La sumisión a las botas militares: ¿segunda piel nacional? – Por Lilian Soto

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Impresionante. Sin más que un puñado de voces en contra, el Parlamento de nuestro país selló su perfil autoritario rompiendo el equilibrio de poderes y violando la Constitución Nacional. Otorgar al presidente de la República la facultad de utilizar las Fuerzas Armadas según su juzgamiento subjetivo de posibles “amenazas” y habilitar su actuación para la seguridad interna, no implica otra cosa que abdicar del balance  indispensable para una democracia, haciendo caso omiso del artículo 173 de la Constitución Nacional (1). Con esa abdicación se somete a nuestra población, una vez más, a las botas militares.

Sin siquiera un debate público y con la misma rapidez meteórica que caracterizó el derrocamiento de Fernando Lugo en junio de 2012, quienes debieron representar al pueblo decidieron renunciar a la división y el control mutuo de poderes y permitir el uso  monopólico de las armas de manera discrecional al Poder Ejecutivo. La lógica del “enemigo interno”, argumento fundante de los sistemas autoritarios, fue la excusa para permitir la actuación militar contra la población paraguaya.

Es difícil entender lo poco que algunos pueblos aprendemos de la historia. De la nuestra y de la de toda Sudamérica. Si hubiésemos aprendido algo sabríamos, por ejemplo, que en Uruguay el mismo Parlamento que fue disuelto en junio de 1973, y que vivió la humillación del ingreso al recinto de las FF.AA., había apoyado el autoritarismo hasta que se convirtió en un obstáculo a los planes del Poder Ejecutivo y de las FF.AA. El resultado:Juan María Bordaberry -presidente en ese momento- disolvió el Congreso e instaló una dictadura militar que duró hasta 1983, con un resultado de alrededor de 400 personas muertas y desaparecidas.

El año 1973 fue también aciago para Chile. Los militares derrocaron al gobierno socialista de Salvador Allendeel 11 de setiembre de ese año e instalaron la cruenta dictadura militar chilena, que acabó en 1990 dejando un saldo de más de 3.000 muertes y desapariciones. Tres años después del fatídico 1973, el 24 de marzo de 1976, los militares derrocaron a Estela Martínez de Perón e instalaron la Junta de Comandantes que estableció la sangrienta dictadura argentina. Ésta acabó en 1985 y dejó como saldo más de 30.000 personas muertas y desaparecidas de acuerdo a los organismos de lucha por los derechos humanos de ese país. Brasil y nuestro país ya habían iniciado antes su era de terror a manos del Estado. En marzo de 1964, tras derrocar al presidente Joao Goulart, se inició la dictadura militar brasileña que culminó en 1985, dejando 500 muertos y desaparecidos reconocidos hasta hoy.

Nuestro país ostenta el vergonzoso record de haber sufrido la dictadura militar más larga de la región. En 1954,Alfredo Stroessner derrocó al presidente Federico Chávez (de su propio partido) e instaló la dictadura militar que duró hasta 1989, con su secuela de muertes, desapariciones, torturas y exilios forzados.

Pero a diferencia de los demás países de Sudamérica, que se libraron de las dictaduras militares después de mucha lucha, mucho sufrimiento y mucho dolor, aprendiendo la lección de mantener a las FF.AA. en su sitio, las secuelas de la dictadura en Paraguay nos ponen hoy nuevamente a expensas de los abusos militares, y de manos de un Parlamento sumiso e irresponsable. Sobre tablas, casi sin debate, 29 senadores habilitaron la posibilidad de una nueva dictadura militar en Paraguay. El Parlamento paraguayo culminó así el trabajo iniciado por su antecesor en junio del año pasado cuando empezó a soltar a los monstruos autoritarios, esos que empezaron a regocijarse con la persecución ideológica, con la oposición a la lucha por los DDHH, con el intento de coartar la libertad de expresión. Hoy, proveyéndole de armas, los/as congresistas dejaron salir a la jauría completa.

La incapacidad de analizar lo que implica haber habilitado a las FF.AA. a actuar contra la población civil hace que la gente aplauda a quienes pueden ser sus verdugos. O quizás lo que estamos viviendo es en realidad efecto de esa segunda piel que recubre a una buena parte de la población paraguaya: la piel de la sumisión, de la subordinación, de la resignación. Esa piel de la que hay que desembarazarse para construir una sociedad libre e igualitaria, sin botas militares que nos marquen el paso. O peor aún, que nos aplasten.

[1] Art. 173 CN: De las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas constituyen una institución nacional que será organizada con carácter permanente, profesional, no deliberante, obediente, subordinada a los poderes del estado y sujeta a las disposiciones de esta Constitución y las leyes. Su misión es la de custodiar la integridad territorial y l de defender a las autoridades legítimamente constituidas, conforme con esta Constitución y las leyes. Su organización y sus efectivos serán determinados por la ley. los militares en servicio activo ajustarán su desempeño a las leyes y reglamentos, y no podrán afiliarse a partido o movimiento político algunos, ni realizar ningún tipo de actividad política.

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