Haití frente a las debacles políticas y ecológicas
Las montañosas tierras de Haití, han sido testigos de históricas e innumerables hecatombes ocurridas tanto en el plano político como medioambiental. La dominación esclavista seguida de gobiernos sátrapas y dictatoriales, han conllevado a la sistemática crisis socioeconómica y política del país, acrecentada por reiteradas catástrofes naturales, que golpean a un territorio extremamente desforestado e indefenso frente al cambio climático.
Estas debacles no solo han dejado a la población haitiana en condiciones de extrema vulnerabilidad, sino que han sido argumento y justificación para que un consabido grupo de mercenarios internacionales engruese sus haberes con vastas consecuencias para la soberanía del pueblo haitiano.
Las montañosas tierras de Haití, han sido testigos de históricas e innumerables hecatombes ocurridas tanto en el plano político como medioambiental. La dominación esclavista seguida de gobiernos sátrapas y dictatoriales, han conllevado a la sistemática crisis socioeconómica y política del país, acrecentada por reiteradas catástrofes naturales, que golpean a un territorio extremamente desforestado e indefenso frente al cambio climático. Estas debacles no solo han dejado a la población haitiana en condiciones de extrema vulnerabilidad, sino que han sido argumento y justificación para que un consabido grupo de mercenarios internacionales engruese sus haberes con vastas consecuencias para la soberanía del pueblo haitiano.
Andamiaje sociohistórico
Haití es considerado el país más pobre de Latinoamérica y el Caribe, sin embargo, fue el primero que conquistó libertades políticas al promulgar en 1804 su independencia de Francia, la abolición de la esclavitud y la proclamación de un gobierno “de y para” los afroantillanos. La Rebelión de los cimarrones, ex cautivos en las fincas cafetaleras y productoras de caña de azúcar, representó una afrenta para los colonizadores europeos quienes impusieron una deuda histórica como forma de indemnización y castigo.
Durante sus primeros 100 años de vida, el país fue dirigido por una seguidilla de militares que se enquistaron en el poder delineando regímenes autocráticos y represivos. La constante confrontación entre mulatos y negros no permitió la consolidación de un Estado unificado política y socialmente, quedando la construcción del proyecto país relegada. En tanto, las actividades económicas fueron monopolizadas a manos de una burguesía blanca y extranjera compuesta en su mayoría por inmigrantes alemanes y holandeses, mientras que la sociedad haitiana se estructuró en base a un antagonismo de clases fundamentado en el racismo.
A inicios del siglo XX, alertado por el dominio económico europeo en un territorio de interés geoestratégico, Estados Unidos -aludiendo a la Doctrina Monroe- invadió Haití, ocupación militar que perduró 19 años hasta 1934. A través de su presencia, el imperio intentó influenciar la cultura político-administrativa del país sin mayores resultados y pretendió reafirmar la vocación agrícola actuando en detrimento de las masas campesinas. Este episodio dejó un escenario sociopolítico candente que dio paso a una nueva era de represión rampante.
En 1957 la llegada al poder del dictador François Duvalier “Papa Doc” determinó la historia política de Haití, desatando a partir de su figura mesiánica vinculada al vudú, el control absoluto de la población. El ejercicio del monopolio desmesurado de la violencia, se institucionalizó en el quehacer represivo del cuerpo militar de los “Tontons Macoutes”, milicia que instaló en las áreas rurales sus propias reglas y formas de extorsión. Duvalier estructuró un sistema dictatorial basado en el culto a la personalidad, modificando la constitución para ser reelegido y autoproclamándose como presidente vitalicio con derecho a sucesión en 1964. Se calcula que durante su régimen murieron más de 30.000 civiles. Su dinastía se prologó con el ascenso al poder en 1971 de su hijo Jean Claude Duvalier o “Baby Doc” quien asumió el cargo de presidente vitalicio a los 19 años de edad, dedicándose a amasar una enrome fortuna a costa de diversos ilícitos. Hacia 1986, un movimiento popular derroca la dictadura Duvaleriana, sucediéndole una serie de gobiernos militares.
Para entonces, el sacerdote Jean Bertrand Aristide se había perfilado como figura política de relevancia vinculado a la teología de la liberación y reconocido por su actuar a favor de los derechos de la clase oprimida en Haití. En 1991, se celebran las primeras elecciones democráticas del país y Aristide es elegido presidente, siendo derrocado solo siete meses más tarde por un nuevo golpe militar encabezado por Raoul Cédras.
Después de el exilio en Venezuela y luego en Estados Unidos, Aristide retoma el poder hacia 1994, facilitando la injerencia de Washington en los asuntos internos del país, conllevando –entre otros- a la disolución de las Fuerzas Armadas y su reemplazo por un cuerpo de Policía Nacional. En 1996, llega a la presidencia René Préval, quién impulsa una serie de reformas neoliberales.
Hacia el año 2001, Aristide gana nuevamente las elecciones presidenciales y se ubica como aliado geopolítico de las izquierdas latinoamericanas representadas por Cuba y Venezuela, gobernando bajo una fuerte presión política orquestada por U.S.A, la derecha y sus grupos armados (Frente de Resistencia Artibonito y Nuevo Ejército). Durante este período, su gobierno es criticado por no contener la corrupción y remontar la economía, siendo derrocado en 2004 por un golpe armado. El presidente del tribunal supremo Boniface Alexandre, asume la conducción del país y solicita a Naciones Unidas su intervención militar para apaciguar la crisis sociopolítica, estableciéndose la “Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití” –MINUSTAH-.
El año 2006, René Préval asume por segunda vez la presidencia y se le acusa de influenciar las elecciones del 2011, desatando una crisis electoral y política, resuelta a partir de negociaciones que derivan en la proclamación del actual presidente Michel Martelly, cuestionado por sus estrechas relaciones con la diplomacia estadounidense.
Hecatombe ambiental
Haití o “Tierra de Montañas” en idioma Creole, abarca la parte occidental de la isla “La Hispaniola” que comparte con la vecina nación de República Dominicana. Siendo un territorio de morfología montañosa en clima tropical, la geografía haitiana ha sufrido abruptas transformaciones producto de siglos de explotación indiscriminada de sus recursos naturales. Es así como en la época colonial, se talaron grandes extensiones boscosas a fin de convertirlas en terrenos aptos para el monocultivo intensivo de la caña de azúcar, llegando el territorio haitiano a ser el principal productor azucarero de las Antillas. Desde entonces, la deforestación se fue instalando como una práctica común y constante, y que hoy tiene como principal objetivo la producción de carbón vegetal para consumo humano.
Esta histórica e indiscriminada desforestación, ha generado como consecuencias la degradación de las cuencas, la erosión de los suelos, la pérdida de cobertura vegetal y la desaparición de flora y fauna nativa –entre otros-. Panorama de devastación ambiental que vuelve al territorio haitiano extremadamente vulnerable frente a las inclemencias naturales que azotan con frecuencia a la isla (sequías, ciclones, terremotos) y agudizan los efectos derivados del cambio climático como el aumento de la temperatura en zonas desérticas sin paragua vegetal alguno.
La crisis ecológica, ha comprometido insoslayablemente la soberanía alimentaria a través del deterioro de las labores agrícolas, la pérdida de las semillas criollas entre los campesinos y los recursos fitogenéticos del país, subsumiendo a sus habitantes en una escasez alimenticia extrema, con matices pero especialmente crítica, en la zona fronteriza del Noreste.
Rehabilitar el territorio con especies nativas y alimenticias, multiplicar sistemas agroecológicos y técnicas para la captación de aguas y el despliegue de energías renovables son algunas de las esperanzas que albergan las montañas haitianas.
Mercenarios de la inestabilidad
Es consabido que las constantes situaciones de inestabilidad política, económica y ambiental en torno a las que deambula el país, han conllevado a que las tierras haitianas sean el foco de diversidad de acciones de “ayuda” emprendidas por entidades externas entre las que se cuentan la cooperación internacional, organismos de Naciones Unidas, ONGs y Fundaciones. Algunas de estas iniciativas, se mueven motivadas más que por amainar crisis políticas y catástrofes naturales, por intereses económicos y foráneos.
En la actualidad, el caso más emblemático es la “Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití” –MINUSTAH-, conformada en 2004 por soldados de ejércitos de todo el mundo y de algunos países de Latinoamérica entre los que se cuentan: Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador y Brasil.
Este proceso militarista, que inició bajo el pretexto de brindar seguridad al país, ha conllevado a un injustificado aumento de la violencia y la criminalización, mermando la soberanía del pueblo hatiano que se pregunta ¿quién controla a los cascos azules de MINUSTAH? Reconocidos como soldados mercenarios e inmunes que a costa de la represión, la corrupción, la obstaculización hacia el ejercicio de la ciudadanía, y el resguardo a los intereses de las transnacionales, suelen redituar a sus haberes entre 4000 y 6000 dólares mensuales.
Se les acusa además, de haber introducido el cólera en Haití través de soldados nepaleses que contaminaron las aguas del río Artibonito. Hoy en día, juegan un rol estratégico para facilitar el despojo de los recursos a favor de multinacionales mineras de capitales Estadounidenses y Canadienses tales como Unigold y Barrick Gold.
La restitución de los derechos políticos y civiles del pueblo, y la soberanía sobre sus recursos naturales deben ser el motor de toda acción sensata que busque orientarse en territorio haitiano, reconociendo la dignidad de un pueblo que no deja de cantar su vocación antiesclavista.
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