Costa Rica: resolución de la CIDH, un paso hacia la igualdad – Por Rafael Cuevas Molina
El conservadurismo de corte cristiano se ha venido exacerbando en los últimos años, como repuesta a la cada vez mayor presencia de los movimientos vinculados a las demandas de los grupos LGTBI y femeninos. Es un conservadurismo que tiene como rasgos la intolerancia y la agresividad.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dio un paso trascendental al resolver la consulta del Gobierno de Costa Rica respecto al matrimonio igualitario. Según la Corte, tras un razonamiento impecable que no deja lugar a dudas, «los Estados deben garantizar el acceso a todas las figuras ya existentes en los ordenamientos jurídicos internos para asegurar la protección de los derechos de las familias conformadas por parejas del mismo sexo, sin discriminación con respecto a las que están constituidas por parejas heterosexuales».
El texto añade que mientras los Estados «impulsen esas reformas, tienen de la misma manera el deber de garantizar a las parejas constituidas por personas del mismo sexo igualdad y paridad de derechos respecto de las de distinto sexo, sin discriminación alguna».
Para Costa Rica, el país sede de la Corte, la resolución es vinculante, y estando en la recta final de la campaña electoral presidencial y diputadil, existiendo varios candidatos que han declarado abiertamente estar en contra de lo dispuesto por la Corte, el tema adquiere un lugar central en la campaña.
De hecho, ya lo había tenido incluso antes de la resolución. Grupos autodenominados “pro familia” convocaron recientemente a una manifestación que resultó masiva, en la que se reafirmaron los mas tradicionales valores vinculados a las más retrógradas interpretaciones del cristianismo. A ella acudió la mayoría de candidatos presidenciales en actitud abiertamente oportunista buscando arrimar votos.
Como en otros países latinoamericanos, en Costa Rica los autodenominados cristianos han sido la punta de lanza en la oposición a cualquier tipo de avance social que contemple cambiar el estado de cosas no solo en relación a los grupos LGTBI sino, también, de las mujeres.
Repetir, por lo tanto, los argumentos que utilizan los cristianos costarricenses es llover sobre mojado, porque en todo el continente se reproducen la mismas acusaciones teñidas de intolerancia y discriminación.
Igual que como pasa también en otras partes, montados sobre consignas vinculadas con la llamada familia “natural”, grupos de oportunistas políticos, especialmente de carácter evangélico, llegan hasta el primer poder de la República y hacen todo lo posible por obstaculizar las leyes que posibiliten subsanar el estado de cosas sobre las que, hoy, la CIDH ha emitido su resolución.
El conservadurismo de corte cristiano se ha venido exacerbando en los últimos años, como repuesta a la cada vez mayor presencia de los movimientos vinculados a las demandas de los grupos LGTBI y femeninos. Es un conservadurismo que tiene como rasgos la intolerancia y la agresividad. Cumple, en las circunstancias históricas actuales, el papel para el que ha sido diseñado: de control y represión simbólica, de guardián del statu quo.
Este papel lo juegan con especial agresividad las iglesias evangélicas neopentecostales que, como se sabe, fueron promovidas en la realidad latinoamericana como armas ideológicas desde la década de los sesenta, cuando la Teología de la Liberación ofrecía una interpretación de la Biblia que permitía entender la misión de los cristianos como vinculada a los pobres de la tierra.
Y las jerarquías locales de la Iglesia Católica, que hoy también responden al unísono con ellas, no son más que las tradicionalmente alineadas con los más rancios intereses dominantes. Sobre ella no tienen mucho que contarnos en América Latina, que bien la conocemos.
Todo este panorama debe asociarse con la avanzada de un pensamiento retrógrado que pone en cuestión, en el mundo entero, ideas, conocimientos y valores que parecía consolidados, y que ha han sido logros humanos de incuestionable valía. Aunque pueda perecer ridículo, este pensamiento retrógrado cuestiona la redondez de la Tierra, la Teoría de la Evolución de las especies o el calentamiento global, y se expresa políticamente en la presencia en la arena internacional de personajes como Donald Trump a la cabeza de la principal potencia mundial; en pleitos entre él y el líder de Corea del Norte que semejan líos de imberbes adolescentes; la implementación de contrareformas económico-sociales como las que se llevan a cabo en Brasil y Argentina actualmente, etcétera.
En medio de este conflictivo y polarizado panorama, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha puesto una pica en Flandes, pica que hará ondear su estandarte de avance se oponga quien se oponga. Es un atisbo del futuro.
(*) Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.