgado por la Historia intelectual como mentor ideológico de la dictadura y de su Constitución aún imperante. No así El Mercurio. En las columnas escritas en el mismo El Mercurio, Carlos Peña da cátedra de ética kantiana. Es consciente entonces que según prescriben los imperativos morales de Emmanuel Kant, los seres humanos o personas deben ser tratados en su dignidad como fines en sí mismos y nunca como medios o instrumentos. Fue la regla violada sistemáticamente — junto con otras más evidentes— por el poderoso medio de Agustín Edwards.

El rector de la UDP, que se considera un adepto de la filosofía del actuar democrático y comunicacional de Jürgen Habermas, también sabe que el filósofo de la argumentación en la esfera pública condenó sin ambages la prensa alemana conservadora cuando intentó justificar las políticas autoritarias y los crímenes nazis. J. Habermas no sería tan angelical ni naïf como para creer que en Chile existe una real esfera pública de intercambio de argumentos, a la cual Peña apela para debatir acerca del papel des fascista Guzmán. La esfera pública chilena, según los criterios propios de Habermas, está ocupada y usurpada por los medios de prensa dominante que impiden debates democráticos allí donde la capacidad de argumentar debe ser el único criterio que define a un ciudadano.

¿Escribiría Carlos Peña una columna dominical en El Mercurio donde hubiera una crítica abierta al papel de El Decano y de su propietario durante la dictadura?

¿Aceptaría publicarla El Mercurio?

(1) Con la complicidad política de eminentes políticos de la derecha y de la DC tales como Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y Andrés Zaldívar.

(2) acerca de los criterios para definir un “cotidiano de referencia”, John C. Merrill, profesor de Periodismo de la U de Columbia (Missouri) plantea que debe ser “un defensor de los DD.HH”. en les Cahiers du journalisme, no. 7, 2000.

Leopoldo Lavín Mujica. B.A en Philosophie et journalisme y M.A. en Communication publique de l’Université Laval, Québec, Canadá. Miembro de la Association canadienne de communication.

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