Papa Francisco: después de Brasil, la reforma de la curia – Por Bernardo Barranco
Debo confesar que tenía muchas reservas sobre el desempeño del papa Francisco, y este viaje que acaba de concluir en Brasil me aporta sólidos indicios de que Francisco realmente, quiere realizar reformas necesarias que sacudan una Iglesia en profunda depresión. Me parecían desmedidos el entusiasmo expresados hacia el papa argentino, tanto de Hans Kung como de Leonardo Boff; éste incluso llegó afirmar que con Francisco es posible pensar en una nueva primavera eclesial
. Empiezo a persuadirme. Y es que me orientaba por los juicios de colegas argentinos que conocían de cerca las virtudes y los descomedimientos del cardenal Bergoglio. Pero una cosa es un cardenal disciplinado y otra es ser pontífice con todas las responsabilidades y todos los reflectores. A la renuncia de Benedicto XVI, Jorge Mario Bergoglio, el cardenal de Buenos Aires, parecía ser el nuevo rostro de la última monarquía absoluta en Europa. De manera contradictoria, las imágenes de Francisco me confundían. El papa argentino, con gestos de humildad y sencillez, un actor bonachón que de buena fe quiere hacer cambios; y el entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, cabeza de la oposición conservadora, señalado por un sector de la sociedad de haber sido cómplice de la dictadura, como casi toda la alta jerarquía católica argentina.
Este viaje a Brasil era clave, pues sus mensajes y posicionamientos forman parte programática de su mandato pastoral; son parte de su ejercicio y tutela pontificia. La visita ha sido un éxito rotundo; ha tenido no sólo una capacidad de convocatoria masiva, sino con su estilo simple ha provocado que la palabracambio
flote entre los cerca de 3 millones de jóvenes que participaron en la jornada mundial de la juventud. Francisco renovó el estilo pontifical más cercano al del buen párroco que tiene interés real por su feligresía, que contrasta con el liderazgo carismático del imponente Juan Pablo II y con la fina sofisticación distante y tímida del profesor Benedicto XVI.
El papa Francisco vino sin prejuicios a Brasil a revitalizar el catolicismo del país y del continente. Según el Foro Pew sobre Religión y Vida Pública, con sede en Washington, la proporción de católicos en América Latina pasó de 90 por ciento de la población en 1910 a 72 por ciento en 2010. El mensaje del Papa no sólo fue pastoral, sino político: pone sobre la mesa la opción por la justicia social, los derechos humanos que protejan a los excluidos, los pobres y las víctimas del sistema; principalmente los jóvenes y los viejos. Francisco demanda mayor presencia de la Iglesia en las clases más bajas, es decir, una Iglesia que salga a las calles a la periferia, donde habitan los oprimidos. En la Iglesia de Francisco, de manera sorprendente se vislumbra el atrevimiento de promover una reconciliación entre los progresistas
y los conservadores
; pareciera que con sus discursos y críticas al sistema imperante reactiva el compromiso social de los católicos, que había sido relegado y hasta reprimido por la curia romana. En todo caso, la crisis del conservadurismo católico permite que las hipótesis pastorales y sociales del progresismo católico se reactiven.
Frente a los obispos congregados en el Celam, Francisco les señaló que hace bien recordar el Concilio Vaticano II y cuestiona que la Iglesia se convierta en una ONG, advirtiendo que “la Iglesia se vuelve cada vez más autorreferencial y se debilita su necesidad de ser misionera. De ‘institución’ se transforma en ‘obra’. Deja de ser esposa para terminar siendo administradora; de servidora se transforma en ‘controladora’”. Sobre los obispos, Francisco fue contundente: “quisiera añadir aquí algunas líneas sobre el perfil del obispo. Los obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan ‘sicología de príncipes’. Hombres que no sean ambiciosos. Y el sitio del obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su olfato para encontrar nuevos caminos”.
Pero el obispo de Roma, convertido en pastor en Brasil, es también la cabeza de un Estado. Y le esperan duras decisiones y acciones de gobierno. Bergoglio ha generado expectativas de reformas de la curia y, para frenar las corrientes de corrupción, ya ha dado algunos pasos: creó una comisión de cardenales que lo ayudará a guiar a la Iglesia para la reforma de la curia y otra para investigar el Banco del Vaticano y lograr transparentar sus operaciones. La reforma que se espera incluye saber quién la dirigirá además del Papa. Porque a Francisco se le percibe solitario en Roma y, por tanto, vulnerable. Requiere de un equipo de apoyo o de un gabinete de confianza que pueda ser capaz de operar los cambios por venir. Se espera con ansiedad el nombre del próximo secretario de Estado (número dos del Vaticano), cargo para el que suenan Giuseppe Bertello, de la Gobernación del Estado de ciudad del Vaticano, y Pietro Parolin, nuncio apostólico en Venezuela, y el cardenal de Honduras, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. El reto no sólo es restar poder a los lobbies, ni poner orden en las disputas internas, sino la desromanización de la Iglesia o, dicho de otro modo, la internacionalización de la curia. Sobre el lobby gay, Francisco hizo una muy buena y oportuna clarificación. No se trata de cuestionar el hecho de que sean gays, sino porque se constituyen en un grupo de presión que utiliza los secretos de alcoba como método para acceder a privilegios, destruir o encumbrar carreras políticas en el Vaticano.
Francisco regresa a Roma fortalecido como papa pastor, líder religioso y espiritual. Ahora le tocará ejercer y tomar decisiones de Estado que reformen el anquilosado aparato curial y fortalecerse como hombre de Estado.