El Infierno corporativo – Diario El País, Uruguay
Este editorial responde exclusivamente a la visión de este medio
Por repetida, la noticia deja de sorprender. Conflicto en la educación, paros en la salud, ocupaciones de frigoríficos, amenazas en la industria láctea, movilizaciones de municipales en Canelones y Rocha, tensión en el gas.
¿Qué está pasando? ¿Por qué sucede esto ahora? ¿Cuál es la razón por la cual el ciudadano de a pie debe convivir con una agenda de conflictos para saber cómo debe organizar su día en este Uruguay de hoy? Hay tantas razones como intérpretes. Por ejemplo el presidente Mujica ha acusado directamente a las nuevas generaciones de dirigentes gremiales, que «ya no son lo que eran antes», y hacen «planteos desmedidos sin analizar la situación real». Su viejo compañero, el ministro Fernández Huidobro, siempre con la conspiración entre ceja y ceja, ha sugerido que es la consecuencia del accionar de grupúsculos de radicales infiltrados en los sindicatos. Estos, por su parte, afirman que es el efecto normal de un «movimiento obrero» sanamente organizado que lucha por su «parte de la torta». Nos animamos a afirmar que la cosa viene por otro lado.
A nadie escapa que durante décadas el Frente Amplio corrió «en yunta» con el movimiento sindical. Alentó sus reclamos (justos o no) potenció a sus cuadros, fomentó su actuación, con el fin de complicar a los gobiernos establecidos, y de tener un contrapoder adicto, que no necesitaba la legitimación de las urnas, y que operaba como un supuesto vocero de la sociedad civil al que no se podía ignorar. Cuando llegó al gobierno, dotó a ese movimiento de herramientas poderosísimas de presión (fueros sindicales, consejos de salarios, facilidades de organización económica) pensando que con eso por un lado compraba paz sindical, y por otro consolidaba este bloque de poder paralelo, e ideológicamente afín.
La terca y cruel realidad, otra vez, le ha dado la espalda.
Hoy tenemos un sector gremial soberbio y poderoso, que ejercita su musculatura incluso contra quien le dio vida y armamento. Cuya razón de ser, y de legitimidad ante sus afiliados, es justamente el reclamo permanente de mejoras, sin importar las consecuencias a largo plazo. A esto se suma que el mismo está implacablemente encabezado por figuras cuya ideología se basa en que quien opera como «patrón», tanto en la esfera pública como en la privada, es un enemigo de clase. Alguien que se quiere robar su plusvalía, contra quien hay que combatir, y de ser posible exterminar. Y cuyo modelo económico es el de las empresas «autogestionadas», por más que en las mismas se gane una miseria (como ha dicho el propio Mujica), dependan del capital público, y cuya única esperanza de mercados sea siempre vender alguna cosita a Venezuela.
Esta forma de ver el mundo, que cada elección deja en claro que es absolutamente minoritaria en el Uruguay, tiene varios problemas. Primero que es negativa para la economía nacional, generando un aumento permanente y artificial de los costos de producir cualquier cosa en el país, lo cual nos vuelve cada vez menos competitivos. Segundo, que genera un clima de tensión social permanente entre los sectores económicos, que hace menos tentador invertir y hasta habitar en el país.
Pero hay algo más grave que todo esto. Y es que se comienza a horadar los fundamentos de la democracia. Se genera un estamento poderoso que comienza a dialogar de igual a igual con los representantes del pueblo (gobierno y legisladores) y que no cuenta con la única fuente de legitimación que reconoce la Constitución nacional, o sea las urnas. La sociedad se va convirtiendo poco a poco en un campo de batalla de corporaciones, empresariales, gremiales y grupos de presión como ONG, los cuales luchan a sangre y fuego para imponer su punto de vista y el de sus representados. Quien no se alinea con alguno de estos grupos queda totalmente indefenso, y nadie se puede dar el lujo de pensar por el bienestar general del país, y de la sociedad a largo plazo, simplemente porque eso no paga.
Así estamos. Y lo que es peor, no se ve cómo ni quién pueda sacar al país de este círculo vicioso de consecuencias impredecibles.
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