El lenguaje totalitario – Por Aram Aharonian
Los medios ya no cubren los acontecimientos, sino que generan versiones que intentan transformarlas en verdades e imponer un imaginario colectivo de esas realidades virtuales. Pese a los cambios producidos por los intentos de democratización de la comunicación, el sistema de comunicación sigue siendo en nuestros países extremadamente concentrado y por demás preocupante. En Brasil, por ejemplo, después de 13 años de gobiernos del Partido de los Trabajadores y de la implosión de las redes sociales, los medios oligopólicos siguen imponiendo el relato, donde no caben –no tienen voz ni imagen– las mayorías. Pero eso demuestra a su vez que la izquierda no supo evaluar el poder real de los medios concentrados ni realizar un análisis crítico de su potencial en la formación de consensos.
Quizás algunos creyeron que los oligopolios se iban a sumar a quien estuviera en el poder, sin tener conciencia de que eran el poder real, fáctico, donde el PT –Lula, Dilma– eran apenas quienes dirigían el gobierno, presas del chantaje permanente en beneficio de sus intereses y los de la burguesía paulista, que gerencia a las grandes empresas transnacionales. Muchos ciudadanos –no sólo en Brasil, claro– no conocen la diferencia entre la realidad virtual y la realidad real, entre verdad y ficción. Los medios de comunicación concentrados no sólo son parte activa en la definición de lo que sucede, sino que lo son también en la creación de ficciones, de versiones de lo que ocurre. El resultado es un enorme vergel de versiones, mentiras, medias verdades, operaciones sicológicas, programadas por una máquina poderosa que tiene una capacidad de movilización de las mentes de las personas, señala el sociólogo brasileño Laymert Garcia dos Santos. Una especie de operación de hechizamiento. Esa máquina tiene el poder de hacer creer que una pequeña manifestación es un movimiento de masas. Una “protesta” de una docena de personas ocupa grandes espacios en los noticieros de televisión, comentarios en las radios, en los diarios, en los portales cibernéticos, nacionales e internacionales, porque los medios hegemónicos imponen imaginarios cartelizadamente, repitiendo las mismas mentiras para convertirlas en verdad. Y es más, apuntando a los sentimientos, a la percepción de la ciudadanía y no a su raciocinio ni razonamiento, con permanentes golpes bajos.
Hay toda una cadena de redes de transmisión que hace que los no-acontecimientos se transformen en acontecimientos, con la perspectiva permanente de la desestabilización de gobiernos democráticos, constitucionales, progresistas, que no satisfacen del todo los intereses del poder fáctico de cada uno de nuestros países. Esa realidad virtual desestima cualquier debate, si éste no es un show televisivo, claro. Uno puede demostrar a los convencidos por los medios lo absurdo de sus argumentos, pero no existe capacidad de diálogo ni de discusión, porque inmediatamente surge lo irracional, el odio visceral. Un odio alimentado permanentemente por los medios de comunicación hegemónicos. La acción del lenguaje totalitario es movilizar lo negativo de las personas, dice Laymert. Cualquier similitud de lo que acontece en Brasil con nuestra realidad, ¿será pura coincidencia?
*Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.