La peligrosa soledad del presidente – Por Fernando Tuesta Soldevilla
Se terminó el segundo año de gobierno del presidente Ollanta Humala y los resultados son preocupantes. La sensación de un mandatario aislado y ensimismado en su pequeño círculo de poder, se acrecienta. El discurso de 28 de julio es una muestra de esta afirmación.
Mientras en la calle se canalizaba la suma de demandas e insatisfacciones, un presidente sin reacción y sin bríos se dirigía al Congreso con un discurso atemporal, fuera de contexto. El jefe de Estado, que en campaña había captado a ese mismo sector que hoy lo cuestiona, ha perdido esa necesaria conexión, puesto que, una adecuada lectura y reacción de los hechos se exige de un gobernante.
Hasta ahora, la única transformación que hemos visto, es la de él. Si el pragmatismo ha sido el estilo de Ollanta Humala, contrario al chavismo que muchos anunciaron, su práctica sin un norte, resulta siendo ineficaz y peligrosa. Lo es, porque bregar con zigzagueos lo ha limitado en crear aliados políticos y lealtades ciudadanas. Si al inicio de su gobierno se apoyó en la izquierda en lo político y en la derecha en lo económico, no logró conjugar sus esfuerzos ni limitar sus mutuos petardeos. En otras palabras, le faltó la pericia de un líder que marque el paso, escuche, acuerde y persuada.
El premier Jiménez sirvió cuando emprendió un proceso de diálogo, abandonado en el gabinete anterior, permitiendo un respiro al gobierno. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, fue convirtiéndose en un premier sin juego propio, corriendo entre dos jefes, la pareja presidencial, que tiene agendas propias. Jiménez hace esfuerzos por coordinar el gabinete, pero se resignó a solo hacerlo con una pequeña parte de él, pues la otra, está bajo el control del ministro Luis Miguel Castilla, que acrecienta su influencia de manera menos pública. No se entera de muchas cosas, pero debe defenderlas igual. Los últimos acontecimientos, como el cambio de ministros, que el proclamaba no existiría, no hacen sino desfigurar su imagen. Su empequeñecimiento va de la mano de la creciente demanda para que deje el premierato.
La primera dama, que ha sido un factor de apoyo para el presidente Humala, se está convirtiendo progresivamente en un problema. Nadine Heredia se hizo un espacio desde el inicio del gobierno, en parte, porque es copartícipe del proyecto nacionalista, por méritos propios. Pero una vez en el poder, su participación es cada vez más invasiva. Siendo una persona inteligente, con carisma y que comunica bien, no puede resistirse a los atractivos del poder. Es decir, la fascinación por decidir y mandar. Hacerlo, sin la correspondiente responsabilidad de un cargo, es ventajoso, en tanto un gobierno es aprobado mayoritariamente. Pero cuando la caída, como ahora, se inclina dando vértigo, esa situación se convierte en poco aceptable y mañana puede ser insoportable. La negativa de no postular el 2016, no le ha bajado el ritmo a sus presentaciones e intervenciones en el núcleo de poder. Las diversas anécdotas alrededor de las apariciones públicas de la primera dama, varias de ellas en las que no le corresponde, deterioran la imagen de un presidente que parece limitado en sus decisiones.
A tres años de un mandato de cinco, el gobierno parece agotándose y sin luces. El presidente se ha peleado con la izquierda, el Apra y el fujimorismo y la derecha lo acepta con desconfianza. Lo peor es que su partido, tan dependiente de él, no constituye una fuente en el que pueda sacar ideas nuevas y menos operadores políticos. Sus aliados, como Perú Posible, suman votos, pero no apoyo. Por lo tanto, hacerse de tantos frentes a la vez, sin configurar alianzas que puedan impulsar proyectos para relanzar el gobierno, no es precisamente la de un habilidoso en política, sino producto de una persona que no la lee bien, se desconecta de la calle y peligrosamente mira hacia adentro, en donde seguro, todos lo aplauden. Antes de 28 de julio, adelantó que no iba a ver cambios y lo cumplió. El problema es que era su oportunidad para cambiar y la desaprovechó. Le toca a la oposición ser más responsable que él.
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